Pareto y las raíces de la política

Pareto desarrolló conocimientos sobre el comportamiento económico, social y político que resuenan poderosamente hoy

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Muchas de las disputas políticas de los últimos años fueron inscritas en el marco de las batallas entre la racionalidad económica y las erupciones de irracionalidad que llamamos populismo, pero los psicólogos y economistas cognitivistas nos dirán que la racionalidad política difícilmente queda confinada a los insurgentes populistas: por regla general, la mayoría de los líderes políticos se centran en cuestiones prácticas y no necesariamente piensan en profundidad acerca de las ideas que exponen.

Entre los cartógrafos de la irracionalidad política de la edad moderna temprana se contaba Vilfredo Pareto, que murió cien años atrás, el 19 de agosto de 1923. Nacido en 1848, el año de esperanza liberal (y revolución) en toda Europa, Pareto murió sin presenciar la caída del orden liberal y la tragedia de la Primera Guerra Mundial.

Su nombre suele aparecer en la actualidad más vinculado al “óptimo de Pareto” (cuando no se puede hacer nada más para beneficiar a alguien sin perjudicar a otra persona) y al “principio de Pareto” (la idea de que aproximadamente el 20 % de las causas generan el 80 % de los resultados).

Cuesta imaginar que Pareto hubiera apostado por que sería recordado por esas ideas. Su padre, un ingeniero, le había legado una educación científica y matemática, que aplicó a una carrera gerencial que lo mantuvo ocupado hasta la cuarta década de su vida.

Mientras aún se dedicaba a los negocios, se involucró en la política liberal florentina, donde se convirtió en pugnaz polemista y erudito economista. Deseoso de hacer oír su voz, intercambió correspondencia con economistas franceses y publicó en el idioma de ellos, esforzándose siempre por desarrollar contactos dondequiera que surgía la oportunidad. Le escribió al primer ministro británico liberal William Gladstone, quien le respondió.

Entre sus muchos corresponsales, el más frecuente fue Maffeo Pantaleoni, académico de carrera —diez años más joven, pero mucho más consumado cuando comenzaron a intercambiar correspondencia—. Pareto señaló que uno de los ensayos de Pantaleoni le pareció valioso, pero que había encontrado algunos errores en él.

En vez de mostrar resentimiento, Pantaleoni rápidamente percibió que su amigo por correspondencia era un genio: guardó debidamente todas sus cartas y fue clave en el ingreso de Pareto al ambiente académico. En 1893, Pareto se convirtió en el sucesor de Léon Walras, uno de los fundadores de la economía neoclásica, en su cátedra de la Universidad de Lausana.

Cambio de carrera

Allí Pareto se dedicó con energía a la enseñanza, pero su entusiasmo por la economía decayó. Quería dedicarse a la sociología, porque entendía que la vida humana está dominada por acciones ilógicas. Después de desempeñar un papel considerable en la formalización de la economía moderna, pasaría rápidamente a formar parte de la fuente de la ciencia política y la sociología del siglo XX.

Pareto, un hombre joven, veía el libre comercio como algo obviamente beneficioso para todos y el gasto militar como algo perjudicial para muchos. Sin embargo, su propio país, Italia, se alejó del libre comercio para embarcarse en expansiones coloniales extravagantes y brutales. Aunque Pareto diagnosticó rápidamente que la causa de este comportamiento era la influencia de grupos de presión, se preguntó por qué tanta gente les seguía la corriente.

La función de las ideologías políticas, para Pareto, era vestir a las monas de seda: la naturaleza fundamental de la política es que alguien da las órdenes y otros muchos las obedecen, ni siquiera la democracia puede cambiar eso.

Pero que alguien tenga que dar las órdenes no implica que esa misma gente deba gobernar para siempre. Por el contrario, la historia es un cementerio de clases gobernantes difuntas. Cuando una clase gobernante comienza a referirse excesivamente a sí misma y resulta incapaz de integrar a los nuevos componentes, le ha llegado la hora.

Pareto pensaba que es imposible entender la historia y la política a partir de la narrativa egoísta de sus protagonistas. En lugar de ello, hay que someter los hechos a investigaciones científicas que van más allá de la superficie de las “derivaciones”, sin detenerse en los motivos que la gente ofrece para explicar su propio comportamiento.

Pareto entendía que nuestras acciones derivan de motivos profundamente arraigados —a los que llamó “residuos”— que luego debemos racionalizar: continuamente inventamos justificaciones para vestir de razón lo irracional.

Pareto veía el “racionalismo” como una “religión intelectual” más y que los intelectuales no son menos vulnerables a los credos pseudocientíficos que el resto de la gente. La próxima vez que recorra los contenidos que le ofrecen las redes sociales, pregúntese si todos quienes promueven causas “correctas” verdaderamente se detuvieron a pensar en ellas en profundidad. ¿Cuántos leyeron realmente la literatura que citan o interactuaron con las perspectivas contrarias? A menudo lo que pensamos depende de nuestra necesidad de pertenencia.

Los extremos

En la política, dos “residuos” (catalizadores de la acción) son de fundamental importancia. Por un lado, tenemos a los rentistas, que valoran la estabilidad, se oponen al cambio y a los recién llegados, y suelen vivir del arrendamiento de la tierra o con ingresos fijos. Pareto describe su “residuo” como la “persistencia de los agregados” (como las costumbres, tradiciones, clases sociales, etc.).

Por otra parte, tenemos a los especuladores, que prosperan en medio del cambio y la búsqueda de la innovación, pero además suelen manipular al gobierno para lograr sus fines. Pareto describe su “residuo” como un “instinto de combinación”, que sugiere la habilidad de inventar cosas nuevas.

Ambos son necesarios para que los países prosperen, pero Pareto entendía que es más probable que la segunda categoría tome el control de la sociedad, especialmente mientras el gobierno se está expandiendo (se sienten cómodos con los “esquemas” ambiciosos a gran escala, independientemente de que la meta sea ganar una guerra, reducir la desigualdad o mejorar la eficiencia de las burocracias).

Los esbozos del mundo anterior a la Primera Guerra Mundial que ofreció Pareto se asemejan al mundo de hoy: entendía que la ingeniería financiera al servicio del gobierno es básicamente fraudulenta, ridiculizaba a quienes creían que los impuestos eran una forma gratuita de pagar por los servicios y consideraba la inflación y la deuda pública como instrumentos para “desvalijar” a sectores específicos de la población.

A largo plazo, los gobiernos no pagan sus deudas, y cargarán de impuestos a la gente en la mayor medida posible. Los especuladores surfean mejor esa ola y obtienen beneficios gracias a esas tendencias, mientras que es más probable que los rentistas (o los jubilados y otras personas con ingresos fijos) terminen pagando los costos.

Hoy, más que nunca, la política está relacionada con la creencia y la pertenencia. La derecha y la izquierda, debido a la polarización, se convirtieron en ardientes adalides de sus propias causas: ambas creen que si pierden, el mundo se irá a pique. Los intelectuales públicos de hoy están completamente consagrados a esta retórica.

Por supuesto, el propio Pareto era un hombre apasionado, ardiente defensor de la libertad y la tolerancia. Sin embargo, de alguna manera se obligó a convertirse en un realista político, no en pos de un cierto fetiche por la neutralidad, sino porque creía que la lucidez era la mayor de sus obligaciones.

Alberto Mingardi, profesor adjunto de Historia del Pensamiento Político de la Universidad Libre de Lengua y Comunicación de Milán, es director general del Instituto Bruno Leoni de Milán.

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