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Tiene razón Óscar Arias al recordarnos que nadie es indispensable en una democracia. Sin embargo, todos somos necesarios, sea con nuestras críticas o aplausos, apoyos o exigencias, activismo, participación, interés, compromiso o ambiciones. Dentro de esa totalidad, los jóvenes resultan esenciales. De aquí la importancia de que oigan su llamado a que “pongan sus manos en el timón de la historia” y luchen por el ejercicio del poder.

Sin el impulso de los jóvenes a la política y el gobierno, languidencen las ideas, se agotan los recambios, se entraba el movimiento, decae el ímpetu transformador y creativo, y se enquistan los dirigentes e instituciones. Si esto ocurre, el camino hacia la parálisis, la erosión y la deslegitimación democráticas será muy corto.

Costa Rica tiene hoy la generación joven más preparada, tolerante, emprendedora y abierta al mundo de su historia. No creo que haya decaído su interés por lo público, sino la forma de canalizarlo. Se palpa en una proliferación de organizaciones civiles, aportes comunitarios, negocios con vocación social y voluntariado; también, mediante su aporte a causas que van desde el ambiente hasta los derechos identitarios; desde el impulso a la lectura hasta el mejoramiento urbano; desde la innovación tecnológica hasta la agricultora orgánica.

Afincados en estos pilares, los jóvenes están tomando el timón. Pero solo parcialmente. Porque en muchos casos falta la política; es decir, la búsqueda y el ejercicio de las responsabilidades e inevitables penalidades del poder, el Gobierno y el Estado.

¿Culpa de ellos o de un entorno poco estimulante para el salto? Hay más de esto último. Por ello, debemos actuar en los partidos, las instituciones, los procesos, los planes y los canales de acción y el reclutamiento para que los jóvenes se convenzan de que pueden ser protagonistas, no simples piezas de la política. Hay que abrir y modernizar la agenda de discusión pública, limpiar las telarañas, transparentar las decisiones y dar al talento innovador el papel que se merece en el Estado.

Sin embargo, tal acción no solo corresponde a los que ya están. Deben también emprenderla quienes han permanecido al margen; es decir, los propios jóvenes.

Es hora de que salten desde sus relevantes, pero insuficientes zonas de confort cívico y caigan en la arena de la política.

(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).