Prueba democrática en Brasil

Polarización, ataques, desinformación y amenazas caracterizaron la campaña, y nadie sabe qué hará Bolsonaro si Lula gana en la primera vuelta

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Este domingo, 2 de octubre, se celebran las elecciones generales en Brasil, la cuarta democracia más grande del mundo y la mayor de toda América Latina. Son las elecciones más importantes y complejas desde el retorno del país a la democracia a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado.

Más de 156 millones de electores (697.000 están registrados en el exterior) están habilitados para elegir presidente y vicepresidente, renovar totalmente la Cámara de Diputados (513) y un tercio del Senado Federal (27 senadores), y escoger a 27 gobernadores y 1.059 legisladores estatales; una megaelección cuyos resultados reconfigurarán el mapa político brasileño y definirán las condiciones de gobernabilidad del nuevo ejecutivo nacional.

El voto es obligatorio (entre 18 y 70 años) y desde 1996 se vota electrónicamente por medio de la urna electrónica, instrumento que es seguro, confiable (un 79% confía en ella), transparente y auditable.

Polarización y encuestas

Si bien existen varios candidatos a presidente, la elección se polarizó entre el mandatario, Jair Bolsonaro (que busca un segundo mandato consecutivo), y el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (que ya gobernó entre el 2003 y el 2010 e intenta regresar para un tercer período). Ambos aspirantes concentran la mayor intención de voto y, al mismo tiempo, de rechazo: un 52% no votaría por Bolsonaro y un 36% no lo haría por Lula (Datafolha).

Todas las encuestas confirman una victoria de Lula en la primera vuelta como el escenario más probable: le otorgan una amplia ventaja sobre Bolsonaro, de entre 8 y 14 puntos. No está claro, empero, si Lula podrá evitar tener que disputar un balotaje, previsto para el 30 de octubre.

Para ello, deberá obtener el 50% más uno de los votos válidos. Sus probabilidades de quedarse con la presidencia este domingo vienen en aumento en los últimos días, pero nada es seguro. Para alcanzar este objetivo, el expresidente deberá conquistar un gran apoyo de los indecisos, atraer votantes (voto útil) de los otros candidatos minoritarios y efectuar una amplia movilización que incremente la participación electoral en zonas del país y sectores que le son favorables.

Campaña con violencia y carente de propuestas

Brasil llega a estas elecciones en condiciones de gran crispación política, con casi 700.000 muertos por la pandemia y un escenario económico complejo. Para el 38%, los principales problemas son la inflación, el desempleo y la crisis económica. Un 66% considera que la situación económica en los últimos años se ha mantenido igual o se deterioró y un 59% desaprueba la manera en que Bolsonaro ha gobernado.

Ha sido una campaña llena de ataques —que volvió a repetirse con fuerza en el último debate, el jueves en la noche— y vacía de propuestas. Lula critica al presidente por su mal manejo de la pandemia, de la Amazonía y de la economía, apelando a la memoria de un “pasado mejor” (cuando fue presidente) y a la promesa de que si vuelve “hará más y mejor”, pero sin entrar en detalles.

Es consciente de que, en caso de resultar vencedor, la situación interna e internacional será mucho más compleja y adversa que cuando llegó al poder en el 2003.

Bolsonaro, por su parte, ha atacado duramente a Lula por sus escándalos de corrupción y puso el foco de atención, en los últimos meses, en recuperar la economía, bajar la inflación y reducir el desempleo, para lo cual inyectó una cuantiosa cantidad de dinero en los bolsillos de los más necesitados (Plan Auxilio Brasil) con propósitos electorales.

Para mejorar sus posibilidades, Lula articuló una amplia alianza electoral (más de 10 partidos) que, de triunfar, le servirá de base para gobernar un sistema político caracterizado por una enorme fragmentación (32 partidos registrados). Para ello, además del apoyo de su propio partido (PT), pudo atraer a diversas figuras de peso, exministros, economistas y empresarios, y también sectores de centroderecha, como Geraldo Alkim, antiguo adversario y hoy su candidato a vicepresidente. Bolsonaro, en cambio, concentró sus alianzas en los sectores radicales de derecha, los militares y los evangélicos.

Redes sociales y contaminación informativa

Similar a las elecciones del 2018, las redes sociales volvieron a desempeñar un papel crucial y tóxico en esta campaña, pero con ciertas diferencias. Mientras hace cuatro años las redes fueron utilizadas mayormente por los seguidores de Bolsonaro, en esta ocasión, ambos las utilizaron más parejamente.

Una segunda diferencia fue es que el Tribunal Superior Electoral (TSE) alertó tempranamente sobre el peligro del mal uso de las redes sociales y la reproducción de fake news y, en asocio con varias agencias de verificación, desarrolló una aplicación para que los ciudadanos detecten la información falsa relacionada con la campaña.

Empero, estas fundamentales medidas no impidieron que los discursos de odio propagados por las redes sociales crearan un clima de violencia verbal y físico entre simpatizantes de los principales candidatos, incluidas tres muertes.

Conclusión

Es mucho lo que está en juego en estas elecciones. No se trata solo de renovar los mandatos populares, sino también de reafirmar la confianza en el proceso electoral —como la única vía legítima de acceder al poder— y del propio régimen democrático.

Por ello, las denuncias infundadas de Bolsonaro en contra del proceso electoral, la urna electrónica y la labor del TSE y sus amenazas de que bajo ciertas circunstancias no aceptaría un resultado adverso cubren con un manto de sospecha sobre qué podría ocurrir el día después ante un eventual triunfo de Lula.

El fantasma de la traumática experiencia vivida hace poco en Estados Unidos, donde el expresidente Trump se negó a reconocer el triunfo del presidente Biden y grupos radicales asaltaron el Capitolio, planean en el imaginario brasileño como la pesadilla por evitar.

En este contexto, un oportuno comunicado del alto comando del Ejército, emitido el pasado viernes, expresando que quien gane se “lleva la presidencia” fue bien recibido y contribuyó a descomprimir un ambiente electoral tenso. Y si bien la amenaza de un golpe de Estado se ha debilitado (un 75% apoya la democracia y solamente un 7%, un golpe) existe el riesgo de protestas y violencia política.

No exagero al afirmar que la democracia brasileña está en juego. En efecto, la democracia es un régimen que se caracteriza por la certeza en las reglas del juego y la incertidumbre en el resultado de las elecciones, así como por un sistema en el que los partidos compiten, pierden elecciones y aceptan los resultados.

Las reglas claras y el TSE garantizarán unas elecciones con integridad. La responsabilidad en este momento recae en los actores políticos para que quien gane lo haga con magnanimidad y quienes pierdan acepten su derrota. Esto es, precisamente, lo que está en juego en estas elecciones.

@Zovatto55

El autor es director regional de IDEA Internacional.