Concierto en Palmira

El régimen de Asad ya se cuenta como sobreviviente, de la mano de su poderoso aliado, y Rusia dispone de una esfera de influencia expandida

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La guerra en Siria ha fragmentado el país en feudos de muy diversas banderas. Sin embargo, el mando central, por ahora, ha quedado en las manos del heredero del despotismo de Asad, el joven Bashar, hasta hace algunos años oftalmólogo en Londres. Pero el gobernante sirio actúa en concierto con su contraparte rusa, Vladimir Putin, afanoso reconstructor de las esferas de influencia alcanzadas por su país en la época soviética.

El poder político ruso tiene en sus dedos los hilos conductores de la problemática siria al tiempo que el presidente estadounidense, Barack Obama, evade choques frontales con Putin en el afligido país levantino.

La semana pasada, la televisión captó imágenes de una lujosa celebración, ante un público escogido por el Kremlin, en el histórico anfiteatro de Palmira, o lo que queda de esa joya milenaria luego de la destrucción emprendida por el Estado Islámico. Un concierto pleno del teatro Mariinsky de San Petersburgo, con solistas estelares, piezas de renombrados compositores y con Valery Gergiev como conductor de orquesta.

El momento más importante de la actividad, desde el punto de vista de su significado político, fue un saludo por teléfono de Putin a Palmira. El gobernante se dirigió en ruso a los asistentes para exaltar la modernidad de la tecnología de su país y la recuperación del histórico sitio. En el acto no hubo presencia visible de ningún gobierno de la zona, ni siquiera del sirio.

La celebración es un punto culminante de las relaciones entre Rusia y el régimen sirio de Bashar al Asad, hasta hace poco tambaleante y hoy con la estabilidad recuperada gracias al apoyo de Putin. En el 2013, cuando el ejército sirio usó armas químicas para combatir a los rebeldes que amenazaban la permanencia del régimen y la Casa Blanca parecía dispuesta a intervenir para frenar la matanza, los rusos intervinieron, ofreciendo recoger las armas químicas hasta desmantelar los inventarios sirios.

Para inicios del 2014 se informó del retiro de las cruentas armas, aunque las agencias norteamericanas sospecharon que los militares de Asad retuvieron pequeñas cantidades para utilizarlas ante una amenaza definitiva contra el régimen. De hecho, así ocurrió hace un par de semanas en un choque de fuerzas en Alepo. Miles de víctimas murieron por causa de las armas químicas empleadas.

En setiembre del 2015, Moscú atendió un llamado de Asad para apoyarlo directamente, no mediante el suministro de materiales bélicos. La ayuda se manifestó mediante ataques aéreos contra los opositores al régimen, incluidos los que respalda Estados Unidos, aunque a la hora de justificar los ataques el énfasis siempre se puso en la lucha contra los islamistas radicales.

Estabilizar el poder legítimo, es decir, el de Asad, y crear las condiciones para un acuerdo político fueron los objetivos pregonados por Putin al inicio de la intervención. El primero de ellos lo logró y no hay señales de avance en relación con el segundo. El régimen de Asad ya se cuenta como sobreviviente, de la mano de su poderoso aliado, y Rusia cuenta con una esfera de influencia expandida en el Medio Oriente.

La lucha por el cambio parece completamente perdida y en ese resultado no es poca la responsabilidad del fanático Estado Islámico, cuyo oportunismo terminó de complicar la situación y, sin proponérselo, inclinó la balanza a favor del régimen, menos amenazante que el fanatismo irreductible de quienes, amén de propiciar verdaderos baños de sangre, emprendieron con barbarie la destrucción de sitios históricos como Palmira, donde Putin celebró el éxito de su política en Siria.