Editorial: Chile en una nueva era política

La llegada de Gabriel Boric a la presidencia es parte de una transformación de amplio espectro. El pronóstico sobre el futuro es aún reservado, pero existen razones para ser optimistas

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Tras ser elegido en una segunda vuelta con el 55% de los votos, el izquierdista Gabriel Boric tomó posesión de la presidencia de Chile el 11 de marzo. La investidura fue un hito clave en un proceso signado también por otros elementos, cuyo conjunto permite decir que el país ha entrado en una nueva era política. Sus resultados aún están por verse, en medio de una serie de interrogantes. No cabe duda, sin embargo, de que la anterior etapa, con las enormes virtudes que tuvo, al devolver a los chilenos una sólida democracia, estabilidad e indiscutible progreso material, se había vaciado de un apoyo ciudadano suficientemente robusto. El cambio, por tanto, era necesario.

El primer gran paso del proceso de transformación política se produjo cuando, tras las grandes —y a menudo violentas— protestas sociales en octubre y noviembre del 2019, el presidente Sebastián Piñera y las fuerzas democráticas chilenas llegaron a la conclusión de que la respuesta a los reclamos ciudadanos debía canalizarse rápidamente, mediante la institucionalidad. Fue una notable muestra de madurez. Con la firma en el Congreso, el 15 de noviembre, de un Acuerdo por la paz y la nueva Constitución se abrió el proceso que derivó en el referendo del 25 de octubre del 2020. En él, tres cuartas partes del electorado votó por encomendar a una asamblea, elegida especialmente para ese propósito, la redacción de una nueva ley fundamental.

El 14 y 15 de mayo del 2021 se realizaron las elecciones para seleccionar a los miembros. El resultado fue una composición sumamente fragmentada, pero los candidatos independientes o vinculados a grupos emergentes, con distintos matices de izquierdismo, ambientalismo, feminismo y etnicismo, fueron los principales ganadores. Esto explica que a lo largo de estos meses, mediante un proceso en que por la necesaria aprobación de dos tercios las negociaciones hayan sido muy intensas, muchas de sus reivindicaciones se hayan incorporado al proyecto. Pero los mayores ejes han estado movidos por los reclamos de redistribución del ingreso, mayor acceso a la salud y la educación, reforma a los regímenes de pensiones y una participación más amplia del Estado en la economía.

Todavía no se conoce el texto final que, tras su aprobación por ese órgano, deberá ser ratificado en otro referendo en el segundo semestre de este año. Todo indica, sin embargo, que se inclinará hacia una serie de disposiciones y compromisos que implicarán fuertes erogaciones fiscales, lo que podría amenazar la estabilidad y crecimiento del país. Este es uno de los retos que, eventualmente, Boric deberá enfrentar; otro será un legislativo en el que no tiene mayoría y, finalmente, las exigencias de algunos de sus aliados más extremistas en la coalición que lo llevó al poder.

Su toma de posesión, además de hito, es el otro paso clave de la nueva era política que apenas comienza. El éxito de su candidatura, recordemos, estuvo impulsado por una recomposición y reposicionamiento de las fuerzas políticas tradicionales que, desde el fin de la dictadura, condujeron el proceso de transformación chileno hacia una democracia y economía dinámica, pero con evidentes falencias que, a la larga, pasaron la cuenta. Muestra de ese cambio en los alineamientos fue que a la segunda ronda concurrieron los dos candidatos (el propio Boric y José Antonio Kast) que representaban dos polos opuestos del espectro electoral, muy distintos al centrismo que caracterizó los anteriores 30 años.

La evolución del actual presidente, desde posiciones radicales a otras mucho más equilibradas y sensatas, ha sido evidente y le damos la bienvenida. Además, celebramos su reiterado compromiso con la democracia, que se refleja tanto en su actitud hacia las instituciones y las fuerzas opositoras internas como en su rechazo a todo tipo de dictadura o violación de los derechos humanos, incluidas las que se definen como de izquierda.

El conjunto de interrogantes, aún abierto, hace que, por ahora, el pronóstico sobre las implicaciones y resultados de esta nueva era política deba ser reservado. La gran ventaja es que ha nacido dentro de un sólido marco democrático e institucional, con dirigentes mayormente responsables y un electorado que también ha dado muestras de madurez. La gran tarea ahora es manejar todas estas variables, en un contexto económico desafiante, de la mejor manera posible para bien de todos los chilenos.