Atención al consumo y la inversión

Lo ideal sería que continúe subiendo la inversión privada y repunte la pública, pero que el consumo no se dispare más de lo necesario para no presionar la inflación

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El consumo de los hogares costarricenses va en aumento. La inversión privada se expande a tasas aún más significativas, pero la inversión pública ha venido a menos. ¿Vamos por buen camino? Para responder, es necesario formular algunas consideraciones sobre la significación de estas variables.

Según el criterio convencional, la política pública debe privilegiar la inversión sobre el consumo para asegurar nuevos acervos de bienes y servicios en el futuro. Pero el consumo es el canal por donde la producción de bienes y servicios llega a los usuarios para satisfacer sus necesidades, que es el fin último de la actividad económica. Ambas son caras de la misma moneda. Mas si el consumo en ciertas circunstancias se expande en demasía, pueden surgir presiones sobre los precios contrarias al crecimiento con estabilidad.

Según el Banco Central, el consumo creció un 4,58% en el tercer trimestre del 2015 cuando, 12 meses atrás, solo subía un 3,64%. Por otra parte, el Programa Macroeconómico señala que en 2016 la inversión privada alcanzará un saludable crecimiento interanual del 7,5%, pero la inversión pública más bien decrecerá (-2,7%). El consumo público, por su parte, se expandirá apenas un 2% frente al del año anterior.

Todas estas variables, junto con el comercio exterior, contribuirán a la conformación del PIB. Sin embargo, el efecto de cada una suele ser distinto. Lo ideal sería que continúe subiendo la inversión privada y repunte la pública, pero que el consumo no se dispare más de lo necesario para no presionar la inflación.

Según el último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre la economía costarricense, la tasa máxima de expansión que podríamos lograr ronda el 4,2% real. Una expansión superior podría recalentar la economía y presionar el nivel de precios por encima de las nuevas metas de inflación establecidas recientemente por el Banco Central, a menos, claro está, que se sustentara en reformas estructurales para mejorar la asignación de recursos y aumentar la productividad, que todavía no están a la vista.

En la situación actual, surge el problema de que el crecimiento previsto al cierre del 2016 (4,3%) se ubica en el umbral señalado por el FMI (4,2%), por lo que probablemente se cerrará lo que en la jerga de los economistas se denomina la “brecha del producto”, es decir, la existencia de recursos ociosos que podrían utilizarse de nuevo con políticas fiscales y monetarias expansivas sin crear inflación, como las observadas en el 2015 que sentaron las bases de la reactivación en el segundo semestre de ese año y el mayor crecimiento real previsto en el 2016. Para el 2017, sin embargo, el Programa Macroeconómico prevé una expansión del 4,5%, superior al umbral señalado por el FMI. ¿Será el momento de comenzar a observar una política monetaria más convencional?

Si la respuesta fuera afirmativa, tanto el Banco Central como el Ministerio de Hacienda deberían refrenar sus expansiones, so pena de atizar la inflación. A menos que, por circunstancias aún no visualizadas, se justifique un mayor crecimiento sin comprometer las metas de inflación. Algunas de estas circunstancias se vislumbran sin mucho detalle en la información gruesa, aunque provisional, contenida en el Programa Macroeconómico para el 2017: la variación porcentual interanual del consumo privado será similar a la del 2016 (4,6%); la del sector público casi se duplicará (3,4%); la inversión privada bajará levemente (6,6%), pero la tasa de inversión pública se dispara a un halagüeño 10%. Si se confirmara ese escenario, la situación sería muy favorable. Pero surgen algunas dudas, quizás por falta de información.

Si el presupuesto del 2017 ni siquiera se ha presentado ni se vislumbra una solución al déficit fiscal, ¿será la inversión prevista del sector descentralizado la que marque la diferencia? Sería muy conveniente que el Banco Central arroje un poco más de luz sobre sus propias estimaciones, para beneficio de los demás. En todo caso, e independientemente de lo anterior, el 2017 se perfila como un año clave para la política económica: si hay reforma fiscal y se materializan altos niveles de inversión pública y privada, podríamos crecer ese año, y también los venideros, a tasas más halagadoras. Pero, si no, experimentaríamos mayores tasas de interés o más inflación. En manos de las autoridades está la respuesta.