Vínculos vitales para fortalecer la democracia

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El 7 de noviembre se conmemoró el Día de la Democracia Costarricense. Si bien los logros de nuestro sistema político institucional son innegables y posee activos de gran valor, ¿cómo está nuestra democracia?, ¿cuáles son sus desafíos?, ¿en qué medida responde a las necesidades y expectativas de la gente?

Son preguntas que invitan al análisis y la reflexión crítica para tomar decisiones individuales y colectivas que conduzcan a robustecer la democracia y reducir los riesgos de erosión que vemos en muchos países, incluso en nuestro entorno inmediato: Centroamérica.

Ningún país es inmune a los retrocesos político-institucionales, y Costa Rica tampoco lo es. Lo que resulta claro es que, una vez socavadas las bases de la democracia, suele producirse un deterioro cuyas consecuencias y posibilidades de recuperación son inciertas, lo que genera altos costos sociales, económicos y políticos. La situación de Nicaragua lo ilustra con claridad.

Pese a la larga trayectoria y el reconocimiento internacional de la solidez de las bases sobre las que hemos construido nuestra democracia, muchas cosas están cambiando y debemos emprender su remozamiento.

¿En qué situación estamos? Han pasado siete meses desde el último proceso electoral, y los resultados evidencian dos síntomas que implican riesgos: el sistema político no está brindando respuesta a las necesidades y expectativas de amplios sectores de la población, tenemos nociones básicas de la vida en democracia y los partidos políticos son instituciones cada vez más débiles.

Causas del desapego

Los resultados electorales muestran una fractura entre las dinámicas de la Gran Área Metropolitana y el resto del país, especialmente en las zonas fronterizas y las costas. Ello coincide con territorios que históricamente han sido los más pobres, donde se registra mayor desempleo y están más alejados de las prioridades de las políticas públicas, población para la que la diversificación y modernización productiva no han implicado mejoría en sus condiciones de vida y bienestar.

No incluir estos territorios en las dinámicas económicas y sociales limita nuestros horizontes de desarrollo y entraña peligros y consecuencias políticas y sociales que debemos atender.

La desconexión entre las necesidades y expectativas de la gente y la agenda y prioridades políticas no es reciente, pero se ha venido ensanchando durante las últimas dos décadas. Está íntimamente ligada con la disminución del apoyo a la democracia y el incremento de la proporción de personas escépticas en relación con ella.

De acuerdo con el análisis de los perfiles de apoyo a la democracia, publicado en el Sexto informe estado de la región (2021), el grupo de personas que más apoyan la democracia (demócratas liberales) pasó de representar el 21% en el 2004 al 14% en el 2018. En contraste, las personas escépticas (ambivalentes) aumentaron del 15% al 26% durante ese mismo período.

Vigor de los partidos políticos

La erosión del apoyo a la democracia también coincide con el debilitamiento (y creciente volatilidad) de los partidos políticos. No hay democracia sin partidos políticos. Los nuestros se han convertido más en franquicias o maquinarias electorales que en espacios permanentes de análisis y debate sobre los problemas nacionales y el futuro del país para la formulación de propuestas de acción pública.

Esto limita la posibilidad de la población de “conectar” con ellos cuando hay elecciones y les impide entender la realidad, las necesidades y las preocupaciones de la gente para llevarlas y posicionarlas en el debate público.

El asunto es cómo revitalizar los partidos políticos, cómo acercarlos a la gente y sus necesidades y expectativas y cómo acercar a la gente a los partidos políticos.

Lo anterior supone trascender nociones limitadas de democracia y comprender que existe una clara conexión entre “lo público” y “lo político” y nuestro bienestar individual. Entender que la participación electoral es fundamental, pero que la democracia se vive cotidianamente en nuestras relaciones con las demás personas y las instituciones, y que al ejercer el voto nos reservamos el derecho (y la responsabilidad) de pedir cuentas a las personas elegidas y al gobierno sobre su desempeño y el cumplimiento de las promesas electorales.

El relevo generacional que tenemos es una oportunidad que favorece la búsqueda de respuestas. Hoy cerca de la mitad del padrón electoral tiene menos de 35 años. Las redes sociales y los nuevos espacios de comunicación e interacción podrían propiciar el cambio, una nueva forma de construir democracia y convivencia ciudadana.

Descubrir que en “lo público” y “lo político” está nuestro bienestar individual significa también ser conscientes de que no debemos continuar brindando soluciones individuales a problemas colectivos, que usar el transporte individual en lugar del transporte público, acudir a la salud y educación privadas porque los tiempos de respuesta y calidad de los servicios públicos no son adecuados y convertir nuestras viviendas en búnkeres para afrontar la inseguridad resultará, en el mejor de los casos, medidas paliativas cuya sostenibilidad en el tiempo es limitada.

Apropiarnos y sentir nuestros el Estado y sus instituciones, la calle, el parque, la escuela y el colegio, el Ebáis y la estación de Policía puede ser clave para mejorar su desempeño y la calidad de los servicios que brindan. Ello pudiera contribuir al remozamiento de los partidos políticos, los que existen y los que podríamos crear para acercar y reconciliar la política y la institucionalidad con nuestra realidad, necesidades y expectativas.

albertomora@estadonacion.or.cr

El autor es coordinador de investigación del “Informe estado de la región”.