Reflexiones

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La Semana Santa es una de las épocas favoritas de los costarricenses para disfrutar de sus vacaciones, es tiempo de descanso y convivencia familiar. Pero ¿se han preguntado si estos tiempos de ocio son equivalentes para todos los integrantes de la familia por igual? La realidad es que no.

Mientras la familia descansa, ella trabaja. Esta es la realidad de miles de mujeres, cuyo esfuerzo y trabajo es para que todos sus seres queridos la pasen bien y disfruten. Mientras tanto, ellas sacrifican su descanso en beneficio de los demás integrantes de la familia. Si bien es socialmente esperado, vale preguntarse si eso es justo. ¿No será esta una de las tantas desigualdades que perpetúan, visible o invisiblemente, la desigualdad entre sexos?

En el 2011, bajo el marco de la EUT-Gam, se entregó al país la Primera Encuesta de Uso del Tiempo en la Gran Área Metropolitana y sus hallazgos no podían ser más reveladores. De acuerdo con dicho estudio, que abarcó 2.520 viviendas y entrevistó a 6.316 personas, se concluyó que las mujeres destinan al trabajo doméstico no remunerado un tiempo promedio semanal de 37 horas y 8 minutos, más del doble que los hombres (15 horas y 43 minutos).

Dentro de esta diferencia de responsabilidades destacan la preparación y servicio de alimentos, a lo cual las mujeres dedican, en promedio semanal, 12 horas y 31 minutos, frente a las 3 horas y 30 minutos que dedican los hombres. Estas son cifras promedio en cada familia. Hay que preguntarse si esta desigualdad no será peor en vacaciones, y, también, quién ha tenido tradicionalmente la carga en el planeamiento y trabajo que demanda el tan saboreado y esperado descanso familiar.

En consonancia con lo anterior, el estudio concluye que, en promedio, los hombres disfrutan de más tiempo libre que las mujeres. Ellas tienen un promedio de 5 horas semanales menos de tiempo libre que los hombres (17 horas y 58 minutos, frente a 22 horas y 44 minutos).

Al concluir la Semana Santa, cabe preguntarse si fue justa la distribución del tiempo libre para las mujeres en su familia, y si ellas tuvieron tiempo para leer, descansar y hacer deporte, al igual que los demás integrantes del hogar.

Si pusiéramos a correr a dos jóvenes los 100 metros, uno de ellos con un orangután de 30 kilos a cuestas, nadie admitiría la carrera como equitativa, conducta que, al parecer, sí validamos para nuestras mujeres.

Estas desigualdades en el trabajo doméstico no remunerado se profundizan aún más para aquellas que están en el mercado laboral. Si realmente queremos una sociedad más justa y equitativa, debemos erradicar las conscientes e inconscientes cargas desiguales. Y esto empieza por casa.