Tiempos pegajosos

Ahora nos gusta hacer todo lo que le gusta a la multitud hacer, el mercado de masa en su máximo esplendor

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George Kubler en su historia material de las cosas del arte, menciona que a lo largo del tiempo hay estilos que se repiten, formas que con pequeñas transformaciones vuelven a aparecer en los objetos, cosas y expresiones artísticas de manera cíclica. Esta existencia de la repetición propuesta por Kubler, para algunos demasiado normativa, podría concluir con la idea de que en realidad no hay nada nuevo, o bien, que los grandes patrones estéticos se agotan en la experiencia del deseo humano y se repiten.

Quizá contemos con unos cuantos cientos de gustos, patrones de belleza y símbolos que, según el tiempo y la conformación socioeconómica, vamos incluyendo de nuevo como novedades recicladas en las nuevas propuestas artísticas y experiencias estéticas más gratificantes.

Sea cierto o no, el caso es que recordé su teoría de la repetición cíclica cuando la evidencia de los ritmos actuales, tanto visuales como musicales, conforman unidades de sentido monocromáticas (mismos golpes en un tambor, gotas de agua, marchas monótonas, ritmos sincopados), que sumadas a los paisajes verbales (con cada vez menos palabras y más muñequitos) y las narrativas kinestésicas contemporáneas (performance para centros de eventos similares aunque en diferentes lugares), no hacen más que señalarme el reino de la repetición.

Efecto de la globalización

Y digo el reino porque nunca antes los patrones del gusto se extendieron tanto gracias a la globalización, como un fenómeno de intercambio de datos que termina por hacer cadena de tendencias, donde la repetición es la clave. Se reproduce, sigue, imita y se disfruta como tendencia cualquier objeto o cosa pegajosa. Por pegajoso, también viscoso, denso como la goma, demasiado pegado, empalagoso y contagioso. Se repite.

Ahora gustan los ritmos monótonos, contagiosos, simples como mantras y que hacen saltar a las multitudes como el reguetón.

Gustan las historias con ritmos simples y adaptaciones visuales que hacen leer rápidamente a multitudes como las sagas de vampiros.

Gustan las películas con ritmos definidos, si se puede bipolares en sus dramas, con emociones básicas generadoras de miedos y deseos rápidamente adictivos.

Gustan plásticas geométricas, con patrones claramente rítmicos y repetitivos en sus diseños y bueno, podemos agregar que también gusta el pensamiento uniforme, de un mismo ritmo en su ideología que exalte la simpleza de las formas de la política y lo pulido de los contornos del mercado. Siempre acogedor y cómodo.

Lo pegajoso nos tiene pegados, unificados como lo hace la goma con la madera.

Copiar y pegar

Nos pegamos para copiarnos y ya no para reproducirnos, si no viene a mal la imagen de una pareja bailando lento y pegado. Ahora si bailan es para pegarse por el espectáculo.

Nos ponemos pegajosos para lucirnos en un mismo ritmo que no respeta origen ni autoría. La copia, impetuosa, pesada, con cada vez más peso y de manera más rápida, desborda a la propia pieza individual que le antecede, para ser tragada también por el ritmo infinito de una metaestética melcochuda y difícil de sortear.

Ahora nos gusta hacer todo lo que le gusta a la multitud hacer. El mercado de masa en su máximo esplendor cantando, moviéndose, vistiendo, diciendo, sonriendo y haciendo gestos de la misma manera, como el mejor y no el único de los momentos autoritarios que ha tenido la historia.

El imperio no está ya en un lugar, como se supone que sucedía con la gente alrededor de una pirámide invocando al dios Ra, sino que está en quien hace el engrudo donde mantenernos pegados. Quien mezcla, quien sirve y quien paga el pegamento es el dueño del reino de lo pegajoso.

doreliasenda@gmail.com

La autora es filósofa.