Editorial: Una OTAN sólida y duradera

Durante 75 años, la gran alianza defensiva occidental ha demostrado su enorme trascendencia

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Hace pocos días, los ministros de Relaciones Exteriores de sus países miembros se reunieron en Bruselas para celebrar un aniversario de gran importancia: los 75 años desde que, el 4 de abril de 1949, fue firmado en Washington D. C. el acuerdo que dio vida a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Entonces, diez Estados europeos —Bélgica, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, los Países Bajos, Portugal y el Reino Unido— se unieron a Canadá y Estados Unidos para crear una alianza defensiva capaz de enfrentar los ímpetus expansionistas de la Unión Soviética. Su permanencia, así como crecimiento hasta 32 miembros en la actualidad, es reflejo de que ha cumplido plenamente con la tarea de defender la democracia, la estabilidad y la paz no solo en Europa, sino también más allá.

La clave de su tratado constitutivo es el artículo cinco. Dispone que la agresión contra un país miembro será considerada como una agresión contra todos los demás, los cuales asumen el compromiso de defender al agredido. La primera y, hasta ahora, única vez en que ha sido invocado fue tras los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de setiembre del 2001. Gracias a esa decisión, Estados Unidos contó con el apoyo de la organización durante su campaña militar —al final fallida— en Afganistán.

Los desafíos de 1949, apenas cinco años después de que concluyera la Segunda Guerra Mundial, eran en extremo agudos. Derrotados el fascismo y el nazismo, el régimen soviético, bajo el mando brutal de Iósif Stalin, rompió su alianza con las naciones democráticas beligerantes y emprendió una política claramente agresiva. Mantuvo sus tropas y dominio en casi todos los países del este y varios del centro europeo. En abril de 1948, impuso un bloqueo a Berlín, ciudad dividida, y en junio de ese año orquestó un golpe de Estado en Checoslovaquia para colocar un gobierno títere. Además, amenazó directamente la soberanía de Noruega, Grecia y Turquía. Estos dos últimos países se incorporaron a la organización en 1952.

La OTAN fue indispensable para frenar tales ímpetus, garantizar la integridad de sus miembros y mantener la estabilidad europea durante todo el período de la Guerra Fría. Esta llegó simbólicamente a su fin con la caída del Muro de Berlín, en 1989. Dos años después, la Unión Soviética se desintegró bajo el peso del gran fracaso comunista. Sin embargo, la dominante Rusia, a pesar de fallidos intentos por establecer un orden democrático y una economía de mercado, derivó paulatinamente hacia nuevas modalidades de autoritarismo y un capitalismo oligárquico y corrupto impulsado y manipulado por el poder político.

De nuevo, el peligro de la interferencia y el expansionismo se hizo presente en Europa, y la mayoría de los países que en su época estuvieron sometidos al dominio soviético decidieron, en ejercicio de su soberanía, solicitar la incorporación a la OTAN. Un primer grupo accedió en 1999; otro, en el 2004; otro en el 2009, y en fechas posteriores se sumaron dos más.

La agresión dispuesta por Vladímir Putin contra Ucrania, que dio origen al más severo conflicto armado europeo desde la Segunda Guerra Mundial, ha materializado el gran riesgo perfilado desde que se anexó Crimea en el 2014. Dejó claramente establecida la enorme ambición expansionista del autócrata ruso, quien además extendió su poder interno por seis años más mediante elecciones espurias en marzo.

Resulta claro que, si esa agresión no es detenida y revertida, tras Ucrania el riesgo se trasladará hacia otros países. De ahí la importancia de brindar a los invadidos una cooperación robusta y sostenida, así como de fortalecer el desempeño de la alianza. La incorporación de Finlandia, en abril del pasado año, y Suecia, en marzo de este, resultado de esa invasión, han sido fundamentales para su fortalecimiento. A esto se añade el crecimiento de la inversión en defensa por parte de todos los países europeos miembros.

Hoy la alianza es más robusta que nunca como barrera a la agresión; sin embargo, además del enorme desafío ruso, padece un evidente riesgo interno: la casi certeza de que, si Donald Trump llegara de nuevo al poder, Estados Unidos dejará de apoyar a Ucrania, y la posibilidad de que también reduzca su compromiso con la OTAN, o, incluso, emprenda el camino para retirarse. Ya el resto de sus miembros están tomando acciones preventivas ante ese eventual “cambio en los vientos políticos”, pero de materializarse estas posibilidades, el impacto será enorme.

Esto explica que la justificada celebración de los 75 años en la sede de Bruselas estuviera marcada por la inquietud. Pero su desempeño también resalta la trascendencia que tiene la mayor alianza democrática defensiva de la historia, y la necesidad de hacer todo lo posible por su permanencia, solidez y activismo.