Yo no olvido el año viejo

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“El año viejo” es una canción infaltable en las celebraciones costarricenses de fin de año, cuando las familias y los amigos bailan, se funden en un abrazo o simplemente esperan en silencio el comienzo del próximo viaje de 365 días.

Sin embargo, más allá de los alegres acordes de esta cumbia, escrita por el colombiano Crescencio Salcedo e inmortalizada por el mexicano Tony Camargo, su letra sencilla y pegajosa nos ofrece una gran enseñanza.

Cuántas veces, ante las adversidades y los malos momentos, hemos pensado que lo mejor es olvidar, enterrar el pasado en un rincón, porque consideramos que no vale la pena recordar aquello que nos ha provocado dolor o decepción.

“Este ha sido un año para el olvido”, solemos decir o escuchar cuando un incidente o una racha negativa nos mueve el piso. El problema de esta práctica es que, sin quererlo, corremos el riesgo de meter en el mismo saco todo lo demás.

Sesenta años después de que fue escrita, la letra de El año viejo nos motiva hoy a valorar todo lo recibido, lo mucho o lo poco, lo malo o lo bueno, porque todo engrosa la alforja de experiencias que vamos llenando durante la vida.

Salcedo, campesino indígena que no aprendió a leer ni a escribir, cuenta en su canción que no olvida el año viejo porque le dejó cosas muy buenas: “Me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra”.

En medio de sus humildes circunstancias, resulta lógico pensar que las bendiciones recibidas en aquel momento representaban todo un tesoro y que, por lo tanto, tenía justificadas razones para agradecer por el año que terminaba.

Sin embargo, en las últimas dos líneas de la melodía, hay una aparente confesión que suele pasar inadvertida en medio de la algarabía de las fiestas: “Ay, yo no olvido al año viejo, qué va. Yo no olvido al año viejo otra vez”.

Este último fragmento parece reflejar una lección aprendida. Si antes se olvidó del año viejo, tal vez porque su suerte no fue tan buena, ahora hace un propósito de enmienda porque su situación dio un giro de 180 grados a la vuelta de un calendario.

Así es la vida, una montaña rusa de emociones construida a partir de hechos planificados e imprevistos. ¿Qué nos traerá el 2024? Es difícil saberlo. Solo nos queda pedir mucha sabiduría para valorar las cosas buenas y tratar de aprender de las malas.

rmatute@nacion.com

El autor es jefe de información de La Nación.