Sentido de la Navidad

Nuestros historiadores documentan que, muy temprano en diciembre, comenzaban los preparativos para la Nochebuena

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Según el historiador español César Vidal, la práctica de socializar las festividades de la Navidad se remonta a la época en que finalizó la persecución contra los cristianos y se generalizó en Occidente a partir del siglo IV d. C.

So pena de muerte, los cultos y las liturgias de los cristianos eran clandestinos. Para quienes como yo creen en la fe judeocristiana, la Navidad es el conjunto de celebraciones concentradas en diciembre, y que constan de los Advientos que se realizan durante los primeros cuatro domingos del mes.

La festividad culmina con la cena de Nochebuena, el 24 de diciembre, y el almuerzo al siguiente día. Son momentos en que las familias cristianas, aparte de socializar, oran, reflexionan y comparten los alimentos.

Se les suman costumbres ancestrales, tales como la instalación del pesebre, también conocido como portal y pasito, donde se coloca la figura de Cristo recién nacido, el 24 de este mes a medianoche.

Desde una óptica espiritual, cada una de las festividades tienen una significación particular. De acuerdo con el acervo judeocristiano, los cuatro primeros eventos de los Domingos de Adviento consisten en un tiempo para departir con el núcleo familiar y meditar sobre el significado del nacimiento de Cristo.

En cada Adviento se encienden cuatro velas, algunas familias meditan y otras leen alguna fracción del Evangelio, y el acontecimiento se acompaña de un café o, dependiendo de la circunstancia acordada, un almuerzo o cena.

El conjunto de platillos típicos de la época solía consistir de gallina achiotada, arroz con leche, pan casero, rompope, toronjas rellenas de leche o miel, tamales de cerdo, conservas y dulce de naranja. Igualmente, el 24 y 25 de diciembre.

Según Anastasio Alfaro y otros costumbristas nacionales, desde tiempos de la colonia y hasta mediados del siglo XX, para las familias costarricenses este era un conjunto de celebraciones muy generalizado.

Nuestros historiadores documentan que, muy temprano en diciembre, comenzaban los preparativos para la Nochebuena, de modo que, con antelación, los pueblos y villas estaban listos para el acontecimiento.

Con los primeros ventoleros y lloviznas decembrinas, la mayoría de nuestros abuelos empezaban el intercambio de conservas de chiverre, palmitos asados y otras delicias.

Tradiciones cristianas

A los niños se les enseñaba que la bendición venía de Dios, a través de sus padres, por lo que la carta en la que se pedían los obsequios era dirigida “al Niño Dios”, aunque la mayoría comprendía que los presentes procedían de sus padres, es decir, no eran engañados con ningún personaje ficticio del polo norte.

Los niños ansiaban el momento en que les dejarían los obsequios junto al pesebre, cuya instalación era un ceremonial de primer orden. Se preparaba con mucha anticipación. Allí estaban, cuando menos, la figurita de la Virgen y su esposo, san José, el buey, la mula y otros elementos bíblicos.

El portal no faltaba casi en ningún hogar cristiano, ya se tratara de familias pobres o adineradas. Era usual que en las comunidades y parroquias se organizaran para ensayar y cantar villancicos, y los grupos se presentaban en actividades comunitarias y en ciertas casas donde se reunían los vecinos, quienes recibían por medio de aquella expresión artística la narración de la fe común.

La Navidad era una celebración en homenaje al Dios cumpleañero y la verdadera paz debía respirarse. En su obra La Navidad costarricense, Elías Zeledón asegura que “no era fiesta de borrachera” y que las iglesias, a las 12 de la noche del 24, “se veían atestadas de vecinos que iban a la misa de gallo, donde se cantaban villancicos y se admiraban los mejores portales de la región, que eran los de los curas”. La Navidad era, por tanto, placentera, “llena de un espíritu de hermandad que se perdió”.

Cambio de costumbres

Con la desacralización y la irrupción de la sociedad de consumo, las celebraciones del Adviento pasaron a ser una costumbre limitada a ciertas familias que creen en la importancia de practicar la reflexión y la espiritualidad en el hogar.

La tradición de las oraciones alrededor del pesebre, adornado con musgo y otros elementos propios de nuestro país, y cuya inspiración está en la narración de los Evangelios, fue sustituida por prácticas extranjeras, por ejemplo, el pesebre, descrito en los Evangelios de Lucas y Mateo, fue sustituido por el árbol nórdico nevado, que carece de sustento bíblico.

La entrega de obsequios a los niños emulando el simbolismo del pasaje bíblico de los Reyes Magos que obsequiaron oro, incienso y mirra al Niño Jesús, fue sustituida por Santa Claus, personaje ficticio del polo norte promovido desde hace un siglo por una marca de bebidas.

Esta práctica engaña a los niños sobre la identidad de quien entrega el obsequio y produce frustración cuando, con el tiempo, el menor descubre la verdad.

En esencia, la Navidad consiste en meditar sobre el verdadero sentido de la vida. Como decía Pascal, el mensaje navideño proporciona suficiente luz para los que quieren ver y suficiente oscuridad para los que se niegan.

El sondeo de felicidad global que la empresa Ipsos realiza periódicamente a escala mundial revela que, salvo pequeñas variaciones, las fuentes de felicidad comunes en todas las naciones se resumen en buena salud, estabilidad del núcleo familiar y experimentar la convicción de un sentido de la vida de naturaleza espiritual.

Si la espiritualidad es tan fundamental para el ser humano, entonces, el mensaje navideño nos auxilia en una cuestión que todo cristiano debería necesariamente responderse en algún momento de su vida: ¿Decidimos creer lo que la Navidad proclama, que le debemos nuestra existencia a un ser eterno, inmaterial, inmutable y atemporal que llamamos Dios?

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.