Editorial: La redención por las palabras

Con una trayectoria de casi 60 años, iniciada en 1963, José León Sánchez y Julieta Pinto iluminaron perspectivas hasta entonces desconocidas en nuestras letras

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A finales del año pasado, el medio literario y cultural costarricense se vio sacudido por el fallecimiento de dos de sus figuras más sobresalientes y queridas, José León Sánchez y Julieta Pinto. Con una trayectoria de casi 60 años, iniciada tras la publicación de sus primeros libros, en 1963, ambos narradores iluminaron perspectivas hasta entonces desconocidas en nuestras letras y se distinguieron por sus historias cargadas de crudo realismo, sensibilidad social y firme compromiso hacia los sectores más vulnerables del país. Los dos creyeron en la capacidad transformadora del arte para cambiar la vida propia y la de los otros. Y esta es una lección que no debemos olvidar.

A simple vista podría pensarse que no hubo escritores más disímiles, por sus diferencias de clase, educación, experiencia de vida y tratamiento de los temas literarios. Por encima de esto, sin embargo, se alza el convencimiento de ambos de que la literatura contribuye al entendimiento de la condición humana y trasciende las condiciones históricas concretas. Tal vez el caso paradigmático sea el de José León Sánchez, cuya existencia parece sacada de una de sus célebres novelas. Después de haberse criado en un hospicio y ser un niño de la calle y delincuente juvenil, y de involucrarse en uno de los casos más célebres de la historia criminal de Costa Rica, se dedicó a escribir. Muchas veces narró cómo los libros leídos y escritos lo salvaron de una muerte prematura o del futuro que la violencia y la miseria le tenían reservado como un callejón sin salida.

Julieta Pinto fue una mujer valiente que no quiso ceñirse a los dictados de su clase social. Luchó toda su vida por tener esa “habitación propia” que la novelista inglesa Virginia Woolf reclamó como condición necesaria para que las escritoras asumieran la palabra que les había sido negada por siglos. Fue una narradora pausada, con la parsimonia y determinación que alaban quienes la conocieron. Publicó su primera obra a los 41 años y falleció a los 101, en la cumbre de su lucidez. En el 2021, una importante editorial española reeditó su obra maestra, El despertar de Lázaro, escrita originalmente a los 72 años, y la crítica la celebró como una de las grandes autoras hispanoamericanas.

Sánchez se mantuvo en una frenética actividad hasta el final de sus días, a los 93 años —aunque él mismo decía que era más viejo y que había sido registrado ya siendo niño en el hospicio—, y la reciente adaptación de su obra más famosa, La isla de los hombres solos, por parte del Teatro Espressivo, lo llenó de una asombrosa vitalidad. El nombre de José León Sánchez estará por siempre asociado a esa historia de infamia, sufrimiento y resistencia sobrehumana que sucede en la isla San Lucas, basada en el testimonio de generaciones de prisioneros que pasaron por el siniestro penal, como el propio autor, y que le dio al costarricense un lugar destacado en la literatura carcelaria internacional.

Fiel a sus orígenes, Sánchez abogó siempre por los derechos de los privados de libertad y en sus últimos años reclamó que sus condiciones eran peores que en la época en la que él sufrió cárcel, tortura e iniquidad. La isla de los hombres solos, un título inolvidable, como pocos en la narrativa costarricense, fue el primer libro superventas de un autor centroamericano. Desde México la novela se internacionalizó en la década de los setenta al resto de Iberoamérica y fue adaptada al cine y a otros medios hasta volverse un clásico.

En 1984, Sánchez publicó su obra más lograda y ambiciosa, Tenochtitlán. La última batalla de los aztecas, en la que rindió homenaje a la gesta histórica del país que lo acogió sin prejuicios y lo catapultó a la fama. Como todos sus libros, la novela expresa la visión de los condenados de la tierra que solo tienen un hilo de voz para hacerse oír. La tarea del escritor, entonces, como lo hizo el autor desde sus primeros cuentos autobiográficos, es recobrar esas voces y salvarlas del olvido.

Julieta Pinto también se puso del lado de los marginados, de los sin tierra, de los que no tienen nada. Durante muchos años estuvo ligada al Patronato Nacional de la Infancia (PANI), al Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) y al Instituto de Tierras y Colonización (ITCO) —actual Instituto de Desarrollo Rural (Inder)—, y su literatura es el resultado de su contacto con la más dolorosa realidad del campo y la ciudad, en títulos como Cuentos de la tierra (1963), Si se oyera el silencio (1967), Los marginados (1970), A la vuelta de la esquina (1975) y Abrir los ojos (1982), al lado de sus grandes novelas sobre el sentido de la vida, como El despertar de Lázaro.

Tal vez una característica común en nuestros dos autores haya sido la belleza poética de sus títulos, como los ya mencionados de Julieta Pinto, o La isla de los hombres solos, Los gavilanes vuelan hacia el sur (1980), La luna de la hierba roja (1983) y Campanas para llamar al viento (1987), entre muchos otros, de Sánchez.

Ambos autores hicieron de la literatura una forma de vida y también de redención del ser humano, en una fe inquebrantable en las capacidades del individuo para superar la violencia social a la que es sometido por una sociedad injusta y desigual. La literatura de José León Sánchez y Julieta Pinto tiene mucho que decirnos en un siglo lleno de desafíos. El mejor homenaje que podemos hacerles es reeditar su obra y releerla.