Editorial: Cuentos de traileros

Ahora, los traileros dicen ‘perdonen, no fue la intención’. Eso no es cierto. El dolor ajeno fue la intención y el método. Sin él, no tiene sentido cerrar una vía. La lista de agraviados es larga y se impone preguntar, a quienes hoy ofrecen disculpas, por qué se creen con derecho a infligir tanto sufrimiento.

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“Pedimos disculpas al pueblo de Costa Rica y al sector productivo por los daños ocasionados”, declararon dirigentes del reducido grupo de traileros incorporados a los recientes cierres de carreteras. “Lamentablemente, en estos movimientos, alguien sale dañado”, añadieron.

Planteada con ese grado de generalidad, la petición de disculpas se diluye en un universo, no se sabe cuán grande, de “álguienes” afectados, todos sin nombre ni rostro. Tampoco hay inventario de los daños concretos, pero es indispensable hacerlo para calibrar las dimensiones de las disculpas solicitadas.

Pedimos disculpas, debieron decir los traileros, a los pacientes necesitados de traslado a centros médicos del Valle Central y a los enfermos en espera de atención por especialistas que no pudieron llegar a las zonas aisladas. Otros 1.250 perdieron citas o la oportunidad de sanar gracias a una intervención quirúrgica. Es indispensable pedirles disculpas a ellos y a sus seres queridos por supeditar arbitrariamente sus vidas y bienestar a una serie de reclamos difusos, incluida la caprichosa preocupación por la política educativa y la permanencia del titular del ministerio encargado.

A los pacientes, los convirtieron en rehenes, adrede, como queda claro por el explícito reconocimiento de que siempre “alguien sale dañado”, como si fuera razonable esperar y aceptar un grado de perjuicio colateral cuando un sector decide expresar agravios por medios violentos.

El daño a terceros inocentes no lo descubrieron los transportistas el martes. Lo sabían desde el primer día. Siempre tuvieron intención de dañar a tantos “álguienes” como fuera posible porque el método de cerrar vías parte de que cuanto mayor daño, tantos más damnificados y probabilidad de éxito.

Por eso también deberían pedir disculpas a los exportadores que perdieron $10 millones diarios; no obstante, cometerían una injusticia si olvidan a los humildes trabajadores del campo, incapaces de ganar el sustento diario en sus arduas labores porque las fincas detuvieron las operaciones de cosecha y empaque para no perder el producto en carretera.

Por idénticas razones, las peticiones de disculpas deben referirse, en concreto, a los empresarios turísticos, especialmente, a los del Caribe sur, y también a sus empleados y a los trabajadores independientes dedicados a vender bienes y servicios a los visitantes extranjeros. Pedir disculpas a los turistas, atrapados en presas o que se vieron impedidos de llegar a sus destinos, puede resultar ocioso porque muchos se habrán marchado para no volver. Sin embargo, merecen el desagravio.

Las peticiones de disculpas deben hacerse extensivas a los productores de leche de San Carlos, donde se perdieron 576.000 kilos de producto cada día. También a los choferes de cisternas, obligados a transitar por arriesgadas rutas alternativas para sacar tanta leche como fuera posible. Y hablando de choferes, deben pedir disculpas a centenares de traileros, varados durante horas y días, mientras un puñado de ellos hacía su voluntad por la fuerza. En esos tráileres había productos e insumos industriales, así como bienes del comercio. Los trabajadores y empresarios de ambos sectores también se cuentan entre los perjudicados.

Deben los traileros pedir disculpas a niños y ancianos encerrados en vehículos bajo el sol, sin acceso a servicios sanitarios, medicinas o alimento. También a un sinnúmero de ciudadanos sin opciones para volver a sus hogares o cumplir sus compromisos, como los pasajeros encallados en las terminales de buses, algunos sin dinero para pasar la noche.

La lista de “álguienes” agraviados es mucho más larga y se impone preguntar a quienes hoy piden disculpas por qué se creen con derecho a infligir tanto sufrimiento para luego decir “perdonen, no fue la intención”. Eso no es cierto. El dolor ajeno fue la intención y el método. Sin él, no tiene sentido cerrar una vía. Por eso, los traileros no se ubicaron en algún remoto camino vecinal rodeado de rutas alternativas. No vengan ahora con cuentos.