Editorial: Una entente agresiva

Rusia y Corea del Norte parecen cercanas a una alianza de conveniencia con preocupantes repercusiones

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Se reunieron el miércoles en el Cosmódromo Vostochni, centro de la tecnología balística rusa, en el extremo este de su enorme territorio. El invitado, Kim Jong-un, dictador totalitario, paranoide y dinástico de Corea del Norte, llegó en un lujoso tren blindado, en la primera salida realizada al exterior durante cuatro años. Su anfitrión fue Vladímir Putin, dictador enquistado en el Kremlin, cada vez más obsesionado (y con razón) por el curso que ha tomado su invasión a Ucrania, que comenzó hace 19 meses.

Durante su intensa campaña bélica, plagada de errores y reveses, los arsenales de Rusia han sufrido una peligrosa merma, particularmente en municiones y proyectiles de artillería, de los que se estima que ha lanzado diez millones, pero también en vehículos blindados y otras máquinas de guerra. Corea del Norte los tiene en abundancia. Posee arsenales inmensos, desarrollados desde la época soviética y, por ello, compatibles con los de Rusia.

A pesar de su pobreza extrema y de su paralizada economía, ni el Kim actual, ni su padre, ni su abuelo (este, impuesto por IósifStalin) han cejado nunca en nutrir su poderío militar. Lo ven como un seguro, ante su propio pueblo y el resto del mundo, para mantenerse en el poder y chantajear a sus vecinos, particularmente, Corea del Sur y Japón, pero en alguna medida también China. Sin embargo, sus programas para desarrollar armamentos más sofisticados, entre ellos ojivas nucleares, submarinos y cohetes de mediano y largo alcance, han topado con obstáculos tecnológicos. Rusia tiene capacidad para ayudar a solventarlos, y hasta permitir al régimen de Pionyang dar un salto en la materia. Además, podría facilitarle alimentos, combustibles, medicinas y otros productos siempre escasos.

La suma de regímenes con perfiles claramente autoritarios (el de Kim, oscurantista y totalitario), dirigentes fríos, crueles y obsesionados por fantasmas y objetivos bélicos, urgentes necesidades complementarias, aislamiento creciente de Rusia y casi total de Corea del Norte, más las señales dadas durante su encuentro en el cosmódromo, conduce a una conclusión bien fundamentada: se está forjando una entente entre ambos, claramente orientada a fortalecer sus respectivas capacidades agresivas.

Si esta posible alianza de conveniencia se concreta, sus consecuencias serán desestabilizadoras en muchos sentidos. Lo más inmediato es que podrá modificar el curso de la guerra en Ucrania, al darle a Rusia mayor capacidad de fuego, resistencia y ofensiva. Si Corea del Norte llega a contar con mejor tecnología militar, que pueda transferir a su programa nuclear mediante mejores misiles y submarinos, alterará el delicado balance geopolítico en el nordeste de Asia. Induciría a Corea del Sur y Japón a embarcarse en programas defensivos más robustos y hasta a contemplar el desarrollo de armas nucleares. Para China, las perspectivas de su errático vecino, por ahora aliado y con mayor capacidad bélica, también será fuente de inquietudes.

Además de todo lo anterior, el régimen sancionatorio puesto en marcha por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a principios de este siglo, a consecuencia del programa nuclear de Kim, sufrirá un golpe del que no podrá recuperarse. Hasta el 2017, Rusia, al igual que los otros cuatro miembros permanentes, había votado a su favor; luego, dejó de hacerlo y, ahora, simplemente, podría destruirlo.

No hay certeza de que la alianza se materialice, pero los fuertes indicios dados durante la visita del dictador norcoreano son en extremo inquietantes. Por el momento, lo más importante es que las potencias occidentales mantengan su apoyo a Ucrania, que exista un monitoreo detallado de movimientos militares entre Rusia y Corea del Norte y que se preparen planes de contingencia para la eventualidad de que la entente agresiva se convierta en realidad material.