¿Puede la vigilancia estatal fortalecer el disenso?

Miles de agentes secretos de la policía en Bielorrusia, China, Rusia y muchos otros países observan, escuchan y siguen a opositores al régimen y sospechosos de serlo, ¿cuál ha sido el resultado?

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El creciente uso de sofisticadas técnicas de vigilancia, entre ellas el monitoreo digital, dificulta a los disidentes en los Estados autoritarios evadir el radar de las autoridades.

Miles de agentes secretos de la policía en Bielorrusia, China, Rusia y muchos otros países observan, escuchan y siguen a opositores al régimen y sospechosos de serlo. Según una estimación, en el 2019, un 39% de los gobiernos vigilaron a sus ciudadanos en violación total o parcial de sus derechos a la privacidad.

A primera vista, la vigilancia estatal debería suprimir el disenso. Después de todo, para ser eficaz, la oposición al gobierno necesita un volumen significativo de esfuerzo colectivo, hábil coordinación y secreto estricto, lo que sería difícil —sino imposible— en un entorno en que el régimen es capaz de acceder a las comunicaciones de los activistas y seguir sus movimientos.

Muchos estudiosos concluyen que la vigilancia es eficaz para la reducción de la resistencia. Además, genera temor en la población al ayudar a las autoridades a identificar y eliminar a figuras claves de la oposición.

La experiencia de ser vigilado induce un obedecimiento de la ley casi compulsivo, como relata en sus memorias Eugeniusz Gatnar, disidente en la Polonia comunista: “Sabía que la policía secreta me seguía. Siempre me estaba diciendo a mí mismo: no cruces la calle con luz roja, valida los boletos en el tranvía”.

Alcance de la vigilancia moderna

Más allá de aterrorizar a los ciudadanos y evitar que den apoyo a movimientos de oposición, la vigilancia permite a un régimen infiltrar las organizaciones de oposición y entrar en las redes disidentes. Los infiltrados pueden propagar desinformación para frustrar los planes de los grupos de oposición.

Algunos casos de alto perfil demuestran el alcance de la vigilancia moderna. Después del envenenamiento del disidente ruso Alexéi Navalni, tras un acto electoral en Rusia central en agosto del 2020, una investigación conjunta de The Insider y Bellingcat reveló que Navalni había sido seguido por los servicios secretos rusos durante más de tres años.

Los agentes lo vigilaron pacientemente, esperando una oportunidad para poner un gas nervioso en sus ropas.

Otro ejemplo notable es la detención de Román Protasevich, bloguero bielorruso crítico del gobierno. En mayo, se supone que los funcionarios de seguridad bielorrusos lo siguieron hasta Atenas. Pero no pudo regresar a su hogar en Vilna, Lituania, en un vuelo comercial de pasajeros: mientras el avión se desplazaba por espacio aéreo bielorruso, fue obligado a aterrizar en Minsk, donde él y la novia fueron arrestados.

Paul Rusesabagina, abierto crítico del gobierno ruandés, que se cree que salvó por lo menos 1.000 vidas en el genocidio de 1994, es un caso similar. El 31 de agosto del 2020 supuestamente fue seguido por agentes ruandeses durante un viaje a Dubái desde los Estados Unidos y secuestrado mientras intentaba ir a Burundi en un vuelo de conexión.

La rabia como catalizador

Sin embargo, los disidentes no están inermes frente a esta constante vigilancia. Investigaciones recientes que llevamos a cabo con Anselm Hager revelan una notable resiliencia de las organizaciones disidentes en tales circunstancias.

Al analizar archivos de la policía secreta desclasificados de la Polonia comunista, descubrimos que las localidades más vigiladas en la década de los ochenta también fueron las que tuvieron más huelgas y marchas. Nos centramos en la ola de protestas que marcó la fundación del movimiento Solidaridad, que acabó por derrocar al régimen en 1989.

Para determinar cómo los grupos de oposición siguieron prosperando a pesar de la intensa vigilancia, partimos por ver por qué la gente seguía uniéndose a ellos. Vimos que el temor a ser vigilados era superado por otra emoción más intensa: la rabia, que se reveló como el sentimiento expresado con mayor frecuencia por los miembros de la oposición al hablar de la vigilancia.

Algunos disidentes polacos decían que ser constantemente vigilados era una experiencia tan humillante que los llevó a manifestarse en las calles. Como observó Leopold Tyrmand, conocido escritor en la Polonia comunista: “El hecho de que (la policía secreta) supiera mejor que yo lo que estaba haciendo en noviembre y cuál de mis once calzoncillos era mi favorito... fue muy movilizador”.

Pero la rabia por sí sola no explica completamente el éxito de Solidaridad. También examinamos cómo las organizaciones disidentes se protegían de la infiltración y la corrupción de sus miembros. Inesperadamente, encontramos que una de las principales características de la vigilancia de los regímenes comunistas —la fuerte dependencia en informantes civiles— era también una de sus mayores debilidades.

Incentivo para vencer el miedo

En Polonia, el uso generalizado de informantes significó que cualquiera podía ejercer la vigilancia, incluso conocidos cercanos o parientes. En esencia, todos eran potenciales colaboradores del régimen. Uno podría esperar que la desconfianza social resultante hubiera dificultado la organización de la oposición.

En lugar de ello, sirvió de incentivo para que los ciudadanos revelaran públicamente sus lealtades. Al actuar abiertamente contra el gobierno, las personas podían demostrar a sus amigos y familiares que no estaban colaborando. En un testimonio, un disidente hizo frente a las sospechas con una huelga de hambre en público. Muchos otros lo siguieron.

Los regímenes autoritarios hacen uso de la vigilancia para impedir la protesta mediante el temor y la intimidación. Pero nuestra investigación muestra que también puede alentar a oponerse al gobierno.

La consciencia de ser vigilado genera una rabia más potente que el miedo y, a su vez, la desconfianza generalizada estimula a los disidentes a declarar públicamente sus lealtades.

Ambos procesos fortalecen los movimientos de resistencia al régimen, resaltando la inesperada resiliencia de las organizaciones de oposición ante la vigilancia estatal.

Krzysztof Krakowski es profesor asistente de Politología en el Collegio Carlo Alberto de Turín, Italia.

© Project Syndicate 1995–2022