Editorial: Parálisis, retroceso y colapso en Cuba

Inmerso en una crisis aguda y múltiple, el régimen sigue apostando por la inmovilidad y la represión

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Como si la multifacética crisis que padece Cuba no fuera ya extrema, durante las últimas semanas la isla se precipitó en una espiral de deterioro mucho más aguda; incluso, dramática.

Su origen, de sobra conocido, es la naturaleza del régimen: una estructura acartonada, inmovilista, añeja y vacía, que da la espalda al pueblo y sobrevive a fuerza de represión. Su dinámica lo impulsa cada vez más en una sola dirección: el creciente retroceso en las ya paupérrimas condiciones de vida de la población. Y lo que se perfila en el horizonte, por desgracia, no es la esperanza; ni siquiera la posibilidad de frenar el deterioro y administrar la decadencia, sino el colapso económico y social. Mientras, la cúpula del poder cada vez se muestra más distante, sorda e insensible. ¿Hasta cuándo?

Durante varios meses, debido al precario estado de su sistema eléctrico nacional, los apagones han sido prolongados y recurrentes en todo el territorio. A esto se añade, desde principios de mes, un dramático desabastecimiento de combustibles que, además de agravar la escasez de electricidad, prácticamente paralizó el transporte público y privado. Las imágenes de avenidas desiertas en La Habana o de colas interminables de vehículos frente a las gasolineras a la espera de algún atisbo de suministros que no llegan atestiguan la profundidad de una crisis que, aparte de dislocar la vida cotidiana, detiene múltiples actividades productivas.

La inflación es cada día mayor, los salarios alcanzan menos, el peso no deja de perder valor frente al dólar o el euro y, en un sistema monetario desquiciado, hasta el efectivo escasea en bancos y cajeros automáticos. El racionamiento de productos básicos se ha endurecido, y aquellos que se venden fuera de los mercados oficiales tienen precios inasequibles para la mayoría de la población que no recibe remesas de familiares en el exterior.

La migración es una válvula de escape a las tensiones. Según datos de autoridades estadounidenses, durante el pasado año alrededor de 320.000 cubanos (casi el 3 % de la población total) pasaron la frontera entre México y Estados Unidos. A ellos hay que añadir las decenas de miles que han viajado a otros destinos. Esta pérdida de población, en particular jóvenes, no solo es otra muestra del fracaso del régimen, sino que agudiza aún más los problemas a mediano y largo plazo.

Lejos de impulsar reformas económicas urgentes para estimular una mayor producción y de liberalizar, aunque sea de manera leve, la represión interna, la política del régimen es que todo siga igual. El resultado: una aceleración del retroceso y la cercanía del colapso.

Muestra de esta tendencia fue el patético fingimiento de elecciones celebradas el domingo 26 de marzo para escoger e intentar legitimar el simulacro de Parlamento, o Asamblea Nacional, que solo sabe decir sí a lo que le presentan sus jefes. Con una sola lista de candidatos, impuesta por el Partido Comunista, el resultado era conocido. Esto explica el enorme abstencionismo, la única forma en que la población podía manifestar su descontento. El dato real solo lo sabe el régimen, pero que haya reconocido una participación del 75,96 % —contra un 85,65 % en el 2018—, un 6,22 % de votos en blanco y un 3,5 % nulos, da una medida de la magnitud del fracaso, sin duda mucho mayor.

Fue este “parlamento” el que, el pasado miércoles, con predecible unanimidad, ratificó a Miguel Díaz-Canel en su cargo de presidente, por cinco años más. Y, como también era predecible, este volvió a seleccionar a Manuel Marrero Cruz primer ministro y ratificó en sus cargos a la mayor parte del gabinete: más que continuidad, simple y puro inmovilismo.

En una crisis como la actual, un elemental sentido de realidad, necesario incluso para la propia supervivencia del régimen, debería conducir a cambios tanto en los cargos como en las políticas que dan sobradas muestras de su fracaso. La apuesta, sin embargo, es de nuevo por la parálisis. De aquí al colapso, el camino parece cada vez más corto.