Editorial: Cambio geopolítico en Europa

La incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN es una decisión histórica, que reforzará la seguridad europea

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Lo que hasta el 24 de febrero era solo una opción posible en el futuro para Finlandia y Suecia se convirtió desde esa fecha en una necesidad urgente. Cuando ese día por voluntad propia y sin justificación alguna Rusia invadió Ucrania, tanto los principales dirigentes como una gran mayoría de la población en esos dos países nórdicos llegaron a una conclusión: su statu quo defensivo era insuficiente para garantizar su seguridad frente al vecino agresor.

No bastaba ya con mantener una neutralidad armada, asentada, entre otras cosas, en la sólida industria militar de alta tecnología sueca, o las robustas fuerzas militares finlandesas, parte de una política defensiva con fuertes raíces sociales. Suecia había seguido esta política durante dos siglos, y así logró mantenerse al margen de los conflictos europeos; Finlandia la adoptó luego de repeler a los soviéticos en 1939 para evitar nuevas agresiones de su parte. Esto les proporcionó suficiente estabilidad, aunque en medio de constantes inquietudes sobre las intenciones y acciones del poderoso vecino.

La guerra de agresión desatada por Vladímir Putin contra Ucrania convirtió sus justificadas inquietudes en un sentido de inaceptable vulnerabilidad. Por esto, ambos países dieron el paso de romper las respectivas tradiciones, y emprender la ruta para incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), integrada por Estados Unidos, Canadá, 28 países europeos y un euroasiático, Turquía.

La decisión de Finlandia fue anunciada oficialmente el domingo; la de Suecia, este lunes. Se espera que en el curso de esta semana presenten conjuntamente su solicitud de adhesión, a la que el secretario general de la Alianza prometió darle prioridad, aunque el proceso puede durar alrededor de un año, por requerir la ratificación unánime de los parlamentos. Mientras esto ocurre, tanto el Reino Unido como Noruega y Dinamarca ofrecieron que, ante cualquier eventual riesgo, acudirán en su defensa.

El impacto de esta adhesión puede calificarse, sin temor a exageraciones, de histórica. Alterará profundamente, en beneficio de la seguridad democrática, la geopolítica europea y dejará a Putin en un pésimo predicamento estratégico: con Finlandia como miembro, la frontera rusa con la OTAN aumentará en 1.340 kilómetros, el doble de lo actual; mejorarán las posibilidades defensivas de las antiguas repúblicas soviéticas bálticas (Estonia, Lituania y Letonia) y de todo el norte europeo.

Suecia ha dicho que no aceptará, por ahora, bases militares o el emplazamiento de armas nucleares en su territorio; Finlandia es de la misma idea, y en buena hora. Pero nada de esto impedirá que, una vez en la OTAN, ambos países queden cobijados por el artículo 5 de la Carta Atlántica, según el cual la agresión contra un miembro será considerada una agresión contra todos y que sus fuerzas armadas se integren plenamente en la estructura de la organización.

Si mediante su perversa invasión a Ucrania Putin buscaba, mediante una represalia feroz contra el vecino más débil, evitar que otros países se incorporaran a la OTAN, consiguió lo contrario. Se trata de un craso error de cálculo más, que se une a las equivocadas presunciones sobre una rápida derrota de las fuerzas ucranianas, una débil respuesta de las democracias occidentales y la poca capacidad de estas para coordinar sus acciones en los campos diplomático, militar y económico.

Nada de esto ha sucedido, sino todo lo contrario: un estrepitoso fracaso militar tras casi tres meses de guerra, acompañado por una erosión aguda de su músculo bélico, pérdida de prestigio militar y diplomático alrededor del mundo, una economía debilitada y una Ucrania que, en medio de su pérdidas materiales y humanas, ha renovado su sentido de nacionalidad, algo que Moscú pretende desconocer.

Con la decisión de Suecia y Finlandia, su propia seguridad y la de Europa ganarán. Esto no quiere decir, necesariamente, que la de Rusia pierda, sino que el aventurerismo imperialista desplegado en Ucrania nunca será de recibo. La esperanza es que a mediano plazo la nueva realidad allane el camino para un cambio de actitud del régimen ruso. Aquí, los signos de interrogación son muy grandes.