PRAGA – En el 2017 se destinaron $146.000 millones a ayuda y desarrollo. A pesar de lo alto de la cifra, es una fracción de lo necesario para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. A pesar de la escasez de recursos, sorprende lo poco debatidas que son las prioridades del gasto para el desarrollo.
En encuestas internacionales y en la escena mundial, los países en desarrollo son muy claros acerca de cuáles son sus prioridades: mejorar la salud y la educación, más y mejores empleos, menos corrupción y soluciones a los retos nutricionales. Lamentablemente, los países ricos no necesariamente dirigen sus fondos a estas áreas.
De hecho, de seguir las actuales tendencias, en el 2030 el mundo no alcanzará las metas de los ODS en varias áreas: mortalidad materna, tuberculosis, acceso a planificación familiar, VIH, mortalidad de enfermedades no transmisibles, acceso escolar preprimario y primario, retraso del crecimiento, enfermedades debilitantes, desnutrición, violencia contra la mujer, registro de nacimiento, acceso al agua, igualdad de género en liderazgo público, acceso a saneamiento y polución del aire.
Sin embargo, en lugar de asignar fondos de desarrollo a intentar acelerar los avances en esas áreas, gran parte se destina a otras prioridades. El ejemplo más evidente es la estimación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de que el 20 % de la ayuda para el desarrollo se gasta en proyectos y actividades relacionados con el cambio climático.
Está claro que se lograría más en salud, educación y otras áreas si no se destinara un quinto del gasto para el desarrollo de proyectos como la instalación de micromatrices solares ineficientes, que permiten que los donantes hagan una marca sobre la casilla “clima”, pero poco hacen para transformar vidas. Las inquietudes climáticas aparecen de último o casi de último entre los problemas de políticas en las encuestas globales de los países en desarrollo.
¿Cómo usar mejor los fondos para el desarrollo? Los análisis de costo-beneficio desempeñan un papel vital para discernir las intervenciones e inversiones que pueden hacer rendir al máximo cada dólar que se gaste.
El centro de estudios que dirijo, el Consenso de Copenhague, hizo un completo estudio de las 169 metas de los ODS. Examinamos todo el menú de opciones de desarrollo, incluidos precios y detalles sobre lo que lograría cada uno. El análisis reveló que, de las 169 metas, 19 representan el mejor rendimiento por el dinero invertido.
Piense en la meta de desarrollo del acceso universal a la planificación familiar, que a menudo se ha subestimado (y a la que los políticos suelen poner mala cara), cuyo costo sería de unos $3.600 millones anuales. Asegurar que las mujeres tengan control sobre el embarazo significaría 150.000 menos muertes maternas y 600.000 menos niños huérfanos al año. También daría un dividendo demográfico que estimularía el crecimiento económico. Los beneficios totales para la sociedad por cada dólar invertido serían de cerca de $120.
De manera similar, invertir en nutrición infantil da dividendos de por vida, pues una dieta saludable permite un mejor desarrollo cerebral y muscular. Los niños bien nutridos tienen menor deserción escolar, aprenden más y terminan siendo miembros mucho más productivos de la sociedad. La evidencia sugiere que proporcionar mejor nutrición a 68 millones de niños al año generaría más de $40 en beneficios sociales a largo plazo por cada dólar invertido.
O piense en la tuberculosis, la enfermedad infecciosa más letal (y la más descuidada) del planeta. Afecta a los más pobres del mundo, por lo general adultos jóvenes a una edad cuando se acaban de convertir en padres y están económicamente activos. Las familias pierden ingresos y los niños a a sus padres. Nuestro análisis muestra que invertir en ampliar las pruebas y el tratamiento de la tuberculosis rinde $43 en beneficios sociales por cada dólar que se gaste.
Un comité de economistas expertos, que incluye a dos premios nobel, determinó que cada dólar que se destine a estas y las demás 19 metas de desarrollo global más eficaces rendiría entre $20 y $40 en beneficios sociales a largo plazo. En contraste, asignar recursos por igual entre las 169 metas daría beneficios de menos de $10 por dólar. En otras palabras, centrarse en las acciones más eficaces equivaldría a duplicar o incluso cuadruplicar el presupuesto de ayuda.
El análisis de costo-beneficio hecho por el Centro del Consenso de Copenhague ayuda hoy a definir prioridades nacionales en Bangladés y Haití, y en Rajastán y Andhra Pradesh, en la India. En Bangladés, los hallazgos han servido de apoyo para que el gobierno ejecute políticas más transparentes de adquisiciones electrónicas e iniciativas más específicas de nutrición; en Haití, sustentan la decisión del gobierno y los donantes de fortificar la harina local con micronutrientes vitales para salvar vidas jóvenes.
El desafío es ampliar ese enfoque. El análisis de costo-beneficio no tiene que dictar la manera como se gasta cada dólar de ayuda para el desarrollo. Pero el tiempo sigue avanzando hacia el 2030, y el mundo está a la zaga en muchas de sus metas de desarrollo. Si no consideramos la eficiencia económica, nos arriesgamos a no lograr los avances necesarios para cumplir los grandes retos de la humanidad.
Bjorn Lomborg, profesor visitante en la Escuela de Negocios de Copenhague, es director del Centro del Consenso de Copenhague. Algunas de sus publicaciones son “The Skeptical Environmentalist”, “Cool It”, “How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place”, “The Nobel Laureates’ Guide to the Smartest Targets for the World”, y la más reciente “Prioritizing Development”. © Project Syndicate 1995–2019