Editorial: Los claroscuros de Henry Kissinger

Su legado, plagado de anversos y reversos, marcó un antes y un después en la geopolítica del siglo XX

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Sobre muy pocas personas puede decirse, sin temor a equivocarnos, que marcaron un antes y un después en la geopolítica. Dentro de este escaso grupo estuvo Henry Kissinger, consejero de seguridad nacional y secretario de Estado de Estados Unidos durante casi una década, quien falleció el miércoles a los 100 años de edad. Deja tras de sí una huella tan extensa como profunda, en la que sus logros históricos coexisten con notorios episodios de grandes costos humanos.

Nacido en una pequeña ciudad bávara, su familia judía pudo huir de Alemania en 1938, cuando ya el terror hitleriano había convertido el antisemitismo en variable crítica de su modelo totalitario. En Estados Unidos, cuya nacionalidad adquirió en 1955, desarrolló una brillante carrera académica, de la que saltó al ámbito gubernamental.

Desde su cercanía a Nelson Rockefeller, gobernador de Nueva York, quien admiró y se nutrió de su vigor intelectual, saltó a la Casa Blanca en 1969, durante el apogeo de la Guerra Fría. Primero fue asesor de seguridad nacional y luego también secretario de Estado del presidente Richard Nixon. Cuando este se vio forzado a renunciar en 1974, por el escándalo de Watergate, se mantuvo en el cargo con su sucesor, Gerald Ford.

Desde esas posiciones, que lo dotaban de enorme influencia mundial, puso en práctica la noción de que el balance de poder, la razón de Estado y la estabilidad son los principios centrales para definir el éxito o “bondad” de las decisiones políticas internacionales. En este modelo operativo, la condición y dignidad humanas se convierten en elementos subsidiarios. Cuentan, sí, pero pueden sacrificarse o postergarse en aras de objetivos estructurales que, a la larga, quizá es posible que repercutan en mayor bienestar colectivo, aunque también en tragedias colectivas.

En la parte más brillante de su influencia destaca, en primer lugar, haber detectado y aprovechado, junto con Nixon, la ruptura emergente entre la Unión Soviética y China, los dos gigantes comunistas de entonces, normalizar las relaciones con Pekín y, asentado en esta nueva realidad, obtener concesiones de los soviéticos. Fue su mayor éxito estratégico, que condujo a acuerdos sobre control de armas con Moscú e introdujo mucha mayor estabilidad y certeza en el entorno mundial.

Tras la guerra de Yom Kipur entre Israel y Egipto, en 1973, su frenético activismo diplomático abrió el camino para que el presidente Jimmy Carter impulsara el acuerdo de paz de Camp David, que condujo a la devolución de la península del Sinaí a los egipcios, su reconocimiento del Estado israelí y la normalización de relaciones entre las partes.

Estos notables aportes fueron opacados por la extensión de la guerra de Vietnam, que concluyó con la caída de Saigón en 1975, y los bombardeos de Camboya y Laos, que generaron enormes bajas civiles, aconsejados por Kissinger. En 1971 avaló el genocidio cometido por Pakistán contra el pueblo bengalí en la guerra que condujo a su partición y la creación de Bangladés. Y se le atribuye un turbio papel en la gestación del golpe de Estado de 1973 contra Salvador Allende, en Chile, y el virtual visto bueno que dio a la represión desatada por el régimen de Augusto Pinochet. Sin embargo, tampoco se pueden desdeñar los factores internos que influyeron en estos hechos.

También en 1973, en una decisión muy controvertida, le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz junto con Le Duc Tho, líder político y representante de Vietnam del Norte en las extensas negociaciones de paz en París, que en otro momento el propio Kissinger había desdeñado.

Tras su salida del gobierno, desde la exitosa empresa de consultoría que creó, o como actor privado, mantuvo un alto grado de influencia global, como consejero o intermediario. Además, llevó a cabo una interminable actividad intelectual, con 21 libros publicados a lo largo de su vida; el último, en coautoría, fue sobre inteligencia artificial. En julio de este año, ya con 100 años, viajó a China por invitación del presidente Xi Jinping, quien lo utilizó como canal para restañar algunas profundas fisuras en las relaciones con Estados Unidos, algo que ha ocurrido.

Los seres humanos somos contradictorios, algunos más que otros, y las contradicciones tienen grandes efectos cuando se manifiestan en el enorme poder de una potencia como Estados Unidos. Esto hace que los claroscuros de Henry Kissinger sean particularmente notorios. Por esto, al pasar hoy revista a su legado, corresponde resaltar tanto sus anversos como reversos, sin complacencias, pero también con reconocimiento de la impronta que dejó.