Editorial: Un abordaje integral de la salud

Ya debemos repensar el balance entre la atención de la covid-19 y las demás necesidades de salud.

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La emergencia generada por la covid-19 ha sometido la capacidad de reacción de nuestro sistema de salud a la más grande prueba de su historia. Hasta ahora, la hemos superado. Las cifras lo demuestran y, si bien la magnitud de los contagios es una variable muy inestable, que no puede descuidarse, podemos suponer que la infraestructura y los procesos de detección, prevención y atención seguirán desempeñándose con solvencia e, incluso, holgura.

Decir lo anterior no implica desdeñar el dolor causado por las irreparables 10 muertes reportadas hasta ahora, la ansiedad que acompaña al padecimiento o los riesgos que asumen los trabajadores que están en la primera línea de acción del combate. Tampoco es un llamado a proclamar la victoria sanitaria: el enemigo es terrible y Costa Rica no es una burbuja. Lo decimos por otra razón: la necesidad y oportunidad de que, sin perder de vista la emergencia y sus riesgos, el sistema de salud, y en particular la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS, desarrolle, con la mayor brevedad posible, un plan de normalización de sus servicios, a partir de una premisa insoslayable: la integralidad de la salud.

Cada diagnóstico que no se dé, cada cita que se posponga o cada procedimiento que se retrase, conlleva consecuencias inmediatas y futuras. De ahí la necesidad de emprender una transición ordenada y vigilante hacia la restitución de los servicios regulares. El éxito de la campaña de vacunación contra la influenza común demuestra la capacidad múltiple del sistema; la adopción de prácticas como consultas virtuales o envíos de medicamentos a domicilio señala un camino de cambios estimulantes. Lo que debe proceder, ahora, es convertir la capacidad de acción y la innovación en motores adicionales para retomar la atención general.

En nuestra edición del 19 de mayo, Román Macaya, presidente ejecutivo de la CCSS, informó de que, a causa del coronavirus, entre marzo y mayo de este año se han dejado de atender 675.895 citas de consulta externa, 18.780 procedimientos ambulatorios y 22.647 cirugías. Son cifras impresionantes que, peor todavía, implican afectaciones de diversa índole a quienes se privaron de esas atenciones y a quienes, por la presa generada, deberán también padecer retrasos en su atención futura. Es difícil calcular lo que esto puede significar en el bienestar personal y vidas humanas, pero tememos que su efecto sea sustancial.

Del otro lado de la ecuación están las estimulantes cifras sobre el impacto y, sobre todo, el manejo de la pandemia. Al compararnos con las estadísticas internacionales, aparte de un número de casos relativamente reducido y un proceso de “aplanamiento” de la curva epidémica, queda de manifiesto que la presión sobre el sistema hospitalario en Costa Rica es, porcentualmente, mucho menor. Por ejemplo, mientras un promedio de 20 % de contagiados en el mundo termina en un hospital, en nuestro país la cifra baja al 9,5 %, y aquí solo un 1,9 %, en promedio, ha requerido atención en unidades de cuidados intensivos, contra un 5 % internacional.

Con un impacto del coronavirus acotado y —mientras siga así— manejable, y con necesidades de salud en otros ámbitos que se acumulan con riesgo para el resto de los pacientes y la calidad de los servicios, se hace evidente la necesidad de avanzar hacia la reactivación. Esto, además, debe incluir la aplicación de innovaciones largamente postergadas en las estructuras y procesos de la CCSS, un énfasis en la trilogía calidad-celeridad-eficiencia, un permanente rendimiento de cuentas a la ciudadanía y, por supuesto, una alerta constante para modificar el rumbo cuando sea necesario.

Se trata, en última instancia, de concentrarse en la salud de manera integral y con plena conciencia de que nuevos retos demandan nuevas soluciones.