Editorial: Impactos y retos de El Niño

El evento climático cíclico se aceleró debido al calentamiento global y tiene repercusiones en varios países

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Devastadoras sequías, aumento en las temperaturas, desplome en la disponibilidad de recursos pesqueros, oleajes extremos, deterioro de hábitats marinos e incremento en la cantidad e intensidad de los huracanes son los principales efectos del fenómeno de El Niño, evento climático cíclico que se manifiesta cada cierto número de años debido al calentamiento de las aguas del océano Pacífico central y oriental, entre Perú y Colombia. Sin embargo, su impacto va más allá y alcanza a Centroamérica.

Este año comenzó a manifestarse en junio, con una severidad desusada, debido a su interacción con un proceso más amplio: el generalizado calentamiento global. Sus efectos es probable que se acentúen: los de El Niño, por varios meses más; los del deterioro climático, por decenas de años, a menos que se tomen medidas decididas para frenarlo. Aunque no estamos entre los países más perjudicados, los efectos ya los sentimos aquí.

A finales de mayo, la sequía y el manejo del año anterior hicieron que el embalse Arenal llegara a su punto más bajo en diez años. Como resultado, cayó su capacidad de generación eléctrica, que debió ser sustituida por plantas térmicas y mayores importaciones de Centroamérica, con dos efectos muy adversos: incremento de la contaminación y en las tarifas.

Según cálculos del Instituto Meteorológico, divulgados el 9 de julio, el aumento en la temperatura y la caída en las precipitaciones en el Pacífico central y norte y, en menor medida, en el Valle Central, ya no se extenderá hasta diciembre, como estimó al principio, sino a marzo del 2024. En cambio, las lluvias se intensificarán y las temperaturas bajarán en el Caribe y la zona Huetar norte.

También la sequía perjudica seriamente la agricultura y la ganadería en Guanacaste, mientras el proyecto para llevar agua a los sitios más afectados sufre imperdonables retrasos, a los que nos hemos referido en otros editoriales.

El incremento de entre 1 y 2 ºC de las temperaturas normales del Pacífico ocasiona una caída generalizada en la capacidad de pesca. En nuestro caso, según un reportaje que publicamos el sábado, la merma oscila entre el 25 y el 40 %, según los métodos y la capacidad de las embarcaciones, y, para suplir en parte esa merma, aumenta el tiempo dedicado a cada faena. Los pescadores artesanales son los más afectados; sin embargo, incluso las embarcaciones atuneras internacionales autorizadas para operar en nuestra zona económica exclusiva perciben una baja en su actividad. Esto, a su vez, reduce el abastecimiento de la industria enlatadora nacional.

El fenómeno es responsable también de que en semanas recientes se incrementara el oleaje en Caldera, Puntarenas, y otras costas, según informó Omar Lizano Rodríguez, oceanógrafo de la Universidad de Costa Rica. El blanqueamiento masivo de corales, resultado de la conjunción entre El Niño y el calentamiento global, debilita la protección contra las tormentas y la función de los arrecifes como hábitats para especies comerciales de peces, según la especialista en pesquería y cambio climático Tayler M. Clarke.

El impacto de todo lo anterior en la producción, el empleo y el bienestar de decenas de miles de familias es evidente; peor aún, quienes más lo están sintiendo son personas ya de por sí en situaciones precarias o desfavorecidas. A El Niño no lo podemos controlar mediante políticas públicas, pero estas sí pueden, al menos, contribuir a gestionar sus efectos de la mejor manera posible. Debe, por ejemplo, acelerarse el proyecto de riego para Guanacaste, estimular fuentes de empleo alternativas en las zonas costeras más afectadas, mejorar las prácticas agrícolas y ganaderas y reforzar el tejido de apoyo social a quienes no serán capaces de superar los efectos inmediatos de su deterioro económico.

En el ámbito de la generación eléctrica, la buena planificación, siempre clave, es escasa. Pero no basta con ella si faltan estrategias de más amplio espectro para estimular la producción privada con fuentes renovables y crear esquemas que fomenten la generación distribuida desde hogares e industrias. En todo esto, las omisiones y retrasos también son múltiples.

El Niño pasará; sus efectos, en cambio, se quedarán. Además, nada indica que el calentamiento global se detendrá a corto o mediano plazo. Son razones de más para no dormirnos en los laureles.