Editorial: Campaña contra las vacunas

Las redes sociales y la Internet propician la proliferación de informaciones falsas contra la vacunación, muchas veces con apariencia de ciencia. Los altos índices de salud de nuestro país se deben, en gran parte, a eficaces programas de vacunación, pero eso no nos pone a salvo de los embates de las redes sociales.

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El médico inglés Andrew Wakefield relacionó en 1998 la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola con el autismo. El colegio de médicos le retiró en el 2010 la licencia profesional por sus actuaciones deshonestas e irresponsables. Según las autoridades médicas británicas, Wakefield utilizó métodos incorrectos para llegar a conclusiones falsas. Las investigaciones serias, por el contrario, confirman la seguridad de la vacuna y exigen aplicarla como única estrategia de salud pública apta para erradicar los peligrosos padecimientos.

Para los aficionados a las teorías de la conspiración, y otros fanáticos de toda estirpe, ya era demasiado tarde. La falsa relación entre la triple vacuna y el autismo se difundió por todo el mundo y llegó a figurar en los debates presidenciales estadounidenses del 2016 por boca del entonces precandidato Donald Trump.

Las redes sociales y la Internet propician la proliferación de informaciones falsas contra la vacunación, muchas veces con apariencia de ciencia. El peligro es enorme porque se trata de enfermedades capaces de causar daños permanentes e incluso la muerte. El riesgo no es solo para quienes se niegan conscientemente a la vacunación, llevados por la ignorancia, sino también para quienes omiten protegerse por otros motivos.

Los altos índices de salud de nuestro país se deben, en gran parte, a eficaces programas de vacunación, pero eso no nos pone a salvo de los embates de las redes sociales. Una página de Facebook titulada “Despierta Costa Rica” difunde las consignas de los enemigos de las vacunas. No es la única publicación de su tipo y la confusión de residentes locales está lejos de ser el único peligro. Las enfermedades también cruzan fronteras.

Los exitosos programas de vacunación nacionales prácticamente erradicaron el sarampión hace muchos años. Estar libres de la enfermedad causante de 110.000 muertes en todo el mundo, en el 2017, era razón de tranquilidad y orgullo. Este año, tres turistas franceses, ninguno de ellos vacunados, trajeron la enfermedad al país. Poco después se supo de una pareja de religiosos estadounidenses cuyos nueve hijos no fueron vacunados y están en cuarentena, cuatro de ellos enfermos en Cóbano, Puntarenas.

La fascinación de los moralistas religiosos por la sexualidad hace de la vacuna contra el virus del papiloma humano un blanco favorito. Por alguna extraña razón, la asocian con el despertar prematuro a la vida sexual. Por supuesto, la vacuna no causa ninguna reacción fisiológica de esa naturaleza y confiar en el temor al virus como disuasivo de las relaciones sexuales es francamente estúpido. Sin embargo, cuando la Caja Costarricense de Seguro Social anunció la vacunación de las niñas a partir de los diez años, fue como si estuviera abogando por las relaciones prematuras.

Quizá por la falta de peso de los argumentos “morales”, también se desató una campaña sobre una falaz relación entre la vacuna y la “activación” de células cancerígenas en el cuello uterino. Esa enfermedad es, precisamente, la que se procura prevenir mediante la vacuna porque la infección generada por el virus del papiloma provoca cáncer en el cuello del útero, uno de los más frecuentes en los países en desarrollo, en los cuales la Organización Mundial de la Salud estimó la aparición de unos 570.000 casos en el 2018.

En declaraciones dadas a La Nación y publicadas el 25 de marzo, la epidemióloga Leandra Abarca solo puso el agua potable por encima de la vacunación entre los grandes logros de la salud pública. “Ni siquiera los antibióticos han ejercido un efecto tan importante para la reducción de la mortalidad”. La lista de enfermedades erradicadas o limitadas gracias a la vacunación confirma sus palabras.