Teología del pueblo y teología de la liberación

Reviven las críticas contra la teología del pueblo, creada y difundida en Argentina y alguna parte del Cono Sur

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Existe una gran confusión entre los atributos “del pueblo” y “de la liberación” que definen varios desarrollos teológicos en América Latina. No son la misma cosa, ni siquiera podríamos afirmar que se desarrolló una única teología de la liberación.

Con la teología del pueblo, dado que se creó y se difundió en una zona específica (Argentina y alguna parte del Cono Sur), su diferenciación es más difícil, aunque no imposible; con todo, no resulta tan relevante como la diversidad de la teología de la liberación.

Valdría la pena hacer algunas distinciones, solo para aclarar y tener mejor información de estas dos tendencias de pensamiento. Se conoce como teología del pueblo un movimiento originado en la Iglesia argentina, que tiene como principio rescatar la cultura de las personas marginadas como espacio de la revelación de Dios.

No se trata de identificar esa cultura con la revelación, pero sí afirmar que en ella Dios se manifiesta antes que cualquier evangelizador o teólogo ingrese en su espacio. Por ello, la primera razón de ser de esta teología es incentivar el respeto del surgimiento de la fe al margen de una cultura religiosa institucional.

Para Rafael Tello, el más importante de los representantes originales de la teología del pueblo, si bien es fundamental la actividad catequística y el ordenamiento eclesiástico, son realidades secundarias y no pueden ocupar el lugar de una experiencia mucho más simple y significativa en el ámbito popular.

En otras palabras, la iniciativa que lleva a la gente del mundo marginal a Dios no depende de los agentes de pastorales, su germen se encuentra en la misma experiencia personal de Dios que se manifiesta en medio de las contradicciones de una situación existencial de pobreza, injusticia y corrupción.

El primer evangelizador solo debería acoger y celebrar, aun sacramentalmente, lo experimentado por la persona. El crecimiento y profundización en la fe inicial sería obra de un segundo evangelizador, que ayudaría a madurar paulatinamente la intuición primera.

Corriente criticada

Generalmente, este tipo de teologías critican la praxis pastoral tradicional, porque la consideran una acción llegada de fuera del mundo de los marginados, como si ellos necesitaran la mediación eclesial para reconocer a Dios en medio de su propia cultura.

Creen que Dios antecede siempre y, por ello, la acción institucional debería “convertirse” a la revelación divina. Respetar el mundo de los pobres y su cultura, como un ámbito humano y como lugar de la presencia divina de forma misteriosa, sería el lema principal de esta teología.

Este tipo de pensamientos es ampliamente criticado porque la marginación es contradictoria en muchos sentidos: promueve comportamientos inhumanos por ser una atmósfera nacida de la violencia que produce también mucha violencia; deja su marca en el espíritu humano, muchas veces de forma tan negativa que se pierde la ilusión de construir un mundo mejor; y, aunque se tenga ese sueño, la dureza de esa vida impide a muchos creer en la posibilidad de salir del ambiente de injusticia para mejorar su existencia y la de su comunidad.

Por eso, reproducen patrones de conducta represivos e intolerantes. Sin embargo, dirán los teólogos del pueblo, la presencia de Dios puede hacer entrever la posibilidad de la vida nueva a quienquiera que viva en ese mundo, porque también en él existen la solidaridad, el amor, la amistad y la buena voluntad. No todo es destrucción en el mundo marginal, y es cierto.

Mientras la teología del pueblo mantiene que todo proceso de verdadera evangelización y superación de la maldad nace en situaciones contradictorias, la teología de la liberación ve en la desigualdad social una fuerza contraria a la voluntad divina. Esta tendencia produce no solo pobreza, sino también alienación; por eso, las personas deben liberarse de sus ataduras mentales y ser capaces de ver en el esfuerzo comunitario una auténtica vía de solución a la marginación y la injusticia.

En consecuencia, el cristianismo se concibe no solo como una fe con miras a la salvación eterna individual, sino también como compromiso político e instancia de criticidad ideológica. Así, el evangelizador es alguien que facilita el proceso de concientización político-social, generando una nueva cultura: la del compromiso ético-religioso y político.

Por esta razón, una buena parte de los teólogos de la liberación se vincularon al llamado “movimiento popular” de inspiración socialista. Y, por ello también, se diversificó en diversas corrientes político-religiosas que fueron desde la vinculación con grupos de izquierda (incluso grupos guerrilleros) hasta posiciones políticas más moderadas, como el socialcristianismo o la socialdemocracia.

Realidades humanas

Obviamente, estas teologías no fueron las únicas que se desarrollaron en América Latina, ni mucho menos las únicas que hablaban sobre la superación de las grandes contradicciones sociales de nuestro continente. Como ejemplo, podemos citar a monseñor Romero. Al leer sus homilías, no se ven las notas características de la teología de la liberación, tan común en Centroamérica, sino una fortísima influencia del tomismo (corriente teológica tradicional en la Iglesia, que incluso el Código de Derecho Canónico manda enseñar en todos los seminarios).

En realidad, en estos últimos tiempos, se habla mucho de estas dos corrientes de pensamiento y no se escatima en críticas. Si bien se muestran claramente diferentes, han sido producidas en el mismo ámbito eclesial, el mundo de los teólogos que piensan en la Iglesia y en el mundo actual.

Una relación sumamente importante para el Concilio Vaticano II, especialmente subrayada en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes. Con todo, no hay que olvidar que, lejos de proponer una secularización del cristianismo, el Concilio Vaticano II ha tratado de reivindicar contenidos teológicos fuertemente enraizados en la tradición bíblica.

No es justo, entonces, hablar de secularismo con respecto al Vaticano II. Así como tampoco es lícito identificar un período histórico de la vida de la Iglesia como el tiempo ideal de desenvolvimiento de su misión en el mundo. Ahora bien, como toda teología, las dos tendencias del pensamiento latinoamericano tienen ideas geniales como también grandes fracturas a la hora de enfrentarse a la realidad.

La teología es un acto del pensar humano, no puede ser infalible en su argumentación. La teología, por otra parte, no es el magisterio, que tiene una función totalmente diferente.

Desde la asamblea de Medellín, pero especialmente en Puebla, el magisterio y las teologías latinoamericanas señalan la significación de enfrentar la realidad de nuestros pueblos, plagados de vidas llenas de injusticia.

Entender la “militancia eclesial” en la construcción de un mundo más humano resulta esencial cuando se trata de crear un ambiente sano y fecundo en la vida de las personas. El papel político de la Iglesia tiene que centrarse en el bienestar de la gente y en hallar situaciones más justas de vida. Esta dimensión no puede ni debe ser esencialmente partidista o ideológica, porque se debe mantener el mayor grado de criticidad posible para ponderar las acciones comunitarias en función de los valores del Evangelio.

Esto me lleva a otra conclusión: Dios está por encima de las culturas, respetarlas y conocerlas es esencial en todo ser humano, pero no hay que idolatrarlas. Como realidades humanas, siempre están sometidas al cambio y necesitan ser también criticadas cuando generan campo para el odio, la exclusión o el exclusivismo.

Hoy se venden culturas como panaceas, cuando en realidad pueden esconder terribles condiciones de inhumanidad. No podemos contentarnos con presentar modelos teóricos perfectos en un mundo imperfecto, porque fácilmente podríamos caer en la intolerancia que no queremos sufrir.

frayvictor@gmail.com

El autor es franciscano conventual.