Editorial: Peligrosas fiestas

Si el temor al contagio perdió la capacidad de disuadir, la segura aplicación de la ley debe llenar el vacío. Cuando el miedo al contagio recobre una influencia decisiva, será muy tarde.

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El ministro Daniel Salas describió una fiesta celebrada en Alajuelita como un terremoto del cual seguiremos sintiendo réplicas. Los contagiados de covid-19 ascienden a 17 de los 50 invitados. Tras ellos vendrán las personas con quienes tuvieron contacto fuera de la fiesta.

Aparte de los enfermos y la presión ejercida sobre los centros de salud, el foco del virus exigió desplegar personal en la zona para seguir el rastro a quienes tuvieron contacto con los infectados.

La distracción de los limitados recursos disponibles es otra réplica de la celebración.

Las consecuencias son serias y merecen el más severo castigo. Si el temor al contagio perdió la capacidad de disuadir, la segura aplicación de la ley debe llenar el vacío.

Cuando el miedo a enfermar recobre por sí solo una influencia decisiva, será demasiado tarde. Sufriremos, entonces, el colapso de los servicios médicos y muertes que pudieron ser evitadas.

El éxito inicial del país contra la pandemia es producto de oportunas decisiones de distanciamiento social. Es un logro admirable, pero sobre él crece una tonta convicción de invencibilidad que, aunada a las pocas consecuencias sanitarias de la pandemia, inspiran en muchos una confianza apta para transformarse en imprudencia.

La verdad es que nuestras capacidades de rastreo son limitadas, como las instalaciones hospitalarias, y, en particular, las camas dedicadas a cuidados intensivos.

Si el país entra en la fase de transmisión comunitaria, el único remedio será un nuevo ciclo de limitaciones al desplazamiento con nuevos y terribles daños a la economía.

En la propia Alajuelita, una semana más tarde, la policía intervino para poner fin a un festejo de quince años en Los Pinos. Ya se sabía de la fiesta anterior y de sus consecuencias, pero la familia de la quinceañera convocó a un grupo aún más nutrido.

La policía encontró a unas 70 personas en una casa decorada para la ocasión. En ese momento, Alajuelita ya estaba entre los cantones declarados en alerta naranja.

Casi al mismo tiempo, trascendió la celebración de un té de canastilla por una familia de once miembros, nueve de los cuales están infectados.

Los familiares y amigos recorrieron el barrio para recoger regalos y tomarse fotos con los allegados de la futura madre, también contagiada.

Mientras la policía intervenía en Los Pinos, otro grupo de oficiales se presentó en La Carpio, por idénticos motivos. La diferencia fue el salvaje ataque sufrido por las autoridades. Dos miembros de la Fuerza Pública fueron heridos con arma blanca y otros seis a golpes y botellazos.

Solo en este caso figuró un extranjero entre los cinco detenidos. Es importante señalarlo porque en las redes sociales no faltó quien atribuyera el incidente a “varios nicaragüenses” y porque existe otro mito, tan peligroso como el de la supuesta invencibilidad del país, según el cual los casos en nuestro suelo son importados.

Hay un significativo número de extranjeros entre la totalidad de infectados, pero muchos contrajeron la enfermedad en el país. Ya estaban aquí, buena parte de ellos en condición migratoria regular o en camino de la normalización.

Eso no significa que debamos bajar la guardia en las fronteras, pero es necesario evitar la tentación de desplazar la responsabilidad hacia otros con olvido de las conductas propias.

Eso puede ser reconfortante, pero también engañoso. Con la salvedad mencionada, todos los festejos citados son de costarricenses.

Basta con abrir los ojos para ser testigo de imprudencias cometidas a diario por nacionales. Negar esa realidad es alentar las conductas irresponsables y ponernos en riesgo de males mayores.