Ciudad vertical

Somos testigos de un profundo cambio cultural en materia de vivienda, producto de las circunstancias

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“Vamos hacia una ciudad densa y compacta, que significa vivienda en altura y en condominio, combinada con área pública”, vaticina Irene Campos, ministra de Vivienda. La descripción invoca imágenes de un espacio urbano estrecho, incómodo, contrario al concepto tradicional de barrio y vivienda.

En efecto, somos testigos de un profundo cambio cultural impulsado por las circunstancias. El precio del terreno, el crecimiento demográfico y el desarrollo de un aparato productivo más diverso, donde la agricultura cede su primacía a la industria y los servicios, conspiran contra la imagen recogida en los versos de la hermosa canción tradicional: “Caña dulce pa´ moler, cuando tenga mi casita'”.

Nostalgia aparte, la noticia no es necesariamente mala. La urbe moderna ofrece ventajas económicas, sociales y ecológicas imposibles de lograr en otros ambientes, como el suburbano. La vida urbana, en comunidades transitables a pie, por falta de una mejor traducción para la expresión inglesa “walkable communities”, atrae a millones de personas en todo el planeta.

En los Estados Unidos, donde la aspiración generalizada es vivir en los suburbios, aunque no haya más remedio que trabajar en la ciudad, el regreso a las grandes concentraciones urbanas es una fuerte tendencia. La corriente, manifiesta en las últimas décadas, también implica un cambio cultural en un país donde la mitad de la población todavía habita en los suburbios.

La vida urbana ofrece la posibilidad de caminar para satisfacer necesidades que en otros ambientes son resueltas con uso del automóvil. En eso hay ventajas para la salud y la ecología. Estudios ejecutados en los Estados Unidos establecen claras relaciones entre la vida suburbana y el aumento de la obesidad, fuente de muchos otros males.

El desarrollo vertical también produce un impacto favorable sobre la conservación del ambiente. Muchas de las mejores tierras agrícolas de Costa Rica yacen hoy bajo las espesas capas de asfalto y cemento necesarias para permitir nuestra desordenada expansión vertical. Según Vishaan Chakrabarti, estudioso de los bienes raíces en la Universidad de Columbia, con la densidad urbana de Nueva York sería posible asentar a la totalidad de la población del planeta en un área del tamaño del estado de Texas y dejar el resto para la naturaleza y la agricultura.

En las grandes concentraciones urbanas, el transporte público reina cuando las distancias no permiten el desplazamiento a pie. Comercio, oficinas, escuelas y hogares se integran en espacios compactos, diametralmente opuestos en forma y funcionalidad a los desarrollos suburbanos, cuyo surgimiento está estrechamente ligado con la proliferación del automóvil.

En las grandes ciudades, la reducción del tiempo de desplazamiento crea oportunidades para la recreación y contribuye con la economía familiar, pero también reduce la emisión de gases de efecto invernadero, la principal preocupación en la agenda de los ambientalistas en todo el mundo.

Las razones del regreso a la ciudad no son las mismas aquí y en otros países, pero los casos de éxito demuestran la existencia de posibilidades que Costa Rica apenas comienza a explorar. El éxito, sin embargo, depende de la planificación y el orden. No es así como Costa Rica emprendió su proceso de urbanización vertical, pero está a tiempo de corregir el rumbo. La ciudad deseable es obra del diseño arquitectónico y no de la casualidad.

Entre las medidas indispensables está el desarrollo de un sistema de transporte público eficiente y limpio, con la aplicación de tecnologías novedosas, aptas para mejorar la calidad del aire y agilizar el tránsito de personas, aunque sea en distancias más cortas. Es hora de ir adoptando esas medidas porque, como dice la ministra, vamos hacia la ciudad vertical y no parece haber alternativa.