Tinta Fresca: El día después de la madre

Lo primero que pasa el día después de la madre, es que uno empieza a entenderla a ella, que es entenderlo casi todo

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El día después de la madre amanece uno solo frente al resto de la vida. Es ese día cualquiera, cuando caemos en cuenta de que ella ya hizo lo mejor que pudo, y nos toca seguir por nuestra cuenta.

Lo primero que pasa el día después de la madre, es que uno empieza a entenderla a ella, que es entenderlo casi todo. Lo de decir buenos días, por favor y muchas gracias. Lo de las malas juntas. Lo de pedir perdón. Adquiere sentido aquello de “los niños que se mueren de hambre en África” y la cantaleta de “piense lo que dice y no diga lo que piensa”. Finalmente confirma uno que era cierto que al que madruga Dios le ayuda, y que Dios aprieta pero no ahorca. Que si los amigos se tiran de un puente, uno no tiene por qué. Que está bien llorar, pero hay que llorar por algo. Que hay que compartir, caminar por la sombra, andar calzoncillos limpios, ordenar el cuarto, cantar el himno, ¡y estudiar carajo! Que hay que comer verduras, dormir suficiente pero no demasiado, jamás ser chunchinga, y siempre respetar a los mayores. Que a fin de cuentas posiblemente ella tenía razón, y de verdad hay horas para llamar a una casa decente.

Luego de pronto se descubre uno sembrando matas. Y después las cuida más de la cuenta, empieza a coleccionar macetas y cada vez que puede se roba un hijito. Y ahora oye el tele en 21 cuando antes lo ponía en 18. Deja perdidos los anteojos, descifra la receta del pastel de atún y el secreto de las lentejas con tocineta. Aprende a hacer las cuentas, a rendir la plata. A hacer mandados y a hacer milagros. A estirar los días. A multiplicar la comida. A poder con todo. A dar abasto.

Cuando se da cuenta uno hace el arroz como el de ella, con poquita cebolla; y que ella lo hacía como su mamá, con achiote y zanahoria. Y ya uno baña al perro en la ducha para que no pase fríos. Cocina olla de carne, y de repente resulta que sabe amarrar tamales. Anda el bolso lleno de chunches que no necesita. Soba a medio vecindario para quitarle las pegas. Ordena el closet por colores. Guarda el menudo en frasquitos. Convierte en batido cualquier cosa que quepa en la licuadora. Le da una oportunidad a los pilates. Le prende veladoras a San Pancracio y se cuelga la medalla milagrosa. Aprende a tejer bufandas y a hacer lustres. Cambia la fiesta de sábado en la noche, por un café el domingo en la tarde. Anda cargando dos suéters. Ve la misma película 20 veces. Chismea en los pasillos del súper. Madrea a los otros choferes. Googlea remedios caseros. Compara detergentes. Y un día, cuando nadie lo ve, se compra el libro de Walter Riso.

Del día después de la madre nadie se salva. Cuando da por concluida su misión, y uno empieza, despacito y con los años, a convertirse en ella.