Chavismo sin Chávez

El presidente se ve obligado a imaginar a Venezuela en su ausencia y solo se le antoja posible si es gobernada por su círculo íntimo

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Preocupado por la posibilidad de que el cáncer acorte su vida, el presidente venezolano Hugo Chávez adopta las medidas necesarias para prolongar su régimen más allá de la muerte. El sucesor ya es conocido. Nicolás Maduro figura, al mismo tiempo, como presidente de reemplazo y candidato oficialista en las elecciones ordenadas por la Constitución si Chávez no logra asumir su nuevo mandato el 10 de enero. Por lo pronto, es el vicepresidente de la República y ministro de Relaciones Exteriores.

La ley venezolana exige celebrar nuevos comicios si el mandatario electo no está en condiciones de asumir el poder en la fecha indicada o si fallece en los primeros cuatro años del mandato. En las elecciones de octubre, Chávez enfrentó por primera vez el reto de la oposición unida, encabezada por un político carismático, libre de los flancos débiles de la dirigencia opositora tradicional. Henrique Capriles, sin Chávez como contendor, representa un reto considerable.

Por eso la urgencia de designar un sucesor en vida para unificar al chavismo en torno a una sola figura, evitar debilitadoras luchas intestinas y comunicar a las bases la inequívoca voluntad del caudillo. Chávez ungió a Maduro el sábado, en un discurso televisado, donde anunció el agravamiento de su enfermedad y pidió a los venezolanos votar por el vicepresidente su fuera necesaria una nueva elección.

Los preparativos del mandatario incluyen la repartición de otros roles en el futuro aparato gobernante. Diosdado Cabello, un exmilitar participante en el golpe de Estado liderado por Chávez contra Carlos Andrés Pérez en 1992 y presidente de la Asamblea Nacional, es el vínculo con el poder castrense y como chavista radical cuidará la ortodoxia del movimiento.

Los anuncios del gobernante son todavía más dramáticos si se considera que nunca antes se preocupó por desarrollar una dirigencia de reemplazo, capaz de disputarle en algún momento el ejercicio del poder. Tiene un círculo íntimo, donde figuran Maduro, Cabello, su hermano Adán y algunos dirigentes más, pero la figura descollante siempre ha sido el propio Chávez.

El presidente se ve obligado a imaginar a Venezuela en su ausencia y solo se le antoja posible si es gobernada por su círculo íntimo, capaz de reproducir en el futuro las políticas implantadas desde la toma del poder en 1999. Es un caso de caudillismo latinoamericano llevado al extremo, con aspiraciones de perpetuarse más allá de la vida.

La prolongación del régimen es perfectamente posible. Frente al carisma de Capriles y la sólida base de un 44% de los votos obtenida en la liza con Chávez, Maduro contaría con la fuerte carga emotiva provocada por la pérdida del líder, su voluntad expresa de convertirlo en sucesor y el clientelismo cultivado por el chavismo a lo largo de 13 años en el poder. Los analistas no descartan, además, la posibilidad de una reforma constitucional para nombrarlo presidente sin necesidad de celebrar elecciones.

Venezuela es hoy un país plagado por la criminalidad, empobrecido por las prácticas económicas del Gobierno, azotado por la inflación y sometido a la más voraz corrupción administrativa. Varias veces condenada por violación de los derechos humanos, en particular la libertad de expresión, es también un país donde la democracia se confunde con un mero ejercicio de mayorías, sin preocupación por la protección de los derechos individuales característicos de la verdadera práctica democrática.

Sustentado sobre esas bases y en ausencia de su líder, el régimen chavista podría encarar dificultades a corto plazo, aunque logre revalidar su permanencia en el poder como lo pretenden hoy el mandatario y su círculo íntimo. Las disposiciones de Chávez, si se convirtieran efectivamente en su testamento político, no auguran nada bueno para Venezuela.