Editorial: Temibles puntos de inflexión

Los 2 °C de aumento en las temperaturas desencadenarían procesos sin freno, capaces de perpetuarse a sí mismos aunque cese el calentamiento global

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El planeta se aproxima a varios puntos de inflexión causados por el calentamiento global. Las consecuencias de alcanzarlos serían grandes, muchas veces rápidos y, en algunos casos, irreversibles cambios de consecuencias catastróficas. No hay en la advertencia alarmismo ni exageración, sino ciencia fundada en cuidadoso estudio y observación.

Un informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, publicado por la prestigiosa revista Science, insiste en los riesgos de alcanzar 2 °C de calentamiento en relación con la era preindustrial. Mantenerse por debajo de ese nivel de calentamiento en este siglo es la meta de los acuerdos de París, cuya aspiración más optimista es de 1,5 °C, pero, a estas alturas, parece difícil de alcanzar.

Los 2 °C de aumento en las temperaturas desencadenarían procesos sin freno, capaces de perpetuarse a sí mismos aunque cese el calentamiento global. Uno de esos puntos de inflexión es el derretimiento de los suelos congelados por largos períodos (permafrost), donde hay grandes cantidades de carbono atrapado. Al derretirse las superficies, el gas se libera y contribuye a incrementar el efecto invernadero sin intervención del hombre. Los científicos temen que el proceso ya esté en marcha con el calentamiento de 1,1 °C alcanzado hasta ahora.

El colapso de la capa de hielo de Groenlandia, con desastrosos efectos sobre el nivel del mar y el debilitamiento de las corrientes marinas responsables de buena parte del sistema climático (la circulación de vuelco meridional del Atlántico) se cuentan también entre los procesos que, en este momento, están en marcha.

El estudio identifica dieciséis puntos de inflexión. Seis de ellos requerirían un calentamiento superior a los 2 °C, pero el resto podría desencadenarse antes. En algunos casos, el punto de inflexión llegará en cuestión de años y, en otros, demorará siglos. Con la cautela propia de la verdadera ciencia, los expertos enfatizan que no hacen predicciones, sino identificación de riesgos, pero la mera observación del ojo inexperto ya revela preocupantes alteraciones del clima en el planeta.

Muchos de los riesgos identificados hace pocas décadas se están materializando, y quienes los estudiaron se muestran sorprendidos por estarlos viviendo, pues los consideraban más lejanos en el tiempo. Pero ni los efectos actuales, ni la proximidad de los puntos de inflexión, ni las consecuencias para las futuras generaciones vencen el empecinamiento de los escépticos ni los intereses que a menudo alientan su posición.

Ante la evidencia, ya pocos niegan el cambio del clima. Las olas de calor, la creciente violencia de las tormentas, los incendios forestales, las altísimas temperaturas del mar, las inundaciones en días soleados, como las de la costa atlántica de Norteamérica, impiden la simple negación. Ahora, la negación se viene transformando en aceptación del cambio climático y, contra la abrumadora mayoría de la ciencia, su atribución a ciclos naturales y no a las conductas humanas. En consecuencia, nada se ganaría con adoptar otras prácticas, como renunciar a la quema de hidrocarburos.

La Cámara de Representantes de los Estados Unidos acaba de elevar a Mike Johnson, defensor de esas ideas, a su más alto cargo de dirección. El congresista proviene, no por casualidad, de las zonas petroleras de Luisiana y es ahora el segundo en la línea de sucesión presidencial del país más poderoso del planeta, productor, al mismo tiempo, de la ciencia más avanzada.

En un país pequeño, como el nuestro, la despreocupación de los mismos sectores se manifiesta en la insistencia en la exploración del subsuelo en busca de hidrocarburos y los obstáculos a la ampliación de fuentes de energía limpia para incrementar los logros en esta materia. Es fácil comprender por qué las metas de París parecen demasiado optimistas pese al riesgo de sobrepasar límites peligrosos.