Una marcha hacia la aurora de la igualdad

Es hora de que empecemos a aceptar nuestra diversidad y reconocernos como una nación cuya partitura histórica ha sido y sigue siendo compuesta en la clave polifónica de sus múltiples voces

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Agosto es un mes de múltiples celebraciones. Algunas las festejamos con gran devoción, otras con dolor y cautela, otras con profundo amor, otras para tomar conciencia y otras donde el amor a la diversidad impregna el aire de todo tipo de colores, sonidos, gustos y tradiciones.

El 2 de agosto, con gran devoción, nos postramos de rodillas ante la imagen de la Virgen de los Ángeles para depositar a sus pies todas nuestras angustias, temores y esperanzas.

El 7 de agosto celebramos que los cinco presidentes centroamericanos asumimos un compromiso con nuestros pueblos para acallar el estruendo de la guerra en Centroamérica. Un 7 de agosto, hace 34 años, los presidentes centroamericanos firmamos el Plan de Paz y por eso celebramos el Día de la Paz Firme y Duradera. Un día para que los jóvenes de hoy y las futuras generaciones recuerden que no podemos volver a repetir los dolores del pasado y que debemos aprender de ellos.

El 15 de agosto celebramos a aquellas que con profundo amor nos dieron todo, a aquellas de pies cansados que nos enseñaron a caminar, a aquellas de manos tiernas que sostuvieron con firmeza la raíz de nuestra alegría, a aquellas que nos sanan con un abrazo, a aquellas que nos alivian con un beso.

El 24 de agosto celebramos el Día de los Parques Nacionales, fecha para hacer consciencia de la forma como los seres humanos estamos tratando al planeta y de la guerra que la humanidad le ha declarado a la naturaleza. Un día para meditar si en esta guerra seremos los soldados que matan o si, por el contrario, seremos los signatarios de una paz duradera con el planeta.

Y el 31 de agosto, último día del mes, en el cual quiero detener mi marcha por un momento, porque es uno de los más importantes. Celebramos el día de la cultura afrocaribeña.

Un día para que podamos recordar y comprender la marcha histórica que la población negra ha venido dando hacia la aurora de un día de verdadera igualdad. Esa marcha que comenzaron pies cansados y llenos de cadenas, amarrados al grillete de una esclavitud vergonzosa. Marcha que continuaron las hordas de trabajadores que salían de las plantaciones de todas partes del mundo, tarareando un solo himno de libertad. Marcha en que desfilaron Marcus Garvey, Martin Luther King Jr., Rosa Parks, Nelson Mandela, Desmond Tutu y miles de héroes anónimos en todos los espacios y en todos los tiempos. Esa marcha que tomó la forma de discursos y consignas, de canciones y panfletos, de sublevaciones y protestas, y la forma de una bandera roja, verde y negra sobre un barco en cuya proa se leían las palabras Black Star Line.

Debemos seguir

A 124 años del nacimiento de Garvey, esa marcha ha seguido la estrella negra por parajes difíciles y escabrosos, y ha dejado muy atrás los días en que el Liberty Hall era el único refugio en la tormenta, no solo para los barcos del Black Star Line, sino también para quienes luchaban por los derechos de la población negra, a lo largo de todo nuestro continente. Sin embargo, todavía no hemos alcanzado el horizonte en donde la marcha pueda, al fin, detenerse. Aunque ya vislumbramos sus colores, todavía no hemos visto el amanecer de ese día que, hace 58 años, soñó Martin Luther King Jr., en donde sus hijos serían juzgados no por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter.

Para detener esa marcha, hay mucho que la población blanca tiene que hacer, y hay mucho que tiene que hacer la población negra, pero, sobre todo, hay mucho que tiene que hacer la humanidad en su conjunto y sin distinciones. No avanzaremos hacia esa aurora divididos. No avanzaremos hacia esa aurora si no admitimos que la igualdad solo será cierta el día en que sea para todos los hombres y las mujeres de nuestra especie, blancos y negros, indios y chinos, pobres o ricos, nacionales o extranjeros. No la alcanzaremos si cada uno la busca por su lado.

Para alcanzar juntos nuestra aurora de igualdad, debemos aceptar nuestra diversidad, celebrarla y reconocerla como una de nuestras fortalezas más contundentes. También, debemos fomentar la tolerancia y el respeto como únicos antídotos contra toda forma de discriminación, no solo racial, sino también social, económica, religiosa, sexual, por edad, por capacidades físicas o por género. Porque de nada sirve que rompamos los grilletes que durante siglos arrastran ciertos grupos de nuestra sociedad, si tan solo lo hacemos para que otros ocupen su lugar.

Es hora de que empecemos a aceptar nuestra diversidad y reconocernos como una nación cuya partitura histórica ha sido y sigue siendo compuesta en la clave polifónica de sus múltiples voces: indígena, española, italiana, negra, libanesa, alemana, polaca, nicaragüense, colombiana, y la mezcla de todos atraídos y amarrados a esta tierra bendita porque hemos sido felices en ella, o soñamos con serlo. Pero reconocer la diversidad no es suficiente.

Tolerancia y respeto

Los costarricenses no solo debemos aceptar nuestra pluralidad, sino que debemos aprovecharnos de ella, a partir de una sólida base de tolerancia y respeto. Esto va mucho más allá de nuestra diversidad étnica. No podemos enseñar a nuestros niños que está mal discriminar a un compañero negro en sus escuelas, y al mismo tiempo permitirles que irrespeten a los adultos mayores. No podemos enseñar a nuestros jóvenes a defender a toda costa los derechos de las personas con discapacidad, y al mismo tiempo atestiguar en ellos una propensión a la xenofobia. No podemos fomentar en nuestra sociedad la igualdad de género y al mismo tiempo alimentar la indiferencia frente a los indigentes o personas drogadictas.

La discriminación es un monstruo de mil caras, y no debemos abrazar ni una sola de ellas. La mejor forma de eliminar el racismo en Costa Rica es eliminando toda forma de discriminación en nuestra tierra. Porque el sueño de nuestra igualdad solo encuentra refugio bajo el techo de la tolerancia frente a todo lo que es diverso y plural. Debemos apoyar la cruzada a favor de la difusión de la cultura afrocaribeña, pero también debemos asumir la causa de los oprimidos, de los marginados, de los que de una u otra forma se han sentido los últimos convidados al banquete de nuestra sociedad.

Un hermoso himno góspel que cantaba Louis Armstrong dice: «Lord I want to be in that number when the saints go marching in», evocando el momento en que los santos entrarán al reino de los cielos. Yo pido a Dios algo un poco más sencillo: que seamos de los que marchan hacia la aurora de la igualdad y los que ven surgir el sol que renace para todos los hombres y mujeres de la humanidad, sin conocer otro color que el de la esperanza.

El autor es expresidente de la República.