Sra. jueza

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A lo largo de su intensa y lúcida carrera, Elizabeth Odio Benito ha asumido, como pocos, una tarea de profundas implicaciones personales y globales: ayudar a los seres humanos –en palabras del nobel de literatura Imre Kertész– a “reconquistar su individualidad arrebatada por la historia”.

No hablo solo de la “gran” historia que ha dejado sus sangrientas marcas en Kósovo y Serbia, los desiertos de Darfur o las selvas congolesas. También es la historia concentrada –a veces íntima– de quienes sufren intolerancia, discriminación o violaciones a derechos básicos, aquí y en otras partes.

A esos seres doña Elizabeth los ha representado o defendido no solo como jueza en el Tribunal Especial para la Antigua Yugoslavia y en la Corte Penal Internacional, sino como académica, ministra, activista y ciudadana. Ahora añadirá a esos logros y compromisos otra tarea esencial: jueza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

El nombramiento reconoce sus cualidades y experiencia. Tras los impecables desempeños de Sonia Picado y Manuel Ventura, por tercera vez un compatriota actuará en ese insustituible tribunal. La diplomacia nacional se anotó un ejemplar éxito con su contundente elección. Y todo esto aportará al sólido “poder blando” –mejor, inteligente– de nuestra política exterior.

Como costarricenses, sentimos orgullo; como americanos, valoramos mucho más: la certidumbre de contar con una jurista independiente, proba, conocedora y experimentada, que aplicará los mejores estándares de derechos humanos, no claudicará ante las presiones y aportará a una mejor jurisprudencia continental.

La Corte pasa por un período plagado de retos. Los casos aumentan exponencialmente (algo bueno), pero la capacidad de atenderlos se reduce. Fallos recientes han flaqueado en su solidez. Su presupuesto es magro. Algunos Estados incumplen sentencias, incluida Costa Rica. Gobiernos autoritarios le han declarado la guerra e intentarán minarla desde dentro, tras lograr que un aliado del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ocupe otro estrado.

La mayoría de los siete jueces son rectos y competentes, pero no siempre firmes. Doña Elizabeth es ambas cosas: una señora jueza, en el sentido más cabal.

(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).