Traición a García Márquez

Conocí a Gabriel García Márquez hace 25 años en Cartagena. Durante tres días, relató intimidades de sus libros y su admiración por Clinton

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En el café de la tarde, mientras se llevaba una galleta a la boca, alcé la cámara de rollo y le tomé una foto. Me volvió a ver directamente: “Me vas a traicionar”. “No, no. No lo voy a hacer”, le respondí.

Días después, otros sí lo hicieron, unos ocho, pero yo, hasta hoy. Transcurridos 25 años, cuento mínimas confidencias políticas relatadas por Gabriel García Márquez en noviembre de 1998 a 10 periodistas que lo tuvimos como capacitador en Cartagena.

Asistimos a un taller de edición periodística en la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Solo había 10 cupos. Un ensayo sobre mi vida en Limón me abrió la puerta a tres tardes durante las cuales habló de periodismo y política. A 10 años de su muerte, el 17 de abril del 2014, busqué la libreta y recordé aquellos días en los que la condición era no publicar sus opiniones.

En ese entonces, él tenía 72 años. El primer día, vistió guayabera y pantalón blancos, y zapatillas blancas de tacón negro, sin medias. El segundo, pantalón corto. La tarde del café aludió al entonces mandatario de Colombia, Andrés Pastrana: “Es un presidente que no hace nada por estar en tonterías”.

Dijo más, pero su énfasis estuvo en su amistad con Bill Clinton, entonces presidente de EE. UU. Allí se declaró acérrimo crítico de Monica Lewinsky, pasante que desató un escándalo al revelar que mantuvo “encuentros sexuales” con el gobernante.

Le indignaba que la joven hubiera guardado sin lavar, durante dos años, un vestido azul con fluidos que probaron después un acto sexual: “Lo de Monica es un complot. Esa mujer lo grabó más de 20 horas, y eso no es otra cosa que un complot”. Esa, entre calificativos, era su conclusión.

La admiración por Clinton se le desbordaba. Se hicieron amigos por carta, después de que un día le preguntaron qué opinaba de que el gobernante declarara Cien años de soledad como su libro favorito. García respondió que no lo creía. Tiempo después, recibió la primera carta: era cierto, y comenzó el vínculo. Cartas iban y venían al punto que el escritor llegó a ser “mensajero” secreto entre Clinton y Fidel Castro. Esto se supo después.

En unos días les contaré por qué casi no publica Noticia de un secuestro.

amayorga@nacion.com

El autor es jefe de Redacción de La Nación.