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Después de haberse definido como socialcristiano, liberal y libertario, Otto Guevara se reveló como contorsionista. Primero abrazó dogmas: un político testimonial atado a estrechas visiones de mundo. Luego adoptó posiciones más flexibles: un político realista abierto a las negociaciones; pareció promisorio. Pero al corto tiempo, solo se quedó con los gestos y de inmediato se hundió en las poses: un político atado a intereses, obsesionado por el poder y obnubilado por el talismán de la presidencia.

En esa larga y errática carrera de simulaciones, el oportunismo se mantuvo acotado por cierto sentido del pudor; quizá también por algunos principios. Pero el miércoles de la pasada semana ambas barreras cayeron totalmente. Con “bríos” inoculados por la campaña “rompedora” de Donald Trump, Guevara anunció a otros diputados su intención de convertir el tema migratorio en un caballo de batalla electoral. De paso, reveló que se presentará por quinta vez como candidato presidencial.

Como cualquier fenómeno social, económico o político, la migración –que tiene de los tres– es un legítimo tema de discusión pública. Además, por décadas, ha constituido un desafío para nuestro país. Pero lo hemos sabido abordar con apego a la dignidad, la solidaridad y la prudencia y, en el fondo, con beneficios para el conjunto de una sociedad enriquecida por los “otros” que, en realidad, somos todos.

Pero como disparador que ha sido a lo largo de la historia para los prejuicios, la intransigencia, las exclusiones y las persecuciones, el fenómeno migratorio debe manejarse con supremo cuidado. Si su inspiración es Trump, la ocasión prevista para el debate de una campaña electoral y sus argumentos iniciales de privar a los migrantes de derechos básicos, lo que Guevara se propone es manipular y exacerbar al electorado.

Para Enrique IV, París bien valía una misa; para Guevara Zapote justifica el intento de precipitarnos en un lodazal de simplismos, prejuicios y truculencias, que no solo afectarán a los migrantes, sino también al resto de la población y al sentido mismo de la convivencia.

El Otto autoritario aún está a tiempo de rectificar y, al menos, simular que le queda algún unto liberal. Si no lo hace, allí están los votos para frenarlo. Ojalá para siempre.

(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).