Editorial: Negación de la pandemia

Es mucha la tentación de limitarse a desautorizar las teorías de la conspiración con una burla, pero es necesario combatirlas y la ley prevé castigos para hacerlo

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Antes de descartar la negación de la pandemia como otra necedad nacida de la más profunda ignorancia, recordemos las demostraciones de credulidad de las últimas semanas y su potencial destructivo. Hubo gente dispuesta a experimentar con gárgaras de cloro e inyecciones de desinfectante, miles creen en la maléfica intervención de Bill Gates en la diseminación del virus y en algunos países se celebran fiestas de contagio con la peregrina idea de adquirir inmunidad natural.

En naciones tan cultas como el Reino Unido, proliferan los ataques contra las torres de telecomunicaciones 5G, acusadas de reducir las defensas biológicas y facilitar las infecciones, mientras crece la lista de sustancias con propiedades milagrosas contra el virus, desde la plata en polvo hasta el jugo de limón y todo lo imaginable en el medio.

La negación de la pandemia ya apareció pública y desvergonzadamente en Costa Rica. No pasa de ser un corolario de la otra corriente de fantasías, quizá más peligrosa por su aparente moderación, según la cual el virus existe, pero no es tan temible como dice la ciencia médica.

La gripezinha de Jair Bolsonaro, el 99 % de casos “inocuos” de Donald Trump y el mito de la robusta genética mexicana propalado por Andrés Manuel López Obrador son variantes de la misma idea. Todas invitan a correr riesgos innecesarios, menospreciar los medios de protección y explicar la alarma generalizada como una exageración detrás de la cual necesariamente hay inconfesables intereses ocultos.

En los Estados Unidos y otras regiones del mundo, las redes sociales invitan a fotografiar los hospitales para mostrar estacionamientos y salas de espera vacíos. Las fotos se presentan a los crédulos como demostración de la inexistencia de la pandemia. ¿Cómo explicar los espacios vacíos si en verdad hay una emergencia sanitaria? Ni por asomo mencionan los propagadores de falsa información las medidas adoptadas en los centros de salud para evitar aglomeraciones, incluidos los accesos especiales para pacientes de covid-19, la cancelación de intervenciones quirúrgicas electivas y la limitación de consultas externas.

La mentira más perniciosa, si se cumplen las tendencias captadas por los estudios de opinión en Estados Unidos, comenzó a gestarse mucho antes de la aparición de la pandemia. El movimiento contra las vacunas logró sembrar sospechas contra los medios modernos de inmunización al punto de convencer a la mitad de los estadounidenses de no inocularse contra el coronavirus cuando sea posible.

La peligrosa idea recibe refuerzos casi a diario en las redes sociales. En abril, Internet dio cuenta del fallecimiento de siete niños senegaleses después de ser vacunados. Para respaldar la afirmación, mostraban el video de un zafarrancho, con narración en francés. El locutor de la filmación original habla en lenguaje local y cuenta una historia muy distinta. Como la población no permite el ingreso de extraños a sus hogares para evitar contagios, un vendedor de cosméticos se hizo pasar por funcionario del Ministerio de Salud y Acción Social para lograr acceso e intentar comercializar sus mercancías. Los dueños de la casa se dieron cuenta y lo entregaron a las autoridades. A eso se debió la conmoción; nadie fue vacunado y nadie murió. “Nuestros niños están saludables”, declaró la jefa de hogar.

El ministro de Salud, Daniel Salas, describió la negación de la pandemia como una crueldad. Sin duda lo es. Decenas de familias en nuestro país y millones en el mundo lloran a sus seres queridos o encaran secuelas de la enfermedad. La negación de su sufrimiento es abominable, pero no novedosa. Los padres de 20 niños de entre 6 y 7 años asesinados en la escuela Sandy Hook, en Connecticut, sufren acoso de quienes los acusan de haber fingido la masacre. Los tribunales se han visto obligados a intervenir para protegerlos. No podíamos esperar otra cosa con la pandemia.

Pero la crueldad de la negación encierra también un grave peligro para los crédulos y, mientras no haya vacuna, para los demás ciudadanos y para la economía, fuente de muchos otros sufrimientos. La ignorancia y la mala fe no tienen rival como difusoras del virus. Es mucha la tentación de limitarse a desautorizarlas con una burla, pero es necesario combatirlas, y la ley prevé castigos para la difusión malintencionada de falsedades capaces de afectar la salud pública.