¿Quién hablará primero?

Durante la controversia por la aprobación del TLC, el Estado de la Nación abrió canales de comunicación que sería prudente analizar hoy para destrabar el país

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En la película, gigantes y voraces monstruos asedian a los dos únicos seres humanos que se encuentran en ese tiempo-espacio. Son humanos, sí, pero diferentes en cuanto a sexo, color de piel, etnia, lenguaje y cultura. Precisamente por eso, desconfían el uno de la otra y, antes de ponerse de acuerdo para enfrentar a sus atacantes, pasan por varias peleas y escaramuzas.

Aunque se trata de un cliché, la “cinta” evoca una analogía de la actual coyuntura del país, que, junto con el resto del mundo, atraviesa por una transición con desafiantes monstruos al acecho.

El vigesimonoveno Estado de la Nación (EDNA), publicado la semana pasada, tiene bien identificadas a esas criaturas malévolas: la ausencia de empleos suficientes y de buena calidad, la desigualdad, la crisis de la educación, la inseguridad ciudadana y los cambios demográficos, tecnológicos y climáticos.

Pero, sobre todo, al monstruo mayor, la desconfianza y la ausencia de diálogo político, el cual, como en la peliculita Monster Hunter, es reemplazado por la confrontación.

Un país desconocido

En su acápite sobrela democracia costarricense, encontró que el país está sumido en la inmediatez (¿cómo no estarlo, con tales espantos en la puerta y ni siquiera comprender bien lo que está pasando?).

Además, que la llegada de la administración Chaves implicó un cambio de tono y estilo de gobierno, pero no aporta resultados (como decir que agita los puños y vocifera que se comerá las broncas, pero ellas lo derriban de un soplo).

Y es que el actual presidente y alguna gente de su equipo literalmente regresaron como a un país desconocido después de un viaje intergaláctico, y no comprenden el contexto en el que deben desempeñarse. Como dice el estudio, se trata de un sistema político ideado para obligar a los actores a cooperar, pues a ninguno le otorga la facultad de mandar.

Es una democracia presidencialista y, sin embargo, no da al poder ejecutivo, ni a ningún otro poder, una capacidad tal que pueda imponerse. Por el contrario, induce a que se necesiten unos a otros. Además, no permite elecciones de medio período ni reelección consecutiva.

Sabemos que el chavismo se nutrió de varios resentimientos acumulados y asumió narrativas supercríticas —posibles únicamente en las democracias—, pero a cuya formulación todos los sectores contribuyeron de un modo u otro. El problema es que tales discursos terminaron retornando, no como un bumerán, sino como un hachazo.

Ese hipercriticismo hizo olvidar que todos los partidos políticos, tradicionales o más contemporáneos, son responsables en algún grado tanto de los avances que todavía enorgullecen al país como de los retrocesos, porque actúan en un sistema político que solo consigue éxitos cuando dialogan y negocian todos los actores o una mayoría de ellos.

Por eso, cuando bichos descomunales pisan los talones, lo peor que se puede hacer es acentuar las diferencias para ganar cargos efímeros cada cuatro años, en vez de sentarse a conversar para acordar un plan a largo plazo, la estrategia de políticas públicas necesarias para revertir cada uno de los riesgos.

A pesar de su capacidad para la bronca verbal, las cifras del EDNA muestran que desde 1990 la actual administración es la que menos proyectos de ley ha presentado, tiene una peor relación con el legislativo y mayor renuncia de ministros, viceministros y presidencias ejecutivas, así como de recursos de amparo fallados en su contra.

Incluso, es la que menos decretos ejecutivos ha emitido, el recurso legal más directo que podría utilizar la presidencia para alcanzar ciertos objetivos.

Pero lo anterior podría expresar solo una inacción presidencial aparente y existir, más bien, una apuesta por la autovictimización —”no me dejan gobernar”—, con miras a reclamar una mayoría parlamentaria en las elecciones del 2026, que permita al chavismo reformar la Constitución, y así poder “mandar” aquí, como sugiere el mandatario.

Símil argentino

Tan pronto como ganó el balotaje, el presidente electo argentino, Javier Milei, afirmó que “avanzará rápido con los cambios” de su plan de gobierno extremista.

Con ello, busca aprovechar el momentum que le reporta el holgado resultado electoral y evitar algo como lo que ocurrió aquí al chavismo, esto es, que su amenaza de ser un “tsunami” se fue desgastando al chocar con la legalidad (comenzando con el caso del Parque Viva). En esa premura por mandar, no se aprenden bien las reglas democráticas. (Es probable que a Milei le ocurra algo similar, por dicha).

Por eso también el chavismo ahora encara dificultades legales para participar en las elecciones municipales de febrero del 2024. Mas su principal problema, según las encuestas del CIEP, es la pérdida de credibilidad y de apoyo en múltiples dimensiones, debido a la ausencia de resultados tangibles.

Así, el emperador no solo se va mostrando desnudo, sino también un poco fantasioso. Instaurar una “democracia plebiscitaria” o un régimen autoritario en Costa Rica sería resistido por la mayor parte de la ciudadanía, por los mecanismos internacionales y por Estados Unidos. Pero ¿qué ocurriría si Trump gana las elecciones el próximo año?

Sentarse a la mesa

Decía el sociólogo Max Weber, en El político y el científico, que un objetivo de los partidos políticos modernos, además de la tan ansiada toma del poder, es colocar a su gente en los cargos públicos.

Esto, porque los militantes y seguidores con más o menos influencia buscan obtener una retribución personal por el trabajo que realizan a favor de su candidato o líder, más allá del plan de gobierno que “la maquinaria” partidaria considere mejor para el país.

Si el líder es carismático —en el sentido de que es alguien en quien los seguidores se reconocen fuertemente—, estos, aunque no obtengan un puesto, se entregarán con confianza al jefe o caudillo. Y esta entrega de la confianza es la que, en las sociedades de comunicación instantánea y masiva, les permite movilizar a la gente “valiéndose de medios puramente emocionales, semejantes a los que emplea el Ejército de Salvación”, como diría Weber.

Cuando publicó ese trabajo, en 1919, no llegó a ver el mortífero paroxismo que alcanzó tal manipulación de las emociones por parte de Hitler, Mussolini y Stalin, pues murió en 1920. Mucho menos se enteró de Trump y Bolsonaro, por mencionar algunos jefes populistas actuales.

El llamamiento del EDNA a los actores políticos a no postergar más la conversación y la negociación política con visión a largo plazo, para que el país pueda aprovechar esta difícil transición, debería ser escuchado. En primer lugar, por los partidos políticos, pero también por los gremios laborales, empresariales y organizaciones sociales, pues un sentido de unidad nacional descuadraría a los llamados vociferantes.

Durante la crisis en torno al TLC, fue el propio EDNA el que abrió el diálogo que propició una salida negociada de lo que parecía un callejón oscuro. ¿Quién entablará la conversación ahora?

maria.florezestrada@gmail.com

La autora es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs.