Editorial: Respiro democrático en EE. UU.

Las elecciones de medio período han dado nuevo impulso al equilibrio entre poderes. La sociedad estadounidense sigue dividida, pero su democracia se ha fortalecido.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

A partir del martes, la democracia estadounidense puede respirar más tranquila. Tras ocho años de control republicano, los votantes devolvieron al Partido Demócrata, por amplio margen, la mayoría en la Cámara de Representantes. De este modo, restablecieron un necesario equilibrio de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo, prácticamente borrado desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en enero del 2016. Si esto conducirá a la búsqueda de acuerdos bipartidistas beneficiosos para el país, es algo que aún está por verse. Ojalá así sea. Sin embargo, sobre algo sí existe certeza: a partir de ahora habrá un mayor control político sobre el presidente y una mayor capacidad para defender las instituciones de sus iniciativas más irresponsables y sus ímpetus más autocráticos.

Esta es, por mucho, la consecuencia clave de una jornada que estuvo marcada por factores y resultados muy diversos. La afluencia a las urnas fue desusada para las elecciones de medio período. Las mujeres y representantes de distintas minorías lograron significativos avances de representación, particularmente en papeletas demócratas. El holgado predominio de este partido en la Cámara, su control de siete gobernaciones hasta ahora en manos republicanas, sus ganancias en congresos estatales y su mayoría en el total de votación popular nacional, evidenciaron un amplio rechazo a las políticas, actitudes y mensajes de Trump.

A la vez, los republicanos ampliaron de 51 a 53 su dominio en el Senado de 100 escaños. Esto puede explicarse, en parte, porque de los 35 asientos senatoriales en juego, 26 eran defendidos por demócratas, lo cual hacía más posible su retroceso. Pero también revela que el Partido Republicano y el presidente Trump mantienen amplias cuotas de apoyo electoral y gran fuerza en varios estados, sobre todo, de base rural. Es decir, la sociedad estadounidense aún se encuentra severamente dividida por fracturas sociales, económicas, políticas y culturales profundas, que vulneran su cohesión, perjudican la gobernabilidad y pueden ser explotadas electoralmente.

Algunos han dicho que, en esencia, estos comicios constituyeron un referéndum sobre Trump. Esto es cierto solo en parte. En efecto, muchos electores actuaron por su adhesión o rechazo al presidente y lo que este representa. Sin embargo, también se movilizaron por asuntos más específicos y candidatos que, especialmente, en el campo demócrata, optaron por mensajes pragmáticos y moderados en los distritos electorales más disputados. El acceso a la salud, la inmigración, la laxitud en la venta de armas, el ambiente, los impuestos y los derechos vinculados con las identidades personales, fueron parte de la gama de inquietudes que, en distintos grados —algunos dispares— activaron a los ciudadanos a favor o en contra de candidatos específicos.

Que el resultado fuera favorable a los demócratas indica la capacidad del partido para neutralizar sus divisiones internas y mensajes extremos, y para obtener una adecuada mezcla entre activismo electoral y pragmatismo programático, indispensable para ganar elecciones a escala nacional.

La esperanza es que, restablecido un razonable balance institucional, tanto Trump como los dirigentes demócratas en la Cámara y los republicanos en el Senado opten por buscar acuerdos, no recrudecer la confrontación a ultranza que tanto ha perjudicado al país. Esto dependerá, esencialmente, de Trump, quien ha sido su principal instigador. Hasta ahora, a pesar de pregonar su presunta habilidad para generar acuerdos, se ha centrado en inflamar divisiones y violentar normas. Si no cambia, difícilmente podrá avanzarse hacia un mejor quehacer político. Pero también influirá mucho el tipo de agenda que impulse la oposición.

El control político deberá tener una gran relevancia. Es esencial en democracia, sobre todo, de cara a un presidente volátil y autoritario, que ha demostrado una propensión a mezclar lo personal con lo oficial y enfrenta una seria investigación por la presunta influencia rusa en las elecciones de hace dos años. Pero también los demócratas deben demostrar su capacidad y disposición para tender puentes y generar una mejor gobernabilidad. Si Trump responde positivamente, sería lo mejor para todos. Si no, al menos será más posible atemperar los daños.