Divertimento sobre el tiempo

De ese que se agiganta, arrolla y nos recuerda que la muerte está cada vez más cerca

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¿Un divertimento? Pero si el tiempo es dramático... El tiempo en que nos movemos y somos, se entiende. Sobre todo, el tiempo que somos. Aclarémonos: una cosa es ese que miden nuestros relojes, el sideral, el que contabiliza las vueltas de la Tierra, monótona noria, siempre el mismo, homogéneo, imperturbable, objetivo, absoluto, externo, cuantitativo; y otra muy distinta, ese que somos, sentimos, resentimos, padecemos, subjetivo, relativo, interior, cualitativo, ahíto de matices, adherido como una lapa a los profundos pozos del alma.

¡Maldita sea!, ese desgraciado que, conforme pasa y pasa, se agiganta, arrolla y nos recuerda que la muerte está cada vez más cerca. Te quisiera eterno mientras siga sintiendo que me embriaga la vida con el simple hecho de respirar, ver, tocar, oler, oír, saborear, que ya es mucho, que es todo, que, de verdad, es todo.

O, al menos, ¿podrías, cabroncete, ser menos inmisericorde y avisarme con suficiente antelación? Destápate de una vez y dime algo. Por ejemplo: “Te quedan cinco años”. A más no haber, un quinquenio sería casi perfecto, lo justo para hacer lo que no he hecho, enmendar algunas cosas, quedar en paz con todos –con casi todos–, amar más intensamente a los que amo y mandar al diablo, oficialmente y de todo corazón, a quienes detesto, no por gusto sino por justicia, aunque quizás me enternezca y los perdone. Hasta podría ser que suplique al Altísimo para que los pase sin escalas a la gloria. Total, el limbo y el infierno parecen haber quebrado tras las recientes reflexiones de los doctores de la Santa Madre Iglesia.

¡Ay, el tiempo! Estamos cuadriculados por el espacio y, sí, de nuevo, por el tiempo. El espacio no daña ni es inexorable: si este no te gusta, te vas, buscas otro y sanseacabó, pero el tiempo... Curioso, contradictorio, siempre sorprendente, el inefable tiempo interior, pues nadie aprende por experiencia ajena: cuando los calendarios son pocos, el tiempo se dilata y extiende en cámara lenta. El día siguiente al de hoy está separado por poco menos que la eternidad. Un espejismo fabuloso. Tiiic, taaac, tiiic, taaac, tiiic, taaac...

Mañana, a Hermenegildo le celebrarán su décimo cumpleaños. Oh, Hermenegildito –los padres pueden desgraciarle a uno la vida con el nombre de pila–, te noto inquieto y ansioso. De hoy a mañana, tu día, tu gran día, hay tanto tiempo en medio... Pero ya aprenderás. Espera a que cumplas los cuarenta, los cincuenta, los sesenta... Entonces dirás lo que nunca antes se te había ocurrido. Te oirán, una y otra vez, los requetesobados “qué barbaridad, pero qué rápido pasa el tiempo”, “si parece que fue ayer” o “cómo vuela el tiempo”...

La verdad: ¡qué me importan los filósofos y sus sesudas disquisiciones sobre el tiempo! Aristóteles, San Agustín, Kant, Husserl, Berg- son, Heidegger, Zubiri y mil más… ¿para qué? ¿Para el cerebro? Pero si ahora no se trata de eso, sino de mi percepción del tiempo, la mía, desangrándose en las antípodas mismas de las neuronas. He ahí la cuestión. Al final, solo sé que los almanaques que me han caído encima, y van sepultándome, no me permiten la envidiable impaciencia de Hermenegildito, que cree que las pocas horas para su cumpleaños discurren despacio, exasperantemente despacio, como en esos pueblos escondidos, casi sin gente ni nada que hacer. El autoengaño es catártico.

Determinismo apabullante. Con el transcurrir del tiempo, el descalabro: todo se contrae y el acelerador no se despega del fondo. Tic, tac, tic, tac, tic, tac... ¡Ah!, esos biólogos, tan pagados de sí mismos, dictando ex cátedra un determinismo apabullante. Y ¡qué puede uno hacer! Nada. Razón tenía el científico alemán August Weismann: la vida, en virtud de un denodado esfuerzo de adaptación y supervivencia, ha decidido “inventar” la muerte. Así que la vida es ya la muerte. Y, para que nadie nunca lo olvide, los relojes de sol de la antigüedad tenían la inscripción latina Vulnerant omnes, ultima necat (Todas hieren, la última mata). Estamos jodidos.

Y ¿qué pasa con quienes nos revolcamos, pese a lo insalvable, contra lo que no tiene remedio? Pues seguir viviendo hasta que la cuerda se rompa, pero, sobre todo, convertir esa desgastante sensación en un divertimento para reírse de sí mismo y huir a ningún lado. Tiene, además, una ventaja: ahorrarse la consulta con los que dicen brindar “ayuda profesional”.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Solo eso sabes decir, ¡cállate y detente!

Tictactictactictac... Ciertamente, no hay remedio.

Posdata : Para quienes ven en el TLC una fuente de cataclismos a todo pasto, bueno será advertir que dicho Tratado no contempla venta ni compra, importación ni exportación del tiempo en cualquiera de las modalidades antes mencionadas, incluidos el lineal, circular, sincrónico, diacrónico y anacrónico. Por si acaso.