Editorial: Juego con fuego en Corea

Estados Unidos conduce uno de los conflictos más delicados de su política exterior, con Corea del Norte, mediante mensajes de 280 caracteres, emitidos por Twitter a cualquier hora en que la inspiración sorprenda al presidente.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Cuando el déspota norcoreano Kim Jong-un recuerda al mundo la permanente presencia de un botón nuclear en su escritorio, simplemente llena las expectativas creadas por uno de los regímenes más despiadados del planeta. Cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, responde con la gracejada de solicitar a algún miembro del “famélico” gobierno de Pionyang informar a Kim sobre su propio botón nuclear, más grande y poderoso, el mundo contempla boquiabierto.

El intercambio de insultos y amenazas toma la forma de una disputa en medio recreo escolar. Kim acusa a Trump de ser un viejo demente. El estadounidense no toma nota del cuestionamiento a su estabilidad mental, pero acusa recibo de la alusión a su edad y se pregunta por qué Kim lo llama viejo cuando él nunca le señalaría su gordura y poca estatura. Trump le pone apodos a Kim (el Cohetero) y el norcoreano responde con nuevos desafíos.

La forma de la disputa, en el mejor de los casos ridícula, no puede hacernos olvidar su fondo siniestro. El intercambio de gracejadas infantiles aumenta la posibilidad de una confrontación nuclear con cientos de miles, o millones, de víctimas. La completa destrucción de Corea del Norte no está en duda. Solo resta saber cuánto daño podría causar Kim en Corea del Sur, Japón o los propios Estados Unidos.

Washington tiene perdida la guerra retórica. Pionyang se mueve con comodidad en un ambiente hasta hace poco impensable para la dignidad de la Presidencia estadounidense. El régimen de Kim nada ha perdido, pero la comunidad internacional se ve obligada a reconsiderar el papel de los norteamericanos.

Los defensores de Trump proponen una extraña teoría para explicar las erráticas actitudes del mandatario. Según dicen, todo responde a un deliberado esfuerzo para hacerse pasar por “loco” o impredecible. Esa condición, en sí misma, debería inspirar temor en los rivales. Es decir, pretende vender la idea de un mandatario capaz de presionar, en un intempestivo arranque, el botón nuclear.

Los peligros de semejante idea son obvios. Es imposible medir la sensibilidad de los disparadores de Kim. ¿En qué momento el líder paranoico de un régimen igualmente paranoico pierde los estribos y desencadena una hecatombe? Trump alimenta el sentimiento de asedio cuando utiliza su cuenta de Twitter, como lo hizo en setiembre, para decir que Kim no estará con nosotros mucho tiempo más. Entonces, el norcoreano confirma la necesidad de desarrollar armas nucleares capaces de disuadir a Washington. Es cuestión de supervivencia y eso no se negocia.

El estupor crece cuando Trump remata su ostentación del botón más grande y poderoso con la frase “y sí funciona”. Implícita está la duda sobre la capacidad técnica de Pionyang y una invitación a demostrarla. El efecto de estos excesos sobre los aliados de Washington más próximos a la línea de fuego no fortalece la mano estadounidense. Corea del Sur impulsa un diálogo con el Norte del cual los norteamericanos podrían verse excluidos.

Si la despreocupada retórica es motivo de alarma, el medio utilizado para transmitirla es, también, atemorizante. Estados Unidos conduce uno de los conflictos más delicados de su política exterior mediante mensajes de 280 caracteres, emitidos por Twitter a cualquier hora en que la inspiración sorprenda al presidente.

Costa Rica está muy lejos de las regiones que podrían verse afectadas en caso de una confrontación en la península coreana, pero ninguna nación se libraría totalmente de las consecuencias que, ojalá, no se materialicen nunca.