Patrulla del amor

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Así que en esas andamos. Dos mujeres adultas que son pareja, que se cuidan, que se desean, que aman y lloran juntas y, ¡qué sé yo!, que se encuentran y desencuentran como toda pareja, serán acusadas judicialmente porque tuvieron el atrevimiento de casarse.

En esas andamos, penalizando el amor porque es un amor distinto. Con los problemas que tenemos encima, con la violencia en las calles y hogares, y estamos invirtiendo plata pública para perseguir la dulzura.

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¿Y a mí qué me importa que sean dos mujeres o, para el caso, dos hombres? ¿Por qué el Estado tiene que meterse debajo de las cobijas, en la intimidad más íntima, prohibiendo tener derechos sobre la persona que se ama cuando las dos quieren pertenecerse, vivir y, con suerte, acompañarse hasta el día en que una cierre los ojos para siempre? ¿Quiénes somos nosotros para impedirlo?

La acusación quizá no prospere, o quizá sí, pero ese no es el punto. Es que entonces, ¿por qué no creamos patrullas del amor, grupos de incorruptibles que vayan tanteando braguetas y calzones por ahí para que toda pareja sea straight ? Y, con la tecnología a la mano, ¿por qué no les damos, también, el poder para que patrullen nuestros sentimientos y pensamientos? Podrían crearse chips instalables en nuestros cerebros, capaces de detectar pensamientos impuros y, desde una gran pantalla central, corregir dando delete a las conexiones neuronales impropias. Entonces, no solo impediríamos parejas homosexuales, sino también tantas otras cosas.

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Muchos me dirán: “Varguitas, que vivan juntas, pero que no se casen. El matrimonio está reservado para la pareja heterosexual”. ¿Por qué debe ser así? ¿Por la ley, la moral y las buenas costumbres? ¿Qué son esas buenas costumbres que recomiendan la hipocresía como valor? Si esas mismas adultas votan, trabajan, son parte de nuestra comunidad y las reconocemos en todo lo demás como nuestras iguales; si se tratan decentemente, sin violencia entre ellas, con respeto, ¿qué ley moral justifica la discriminación en la cuestión más importante que como seres humanos podemos tener en nuestras vidas, que es el amor, decidir con quién, cómo y hasta dónde querer?

No sé si estas dos mujeres lograrán sobrevivir como pareja. Deseo que sí, pero no es de mi incumbencia, y, en todo caso, ¿por qué la ley me convierte a mí en un samueleador de su intimidad? En algún momento, Costa Rica deberá despertar al siglo XXI, si no por esta razón, lo hará por otra, porque el respeto a nuestras diferencias es una de las claves de la sobrevivencia como nación.

Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.