Tragicomedias de cada día

Hay historias ante las que uno no sabe si reír o llorar, sentir pena o enojarse

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Hay historias ante las que uno no sabe si reír o llorar, sentir pena o enojarse. Quizás todo dependa del lado en que uno la viva o el ángulo que escoja para analizar el caso. La cuestión es que, hace unos días, una carroza fúnebre perdió los frenos y terminó incrustada en la sala de una casita, con muerto y féretro a cuestas. Una tragedia dentro de otra tragedia dentro de otra más: un activo empresarial deteriorado, una casa destruida y, encima, un funeral interrumpido.

Pero eso no fue todo: resulta que el chofer de la grúa que rauda llegó a socorrer andaba borracho y la policía se lo llevó detenido. ¿Resultado? Grúa decomisada y otro hogar afectado. Finalmente, el reportero informó de que hasta altas horas de la noche devolvieron el féretro y el cadáver a los atribulados deudos, no sin antes pasar por todo un proceso administrativo. O sea, en el momento tatá, apareció la burocracia.

El lance me recordó otra historia ocurrida hace unos años en Brasil. Parece mentira, pero es cierta. Un tipo entró a robar en una farmacia. Mientras cometía el atraco, un ladrón le robó el carro en el que había llegado. Cuando salió de la botica con su botín y empezó a buscar el vehículo, otro ladrón le robó lo robado.

Indignado, el tipo tuvo el tupé de ir a la estación de Policía para poner la denuncia, con tan mala fortuna que se topó con el farmacéutico al que había asaltado. La policía lo detuvo in fraganti, confesó y un periodista que andaba por allí lo entrevistó. Le preguntó que si el carro era suyo, y él le respondió que cómo se le ocurría, que él lo había robado el día anterior, pero que el problema de fondo no era ese, sino que, con la inseguridad reinante, ya no se podía salir a robar honradamente sin terminar más pobre de como empezó el día. ¿Qué tal?

A mí estas tragicomedias, y otras que ustedes puedan contarme, me recuerdan que nuestras vidas cotidianas siempre pueden tomar por un callejón lateral. Que por más seguros o astutos que nos sintamos, por más poderosos que nos creamos, las cosas se ponen patas arriba en un santiamén. Y que, si uno termina contando el cuento, lo más sabio sería tener la capacidad de tomar distancia de lo acontecido y darle un final digno. Al fin y al cabo, el muerto de la historia, enterrado, y el ladrón asaltado procurando su sustento de otra manera. Si no, nos topamos con otra cosa: una tragedia pura y simple.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.