Semana alucinante

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¡Qué semana acabamos de vivir! Ocho días que conmovieron al mundo y golpearon la médula de la geopolítica mundial y latinoamericana. El Reino Unido, la segunda economía más importante del viejo continente, se retira de la Unión Europea (UE); en Colombia se firma el acuerdo de paz con la principal guerrilla (FARC); y, para colmos, Messi se retira del fútbol internacional.

Y agrego: en Costa Rica (silencio)… ejem… perdón, pasemos al próximo tema. En una semana, el mundo puede cambiar, pero nosotros seguimos igual: otra vez un gobierno se baja los pantalones ante un sector de autobuseros que hizo prevalecer su interés por mantener el mal servicio de buses (y suculentas ganancias). Y la nueva Aresep, muy calladita.

En fin… decía yo: estos son tiempos apasionantes y peligrosos. Difícil estimar las consecuencias económicas a largo plazo del brexit, aunque el Reino Unido ya está en aprietos. Con todo, los efectos políticos son los más importantes.

Europa se debilita como potencia internacional, su proyecto de integración cuestionado tanto por la sublevación británica como por los ataques, desde dentro, de populistas de todo tipo así como por la prepotencia de su tecnocracia comunitaria. Cambia la ecuación mundial: Europa pierde poder moderador y con ello complica los conflictos en su periferia. ¿Y si la idea de una Europa Unida se deshace?

La importancia del Reino Unido se devalúa entera. Su sistema político interno está en conmoción, la separación de Escocia y de Irlanda del Norte en el tapete (ellos quieren seguir en la UE) y se erosiona su “relación especial” con Estados Unidos, al que un Reino Unido fuera de la UE le sirve mucho menos.

Por su parte, en La Habana se firmó el principio del fin del conflicto armado más antiguo de América Latina, con cientos de miles de muertos y seis millones de refugiados internos.

Si logra sortear las dificultades políticas (un referéndum confirmatorio) y operativas (el desarme y la justicia restaurativa), la nueva paz interna puede ser la partera de Colombia como nueva y dinámica potencia latinoamericana.

Eso nos conviene y nos reta por igual: por un lado, nos crea un mejor clima regional y, por otro, mayor y más productiva competencia.

Confieso que estos días me tienen comiendo uñas. En Europa, constato una fatiga con la democracia por su incapacidad para atenuar la creciente desigualdad e integrar la multiculturalidad.

Ello abre paso a viejos fantasmas, algunos de los cuales no hace mucho incendiaron el mundo. Colombia, en cambio, me da esperanza.