Editorial: Reto crucial para la humanidad

La COP26, que comienza este domingo, 31 de octubre, en Glasgow, pondrá a prueba la capacidad global para evitar un desastre climático

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Comienza este domingo, 31 de octubre, en la ciudad de Glasgow, Escocia, una reunión crucial para el futuro de la humanidad. No exageramos al decirlo. La vigésimo sexta Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP26, tiene ante sí el deber crucial de superar los compromisos asumidos en la del 2015, celebrada en París, para evitar que los efectos del calentamiento global alcancen dimensiones catastróficas e irreversibles. Por desgracia, vamos camino al fracaso en el cumplimiento de las promesas de entonces. Si no se produce, de inmediato, un golpe de timón determinante en las metas nacionales, y en el estricto cumplimiento de ellas, se acelerará aún más el avance hacia el desastre.

Desde que en 1995, tras la firma de la convención, comenzaron las COP anuales, la del 2015 logró, por primera vez, un acuerdo global con un objetivo claro: que el calentamiento global se mantuviera por debajo de dos grados Celsius (2 ºC) con respecto a sus niveles preindustriales, aunque calificó de «ideal» no llegar a 1,5 ºC. Los Estados participantes hicieron públicos planes para cumplir la meta más moderada, pero la evidencia científica ha demostrado que, incluso si se alcanzara la más ambiciosa, las consecuencias serían catastróficas.

Tan o más grave aún es que, aunque la mayoría de los países han sometido propuestas para la contención actualizadas, las Naciones Unidas estiman que, en conjunto, se quedan muy por debajo de lo necesario y que, si no se amplían sustancialmente, el calentamiento global podría ascender 2,7 ºC a finales de este siglo. Ya estamos experimentando eventos climáticos de una gravedad nunca vista; no es difícil imaginar entonces el impacto casi apocalíptico si no se corrige drásticamente el rumbo actual. Cómo lograrlo, qué compromisos asumir para avanzar con rapidez, de qué manera materializarlos y cómo financiar la transición hacia una economía mucho menos dependiente de las fuentes generadoras del calentamiento, es el gran desafío de quienes, a partir de hoy, se reunirán en Glasgow. Pero lo será ante todo para cada uno de los gobiernos responsables de diseñar y ejecutar las políticas nacionales que lo hagan posible.

La ruta para evitar el desastre tiene dos carriles centrales. El principal es la reducción de las emanaciones de gases de efecto invernadero, en particular el dióxido de carbono y el metano. Esto depende de una caída drástica en el consumo de combustibles fósiles —carbón, petróleo y gas— para generar energía y la sustitución de estos por fuentes limpias, tanto para la producción de electricidad como para la movilidad de personas y mercancías. El otro carril es la neutralización del carbono, y para ello la vía natural más eficaz es la reforestación; también, han surgido técnicas de geoingeniería que podrían acelerar la tarea; sin embargo, sus posibles consecuencias no resultan aún suficientemente claras.

Ningún país, por pequeño que sea, debe desentenderse de sus responsabilidades para avanzar por las dos vías. Costa Rica lo ha hecho con responsabilidad, pero tenemos una enorme tarea pendiente: la descarbonización de nuestro transporte y la reducción del metano en la producción ganadera. Sin embargo, las responsabilidades son particularmente grandes para un reducido conjunto de países, entre ellos, China, el mayor contaminador del mundo y cuyos planes de contención son en exceso conservadores; Estados Unidos, el segundo en términos absolutos, pero el primero en términos per cápita; la India, tercero en la lista y que se ha negado hasta ahora a asumir en serio una transición energética; Rusia y Japón, que ocupan el cuarto y quinto lugar.

Los países de la Unión Europea, que basaron su desarrollo en combustibles fósiles y deforestaron amplios territorios, van adelante en ambición y cumplimiento de sus compromisos ambientales. Su responsabilidad, como la de todas las naciones ricas, es proveer recursos para que los menos desarrollados, que también son las principales víctimas del cambio climático, puedan mitigar los efectos y desarrollarse a partir de energías limpias.

El esfuerzo debe ser global, pero el éxito dependerá de emprender las tareas en los ámbitos requeridos —nacional, local, individual, institucional, tecnológico y empresarial—, con base en políticas públicas sólidas, que desestimulen la contaminación y estimulen la transición a nuevas formas de energía. La conferencia en Glasgow abre una nueva ventana de oportunidad. Debe ser aprovechada con decisión y responsabilidad.