Bestial ataque en Mánchester

La bomba tuvo por blanco a adolescentes y niños, que son la mayor parte del público de la joven cantante estadounidense Ariana Grande

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Mánchester es una ciudad tradicionalmente industrial pero diversificada, principalmente en sus actividades de desarrollo electrónico, además de muchas otras que toman ventaja de un abanico multiétnico y un alto grado de educación. Ese crisol pluralista y pacífico de 531.000 habitantes alberga también musulmanes, muchos de ellos oriundos de Libia. Conviven en armonía con los pobladores de familias asentadas en la zona por generaciones así como católicos, protestantes y judíos de diversos orígenes.

Mánchester nunca había destacado como fuente de radicales musulmanes, pero la pacífica diversidad étnica y religiosa que la ha distinguido fue puesta a prueba violentamente la noche del lunes por un ataque terrorista en la arena de espectáculos en el centro de la ciudad. La explosión en el lobby dejó un saldo de 22 muertos y más de 60 heridos. Este doloroso atentado y el ocurrido en el puente de Westminster en marzo pasado son los primeros de envergadura desde el 2005 en Inglaterra.

El bestial ataque tuvo por blanco a adolescentes, e incluso niños de edad escolar, que son la mayor parte del público de la joven cantante estadounidense Ariana Grande. Los terroristas lo saben y aprovechan la juventud de sus víctimas para añadir horror a sus ataques. Un concierto donde reinó la alegría culminó con el estallido de la potente bomba, las carreras y atropellos, el acarreo de heridos y el dolor de los familiares de las víctimas.

El expedito trabajo de investigación permitió identificar al asesino con prontitud e hizo posible conocer datos de su breve existencia. El gestor de la tragedia fue el británico Salman Albedi, de 22 años, cuya familia proviene de Libia. Sus parientes emigraron a Mánchester para huir del cruento régimen de Muamar el Gadafi, se dedicaron al comercio y prosperaron.

El asesino ingresó a la universidad y su desarrollo académico se hizo acompañar de una creciente radicalización. Muestra del giro fue su abrupta salida de la casa de educación superior a fin de intensificar los estudios religiosos. Poco después viajó a Libia y, posteriormente, a Siria, bajo el patrocinio del Estado Islámico (EI).

El tiempo transcurrido en aquellas atormentadas zonas del planeta lo aprovechó para madurar el conocimiento de la tecnología terrorista bajo tutela de maestros del oficio. Al cabo de su gira, retornó a Mánchester con la misión específica de ejecutar el atentado. El Estado Islámico lo reclutó, lo adiestró y ensayó con él las técnicas del asesinato en masa aplicadas en Mánchester. De vuelta en la ciudad, armó la bomba y la ocultó en un simple maletín de viajero que no llamaría la atención.

La misma noche del lunes, el Estado Islámico reclamó su participación en el atentado. Este pendón homicida convirtió a Salman Albedi en mártir de la organización. Es difícil comprender el orgullo de los terroristas al atribuirse la muerte de jovencitos inocentes, deseosos de pasar unas horas de alegría. Más incomprensible aun es creer que el autor del atentado puede ganarse por esa vía el ingreso al paraíso.

Más allá de los delirios del calenturiento cerebro terrorista, Mánchester debe encontrar la fuerza para seguir por el camino de la tolerancia, el respeto a la diversidad y la convivencia. Romper esa tradición sería el mayor triunfo del terrorismo en una Inglaterra donde el debate político se ha visto teñido de xenofobia y temor. En ese espíritu valeroso frente al terrorismo, Ariana Grande anunció su propósito de volver a presentarse en Mánchester, esta vez para dar un concierto benéfico para las víctimas y sus familias.

Nada logrará aplacar el dolor causado por los terroristas, pero plantárseles enfrente, sin temor y sin las divisiones que pretenden sembrar, les arrebatará la enfermiza victoria que ahora se esfuerzan por reclamar.