Una democracia de perdedores

Se va a gobernar con base en proyectos políticos de las agrupaciones derrotadas, con las cuales se está pactando. Algo así como una democracia de perdedores. La antidemocracia. Esto es lo que Costa Rica ha inventado.

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El sufragio universal es la gran conquista de la democracia moderna: la victoria del socialismo naciente al liberalismo de élite. A partir de Adam Smith, los liberales declararon que la democracia es para los hombres y, de estos, para los propietarios que tuvieran, además, un grado de educación básica. Es decir, gobierno de y para superminorías. Las mujeres, los analfabetos y los pobres no pertenecían al demos, no eran parte del pueblo; estaban excluidos del sistema.

El sufragio universal fue la respuesta a la marginación mayoritaria y consecuencia del poder económico y del poder político en pocas manos. La democracia, por definición original, desde la antigüedad, se entendió como el gobierno para las mayorías, pero, en su realidad moderna, se presenta como privilegio de una minoría rectora. El desarrollo de la democracia tiene marca de identificación en la lucha constante por la libertad y los derechos populares (desde el gobierno o fuera de él) y en la respuesta que dan, a esta lucha, los sectores contrarios. Es una contienda permanente por el poder.

El desenvolvimiento de la idea liberal estuvo unido, históricamente, al de la idea socialista –aun cuando fue de antítesis completa– hasta que apareció aparatosamente Carlos Marx diciendo que había demostrado científicamente que el capitalismo tenía los días contados y que, en consecuencia, la propiedad privada saldría de las manos particulares para pasar a poder del Estado. Esto quiere decir que fue Marx el que pretendió sentenciar a muerte la historia y las ideologías, y no Francis Fukuyama. Uno y otro se equivocaron.

Lucha de años. Pero la lucha ha continuado hasta nuestros días. De tarde en tarde, un triunfo pequeño de la idea democrática y un contragolpe poderoso de la élite. Personalizado en nuestro país, un Alfredo González proponiendo impuestos a la renta con un banco estatal de dirección y control y un Federico Tinoco borrando dictatorialmente este pequeño avance. O en Estados Unidos, Obama declarando el derecho a la salud del pueblo y un Donald Trump logrando terminar con esta conquista. Así ha sido siempre, pero me niego a creer que así siempre será.

En Costa Rica, hemos tenido, y mantenido, una democracia con una pata de palo, siempre renqueando con avance lento, a trancas y barrancas, con caudillos elegidos por el pueblo, en ocasiones, y por una misteriosa mano oculta, en otras, pero sin partidos propiamente dichos. Después de 1948, por incipientes partidos ideológicos, transformando así nuestra democracia caudillista por otra de partidos políticos… hasta las últimas elecciones, las que acabamos de presenciar sorprendidos, asustados y confusos.

Lo de los partidos ideológicos tenía una ventaja: como solamente existen dos ideologías políticas, liberalismo y socialismo, la tendencia es al bipartidismo, que es la tendencia natural de la democracia. El multipartidismo es una enfermedad de la democracia, como se ha demostrado ahora hasta la saciedad, espacio propicio para el oportunismo y la demagogia, hasta llegar al extremo de regresar quinientos años cuando una radical tendencia religiosa nos amenazó gravemente con tomar el poder.

El resultado final de estas últimas elecciones es dramático, con una parte buena: los que no eran partidos desaparecieron y los que más o menos sí lo han sido, están al borde del precipicio. Además, con algo que no me atrevo a decir que es malo, pero sí raro. Tan raro que no tiene precedentes en la historia de la democracia, ni la de ahora ni la de Pericles.

Todos perdieron. En toda elección democrática siempre hay uno o varios que pierden y uno que gana. Pero en estas elecciones nuestras que comento, todos han perdido, hasta el que ha sido declarado vencedor perdió; y tan perdió que ha tenido que recurrir a los demás partidos para que le ayuden porque no tiene diputados para gobernar. Perder aparatosamente la Asamblea no es ganar. Ganar el poder ejecutivo y obtener 10 diputados en una Asamblea de 57, es perder. Y es perder, porque nadie que no tiene poder puede decir que ha ganado.

La consecuencia de este acuerdo multipartidista para gobernar también es dramática. En términos generales, el pueblo vota por un partido y elige a su representante como presidente de la República según el proyecto político que esa agrupación presenta. Pero, por una aún no comprendida circunstancia, se va a gobernar con base en proyectos políticos de las otras agrupaciones derrotadas con las cuales se está pactando. Algo así como una democracia de perdedores. La antidemocracia. Esto es lo que Costa Rica ha inventado.

El partido Liberación Nacional, por acuerdo feliz de su Directorio, decide no participar en este gobierno de unidad nacional, como se le ha llamado, y pienso que con sobradas razones. Primero, porque no existe en democracia el gobierno de unidad nacional, sencillamente porque el gobierno democrático se caracteriza por la discrepancia, y, luego, por la necesaria oposición que se debe ejercer. Cuando un partido perdedor pacta con el que ha ganado el poder ejecutivo, se autoanula como oposición, y en la coyuntura actual, para una oposición total –de control y crítica–, ya que los que van a tomar el poder son casi todos los demás partidos.

Si queremos hablar de gobiernos de unidad nacional, hablemos de unidad entre los distintos sectores sociales. Pero unión con cuatro o cinco dirigentes derrotados, hasta algunos sin partido, además de ridículo, puede ser tragedia mayor.

Opción desaprovechada. Tal vez el PAC tuvo la oportunidad de levantar orgulloso sus banderas y aceptar el reto, batiéndose en solitario con acertada propuesta reformista, confirmándose así como el gran partido del futuro, pero no la aprovechó. O tal vez lo que hizo Carlos Alvarado era lo único que se podía hacer. Desde la barrera no es posible juzgar con acierto al que torea en la plaza. Pero me queda una seria duda.

Por el momento, yo solo vislumbro que a partir del 8 de mayo entrante no tendremos gobierno de unidad nacional, sino un gobierno de bochinche nacional. Todo lo cual parece decirnos que el sufragio es la base, pero el exceso de sufragio puede conducir al suicidio. A menos que Carlos Alvarado nos resulte un genio de la política y nos sorprenda con un gol a la chilena, como Ronaldo. Y como estamos en épocas de grandes e inesperadas sorpresas, pensemos que tal cosa bien puede ser posible.

¿O quizá hemos regresado a una realidad que teníamos por perdida? ¿Habrá llegado la hora, otra vez, de consultar al oráculo de Delfos, al santón de la tribu o al druida de las Galias?

Sin haber salido del susto y la confusión, entrecruzo los dedos deseando a don Carlos y al país la mejor de las suertes, con una oración que no puedo iniciar porque no sé si la dirijo al dios de las naciones o a la meiga gallega que tan dispuesta siempre ha estado para orientar a todos los despistados que se pierden en la maleza por tomar vereda, abandonando el recto y conocido camino.

El autor es abogado.