Editorial: Otra catástrofe en Corea del Norte

Tras dos años sin reconocer contagios, el régimen reveló un súbito y fuerte impacto de la covid-19

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Desde que hace más de dos años la covid-19 fue detectada en su vecina China y muy pronto adquirió naturaleza pandémica, el régimen de Corea del Norte había insistido en el éxito de su país para mantenerse al margen del virus mediante un cierre casi total de fronteras.

El 8 de este mes esa pretensión dejó de ser proclamada y, en su lugar, el dictador Kim Jong-un declaró una “emergencia máxima” para enfrentar los crecientes contagios.

A una dictadura totalitaria como esa, que se aisló aún más del mundo, e incluso de China, como única vía para contener la pandemia, es poco lo que puede creérsele.

Pero sí podemos estar seguros de que si ahora ha hecho tal reconocimiento público y plantea un cambio abrupto en su discurso, quiere decir que la situación llegó a extremos imposibles de ocultar, como la hambruna que asoló a su población entre 1995 y 1997, con un saldo conservador de 800.000 muertes.

Durante estos dos últimos años, Kim se ha negado a recibir asistencia internacional para combatir la pandemia; ni siquiera aceptó la donación de vacunas de Rusia, China —su protectora— y del mecanismo internacional Covax. Por este motivo, sus 26 millones de habitantes carecen de protección.

Si a esto se añade la malnutrición que afecta a una mayoría y su deficiente sistema de salud, es muy posible que Corea del Norte esté a las puertas de otra catástrofe humanitaria, en la que se combinen enfermedad y hambre.

Carente de otros medios para enfrentar la pandemia, y siempre apegado al control como mecanismo social, el dictador decretó un confinamiento casi total de la población, bajo el argumento de que había sido exitoso en China. Sin embargo, debido a su pésimo sistema de distribución interna y a los bajísimos inventarios de alimentos, ha hecho una excepción con los centros de producción agrícola y manufacturera.

De ahí a que los suministros, aunque fueran suficientes, lleguen a la población, hay una gran distancia: si incluso los chinos han tenido grandes dificultades de logística para la distribución de alimentos entre los confinados, será fácil entender los enormes problemas para los norcoreanos. Entretanto, la concentración de personas en labores agrícolas e industriales creará condiciones para que los contagios se aceleren.

El régimen ha dicho que esas medidas están generando “buenos resultados”, pero a la vez reconoció, el pasado viernes, que la cantidad de personas con “síntomas” de fiebre había superado los dos millones, una cifra que probablemente sea mucho mayor si tomamos en cuenta su poca capacidad de pruebas y monitoreos sanitarios.

No se conocen claramente las causas de la súbita erupción de casos reportados a principios de mes. Sin embargo, es muy probable que estén relacionadas con uno de los tantos ejercicios de movilización a los que es dado el régimen; en este caso, miles de personas que, sin mascarillas, fueron congregadas recientemente en un gran desfile militar para celebrar la creciente capacidad nuclear del país.

Para la dinastía Kim, que ha dominado Corea del Norte durante más de siete décadas, la prioridad nunca ha sido el bienestar de la población, sino el control total del poder y el desarrollo de músculo militar, que nada tiene que ver con su capacidad económica. Hoy el país posee armas nucleares y cada vez invierte más en el desarrollo de cohetes para transportar sus cargas. Mientras tanto, el pueblo padece hambre endémica, a la que se une, ahora, una pandemia sin verdadero control.

Hasta dónde llegará su impacto, es difícil saberlo. Muchos expertos independientes prevén la muerte de decenas de miles de personas. La tragedia, que parece inevitable, quizá logre debilitar a Kim Jong-un, tercera generación de la dictadura familiar, y obstaculice sus programas militares; sin embargo, también es posible que caiga en la tentación de acelerarlos, no importa el costo, e incluso incurra en nuevas provocaciones nucleares. El riesgo, por ello, es múltiple.