Un adorno para honrar a la patria

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Sea por descuido o esgrimiendo cualquier otra excusa, en mi casa hacía tiempo habíamos dejado de colocar adornos alusivos a las fiestas de la independencia.

No obstante, este año ocurrió un hecho que me puso a pensar sobre el enorme simbolismo que encierra esta hermosa tradición.

Resulta que, a comienzos de setiembre, mis vecinos decoraron la entrada de su vivienda con dos banderas de Costa Rica, hechas de tela.

No puedo explicar la goma moral que sentí al observar la forma elegante como ondeaban el blanco, azul y rojo de ambas insignias.

Son los mismos colores con que miles de niños y jóvenes desfilan en este día, a lo largo y ancho del país, para conmemorar el cumpleaños de la patria.

Son el blanco de la paz que tanto anhelamos, el azul del cielo que nos cobija y el rojo de la sangre ofrendada por defender nuestros ideales.

Son los colores que pintan nuestra idiosincrasia, mezclados con el tamal, el güipipía, la erre arrastrada, la chota, la mejenga y el chonete.

Cuando el redoble de los tambores y las bastoneras se abren paso por las calles, nuestros valores más sagrados también salen a marchar.

Democracia, derecho, igualdad, tolerancia, inclusión, solidaridad, cordialidad y sensibilidad son rasgos de la identidad que nos distingue.

Hoy, más que nunca, es importante recordar lo que somos, en vista de la grave amenaza que representan la violencia, la corrupción y el populismo.

Por ello, debemos aprovechar estas fechas para inculcar en las nuevas generaciones el orgullo de lucir nuestros emblemas.

También, resulta oportuno promover en jóvenes y viejos la importancia de defender los principios que han moldeado nuestra sociedad.

En ese sentido, poner guirnaldas y banderas en residencias, oficinas, escuelas o negocios representa mucho más que una decoración de temporada. Es una forma muy particular de rendir tributo al ser costarricense y de expresar orgullo por el hecho de vivir en libertad.

Pensando en todo lo anterior y movido por la vergüenza, al final, fui a comprar unos adornos para ponerlos en mi casa y en mi estación de trabajo.

Vieran qué feliz me siento ahora al ver mi campanita tricolor moverse al capricho del viento en la puerta, pues me recuerda de dónde vengo. ¡Viva Costa Rica!

rmatute@nacion.com

El autor es jefe de información de La Nación.