Página quince: Texas se congeló por diseño

Los proveedores de energía, una fuente rica de donaciones de campaña, se negaban a que se les exigiera invertir en climatización que no era necesaria gran parte del tiempo

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AUSTIN– A William Hogan, de la Escuela Kennedy de Harvard, se le atribuye el haber diseñado el mercado energético de Texas. Ahora que los texanos se congelaron y sus cañerías de agua estallaron, aparentemente dijo que el mercado energético del estado ha funcionado según fue diseñado.

Hogan tiene razón, lo cual dice mucho sobre cómo piensan algunos economistas. Durante años, las compañías de electricidad eran un negocio estable y monótono. Para contrarrestar los efectos del monopolio, las comisiones de servicios públicos fijaban y estabilizaban los precios, y las empresas obtenían una tasa de retorno sobre su inversión que (en principio) era suficiente para cubrir la construcción, el mantenimiento y una ganancia justa.

Pero los economistas se quejaron: las empresas de servicios públicos tenían un incentivo para sobreinvertir. Cuanto mayores sus operaciones y más altos sus costos totales, más podían obtener de los reguladores de tasas.

La electricidad es el producto estándar por excelencia; cada descarga eléctrica es exactamente igual a la otra. Texas tenía una red eléctrica cerrada, aislada del comercio interestatal y, así, exenta de las regulaciones federales. ¿Qué mejor lujar, qué mejor producto para demostrar las virtudes de un sistema competitivo y desregulado?

Así fue que los economistas propusieron un mercado libre: dejemos que las compañías generadoras compitan para proveer electricidad a los consumidores a través de una red eléctrica común. Los términos y el precio estarían gobernados por contratos elegidos libremente. La competencia maximizaría la eficiencia y los precios reflejarían los costos del combustible y el menor margen de ganancias posible.

El papel del estado sería gestionar la red eléctrica común vinculando a los productores con los consumidores. En tiempos de escasez, los precios podrían subir, pero quienes no querían pagar podían apagar sus interruptores.

En el 2002, durante el gobierno de Rick Perry (luego secretario de Energía del presidente Donald Trump), Texas desreguló su sistema de electricidad y estableció un mercado libre, gestionado por una organización sin fines de lucro, llamada Consejo de Confiabilidad Eléctrico de Texas (Ercot, por sus siglas en inglés), con aproximadamente 70 proveedores.

Si bien unas pocas ciudades —entre ellas Austin— mantuvieron su antiguo servicio de electricidad público, también estaban asociadas al sistema estatal.

El problema es que la demanda de electricidad es inelástica: no responde mucho al precio, pero sí responde al clima. En tiempos de extremo calor o frío, la demanda se vuelve aún más inelástica. Y, a diferencia de lo que sucede en un mercado común, la oferta debe igualar a la demanda en cada minuto de cada día. Si no lo hace, todo el sistema puede fallar.

El sistema de Texas tenía tres vulnerabilidades. Primero, la competencia feroz para ofrecer energía de la manera más barata posible implicaba que la maquinaria, los pozos, los medidores, las cañerías y los molinos no estaban aislados contra el frío extremo, poco habitual, pero tampoco desconocido aquí. Segundo, mientras los precios mayoristas podían fluctuar libremente, los precios minoristas dependían del contrato que hubiera firmado el usuario. Tercero, los precios aumentarían más en los momentos en que la demanda de energía era mayor, y no bajarían.

El nuevo sistema funcionaba gran parte del tiempo. Los precios subían y bajaban. Los usuarios que no firmaban contratos a largo plazo enfrentaban algún riesgo. Un proveedor, llamado Griddy, tenía un modelo especial: por un abono de $9,99 mensuales, uno podía recibir electricidad al precio mayorista. Gran parte del tiempo, el precio era barato.

Pero la gente no necesita electricidad «gran parte del tiempo»; la necesita todo el tiempo. Y, cuando menos en el 2011, cuando Texas experimentó una helada breve y fuerte, las autoridades del estado sabían que el sistema era radicalmente inestable en un clima extremo. Los arquitectos del sistema también lo sabían, no importa lo que digan ahora.

Pero los políticos de Texas no hicieron nada. Los proveedores de energía de Texas, una fuente rica de donaciones de campaña, se negaban a que se les exigiera invertir en climatización que no era necesaria gran parte del tiempo. En el 2020, hasta se suspendieron las inspecciones voluntarias debido a la covid-19.

Entonces llegó la gran helada del 2021. El vapor de agua en el gas natural se congeló en los pozos, en las cañerías y en las plantas generadoras. Los molinos de viento no climatizados dejaron de funcionar, pero solo eran una pequeña parte de la historia.

Como la red de Texas está desconectada del resto del país, no pueden importar reservas y, considerando el frío en todas partes, de cualquier forma no habría habido reservas disponibles. En las primeras horas del 15 de febrero, la demanda superó de tal manera la oferta que toda la red aparentemente estuvo al borde de colapsar.

Mientras esto sucedía, el mecanismo de precios falló por completo. Los precios mayoristas se multiplicaron por cien, pero los precios minoristas, por contrato, no aumentaron tanto, excepto en el caso de los usuarios de Griddy, a quienes empezaron a llegarles facturas por miles de dólares al día. La demanda aumentó en tanto la oferta colapsó.

Ercot se vio obligado a cortar la electricidad, lo cual podría haber sido tolerable si hubiera sucedido de manera continua en los vecindarios en todo el estado. Pero eso era imposible: no puede cortarse la energía a los hospitales, a las estaciones de bomberos y a otras instalaciones críticas o a departamentos de muchos pisos que dependen de los ascensores. De manera que las luces permanecieron encendidas en algunas zonas y apagadas durante días en otras.

El congelamiento del agua fue la siguiente fase de la calamidad. Las cañerías estallaron y el suministro de agua no pudo satisfacer la demanda. En todo Texas, la presión del agua cayó o falló. Los hospitales no podían generar vapor y, por ende, calor, y algunos tuvieron que ser evacuados. Todo esto, nos dice Hogan con precisión, estaba de acuerdo con el diseño.

La energía está regresando a Texas; los suministros de agua se demorarán algunos días más. La comida escasea y la reparación de los hogares dañados llevará meses.

Millones de texanos han sufrido los efectos de un diseño inventado por los economistas y favorecido por un mito, que fue funcional para la industria de los combustibles fósiles y los políticos a los que financia. Uno de esos políticos, el senador Ted Cruz, actuó en perfecta sintonía con la lógica de libre mercado del sistema al esfumarse a Cancún.

Perry dice que los texanos estamos preparados para sacrificarnos a fin de evitar la maldición del socialismo. Pero si el socialismo significa confiarles cuestiones técnicas de vida o muerte a ingenieros y otros que saben lo que hacen, y no a ideólogos, aficionados y consultores, entonces muchos texanos que tiemblan de frío podrían preferir esa maldición a la que estamos viviendo en este momento.

James K. Galbraith: ex director ejecutivo de la Comisión Económica Conjunta del Congreso de Estados Unidos, es profesor de Gobierno y director de la cátedra Relaciones Gubernamentales-Empresariales en la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas. Es el autor de «Inequality: What Everyone Needs to Know».

© Project Syndicate 1995–2021