Una visión asombrosa del Génesis

La ciencia coincide con el relato del primer libro de la Biblia con respecto al proceso de formación de la tierra y la aparición de los seres vivos

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Andrew Parker, director del Departamento de Investigación del Museo de Historia Natural de Londres, publicó la obra El enigma del Génesis, en la que, pese a su condición de no creyente, manifiesta su asombro por la exactitud de la descripción del proceso y secuencia de la creación que se narra en el primer libro de la Biblia.

Otros, como el astrofísico Hugh Ross y el historiador natural Edwin Bevan, también han manifestado su fascinación por tal precisión. Les resulta sorprendente que la fidelidad sea el resultado de una tradición judía cuyos orígenes se remontan a más de cuatro mil años atrás.

Por las razones que citaré, para ellos, la descripción es científicamente exacta desde la perspectiva de alguien que mira la secuencia a partir de una visión dada desde el interior de la tierra. Veamos por qué: la primera coincidencia entre la ciencia y el antiguo relato corresponde a la realidad de que el universo comenzó con lo que podríamos llamar una explosión ex nihilo, o sea, a partir de lo que no era.

Como explica la ciencia actual, el universo —entiéndase la materia, el espacio y el tiempo— apareció hace miles de millones de años de una masa con un volumen aún más pequeño que el de un átomo, que se expandió de modo enérgico hasta formar la realidad existente.

La segunda coincidencia consta en el segundo versículo del Génesis, según el cual, inicialmente, la tierra era caos, confusión y oscuridad, y en esa etapa, de acuerdo con los científicos citados, estamos ante un planeta primigenio sin el orden necesario para que la vida prospere; vacío de organismos y en completa oscuridad, pues los cosmólogos reconocen que, cuando menos cuatro mil millones de años atrás, la atmósfera terrestre era completamente opaca debido a cuatro factores: la gran cantidad de gases densos, el polvo en suspensión, las distintas sustancias interplanetarias y un frecuente bombardeo de meteoritos que contribuía a un mayor esparcimiento de polvo y escombros en la todavía espesa atmósfera terrestre.

Así, la tierra estaba “desordenada, vacía y en oscuridad”, ya que, según los científicos, era un momento durante el cual resultaba imposible que la superficie terrestre pudiera recibir luz solar.

Se hizo la luz

En una tercera secuencia descriptiva, propiamente en el versículo tercero, el texto narra “la aparición de la luz”, de forma que se efectuó la división entre el día y la noche. Pues bien, se sabe que hace poco más de 3.500 millones de años el bombardeo cósmico disminuyó y el agua terrestre se enfrió lo suficiente como para empezar a condensarse y originar los océanos de escasa profundidad.

Con ello, la espesa atmósfera terrestre empieza a aclararse sin ser aún transparente como en la actualidad, por lo que, si bien es cierto que la atmósfera ya era translúcida, todavía no se podía apreciar el sol ni a ninguna de las lumbreras existentes.

La precisión de la narración sigue siendo total en este tercer aspecto: la tierra pasa a recibir luz y, por consiguiente, hay noche y día sin que los astros aparezcan visualmente desde la superficie. En una cuarta etapa de la descripción bíblica, ocurre “la separación de las aguas”, y en este punto la astrofísica indica que, ciertamente, hace unos tres mil millones de años la tierra estaba en condiciones de albergar un océano poco profundo que, aunado a la perfecta distancia entre el sol y nuestra órbita, el agua operó los cambios de estado (sólido, líquido y gaseoso) para un ciclo de agua estable. Una cuarta exactitud portentosa.

En una quinta etapa de la descripción, en el versículo noveno, se cita el retroceso de las aguas para dejar al descubierto tierras firmes. Por quinta vez, la antigua narración tanto en los hechos como en la secuencia están de conformidad con lo que Ross nos recuerda: que la historia de la geología afirma que hace aproximadamente 3.500 millones de años aparecieron los cratones sobre la superficie oceánica, esos gigantescos bloques de granito procedentes del interior de la corteza, que constituyeron los protocontinentes de los cuales se formaron los continentes más antiguos, y por tanto, una tierra firme rodeada de agua, lo que coincide con la crónica veterotestamentaria.

Seres vivos

En la sexta etapa, entre los versículos 11 y 12, se detalla el surgimiento de la vegetación, y la certeza en la secuencia vuelve a ser absoluta: aproximadamente tres mil millones de años atrás, el planeta disponía de dióxido de carbono, la luz, la tierra y el agua necesarios para el surgimiento de las plantas en tierra firme, inicialmente algas, musgos, helechos y otras especies antiguas.

En una sétima secuencia bíblica, en el versículo 14, aparecen las lumbreras, y la ciencia lo confirma, ya que hace apenas dos mil millones de años, esto es, en un momento muy posterior, la atmósfera se volvió más transparente y posibilitó ver los astros desde la tierra.

En este punto, insisto en la anotación ya indicada, el relato es exacto desde la perspectiva que le da un espectador ubicado en la superficie de la tierra que recién se forma. Hay una sétima coincidencia, porque la plena transparencia de la atmósfera, en efecto, se produce después de la existencia de plantas.

Para los eruditos, el término correcto usado no es crea sino aparece (en hebreo hayah), con lo cual es evidente que lo que se narra es la aparición posterior visible de los diversos astros desde nuestra superficie.

Finalmente, de acuerdo con los científicos, del versículo 20 en adelante se encuentran la octava, novena y décima fascinantes coincidencias entre la ciencia y el Génesis, pues se sabe que, entre mil y quinientos millones de años atrás, con un 20% de oxígeno, abundancia vegetal, ozono y otras múltiples condiciones, surgen primero los animales marinos, como afirma la narración.

Y así fue, los fósiles de las explosiones cámbricas prueban que los primeros animales fueron marinos, en consonancia con lo que sostiene la secuencia del Génesis para una octava exactitud. La novena es que la segunda explosión de surgimiento animal es la terrestre, según el registro fósil, y la décima coincidencia es que nuestro surgimiento como especie Homo sapiens es la última.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucional.