Conductas paralelas

Cría cuervos y te sacarán los ojos...

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Las recientes incursiones armadas de Corea del Norte en la zona desmilitarizada que la separa de Corea del Sur, en clara violación del armisticio vigente desde 1953, parecieran emular los ejercicios bélicos realizados por China frente a las costas taiwanesas el mes pasado. Siguiendo los pasos del régimen de Pekín, la dictadura de Pyongyang decidió amenazar a su vecino democrático en víspera de elecciones y con fines evidentemente intimidatorios. Porque, como ocurre con su mecenas chino, a los dogmáticos jefes de Pyongyang les resulta odiosa una ventana de pujanza económica y libertades políticas tan cercana a sus súbditos. Y, frente a las conquistas inobjetables del sistema democrático, despotismos como el chino o norcoreano no tienen más respuesta que la fuerza bruta, el predominio de las armas y la represión sobre los derechos inalienables del individuo.

Sin embargo, estos desmanes también han sido alentados por los equívocos de las principales naciones democráticas. En especial, la actitud ambigua de Estados Unidos frente a las violaciones de los derechos humanos en China y la escalada nuclear norcoreana ha sido interpretada como una luz verde para el chantaje. En el caso de China, la persecución de disidentes y el amordazamiento de cualquier amago de libertad de expresión han sido premiados con nuevas y generosas prebendas comerciales que deparan miles de millones de dólares anuales a la tiranía. Las reiteradas denuncias sobre el uso de prisioneros políticos y de niños para fabricar muchos de los productos con ingreso privilegiado al mercado norteamericano, permanecen ignoradas en algún archivo oficial de Washington, indiferencia compartida por numerosos países industriales.

No menos decepcionantes han sido las inconsistencias de la administración estadounidense y de varios de sus aliados en torno a los proyectos nucleares de Pyongyang. Conforme al modelo estalinista, la producción de armamentos domina la pauperizada economía norcoreana. La hambruna que se cierne sobre la población no ha impedido el desarrollo de modernos cohetes y, más recientemente, de explosivos atómicos, combinación ominosa que amenaza no solo a Corea del Sur sino, además, a Japón y las bases norteamericanas del Pacífico. Peor aún, la venta de cohetes a Irán abre la posibilidad de que, dotados con armamentos nucleares, los proyectiles acaben en manos de grupos terroristas.

Con este trasfondo, desde 1993 la administración en Washington inició conversaciones con Corea del Norte que derivaron en un trato mediante el cual Estados Unidos proporcionaría fondos millonarios a cambio, supuestamente, de que Pyongyang cesara la producción de armas nucleares. Por desgracia, no se estipularon -ni existen- mecanismos confiables de verificación y, de paso, los emisarios norteamericanos dejaron entrever un reconocimiento diplomático y prebendas adicionales reclamadas ahora por los herederos de Kim Il Sung. Desde luego, nada de esto ha complacido a Corea del Sur, marginada de las negociaciones. Finalmente, en enero último, Washington encabezó una campaña internacional de ayuda alimenticia para Norcorea.

Las gratificaciones con que Occidente ha correspondido a los excesos de los comunistas chinos y norcoreanos han constituido un deplorable error cuyas consecuencias están a la vista. Desafortunadamente, no son los únicos focos de peligro avivados por una falta de discernimiento ya endémica en las potencias democráticas respecto a la conducta totalitaria. Una historia que se repite, ojalá esta vez sin las consecuencias trágicas del pasado.