Página quince: Soleimani y la incoherencia estratégica de EE. UU.

Después de matar al segundo líder más poderoso de Irán, Estados Unidos podría encontrarse sin otra alternativa que dedicar más recursos militares a Oriente Próximo.

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NUEVA YORK- Estados Unidos emergió de la Guerra Fría hace unas tres décadas y poseía un grado de poder absoluto y relativo históricamente sin precedentes.

Lo que es desconcertante, y lo que seguramente dejará a los futuros historiadores rascándose la cabeza, es por qué una serie de presidentes de Estados Unidos decidieron dedicar gran parte de este poder a Oriente Próximo y, de hecho, malgastar gran parte del poderío estadounidense en la región.

Este patrón se remonta a la guerra contra Irak, en el 2003, en el gobierno de George W. Bush. Estados Unidos no necesitaba ir a la guerra allí en ese momento; otras opciones para contener a Sadam Huseín estaban disponibles y en gran medida ya en su lugar. Pero después de los ataques terroristas del 11 de setiembre del 2001, Bush decidió que debía actuar, ya fuera para evitar que Huseín desarrollara armas de destrucción masiva, para indicar que Estados Unidos no era un gigante indefenso, para desencadenar una transformación democrática en toda la región o alguna combinación de lo anterior.

Su sucesor, Barack Obama, asumió el cargo decidido a reducir la participación estadounidense en Asia occidental. Obama retiró las tropas estadounidenses de Irak y, aunque inicialmente aumentó el número de soldados en Afganistán, estableció un calendario para su retirada.

La gran idea estratégica de su administración era el “reequilibrio”: la política exterior de Estados Unidos debería desestimar Oriente Próximo y centrarse más en Asia, el teatro principal donde se decidiría la trayectoria del mundo en el nuevo siglo.

Pero Obama tuvo problemas para llevar a cabo su estrategia. Nunca retiró por completo las fuerzas de Afganistán, las reintrodujo en Irak y emprendió una campaña militar mal concebida contra el líder de Libia, que resultó en un Estado fallido.

Obama también expresó su apoyo al cambio de régimen en Siria, aunque en ese caso ganó su renuencia a involucrar a Estados Unidos en Oriente Próximo.

Cuando Donald Trump sucedió a Obama, hace casi tres años, estaba decidido a no repetir los errores de su predecesor. “América primero” señaló un renovado énfasis en las prioridades nacionales; las sanciones y aranceles económicos, en lugar de la fuerza militar, se convirtieron en la herramienta de seguridad nacional preferida.

El auge de la producción nacional de petróleo y gas natural había hecho que Estados Unidos fuera autosuficiente en términos de energía, reduciendo así la importancia directa del Cercano Oriente.

La política exterior siguió siendo una prioridad para los Estados Unidos, principalmente gestionar una renovada rivalidad entre las grandes potencias, sobre todo los desafíos que plantean China en Asia y Rusia en Europa. De hecho, China y Rusia fueron criticadas en la Estrategia de Seguridad Nacional del 2017 por querer “dar forma a un mundo antitético a los valores e intereses de Estados Unidos”.

En Oriente Próximo, Trump hizo todo lo posible por reducir la huella y el compromiso de los Estados Unidos. Miró hacia otro lado cuando Irán atacó los petroleros, los drones estadounidenses y las refinerías sauditas, y les dio la espalda a los kurdos en Siria, aunque habían sido socios de Estados Unidos en la tarea de derrotar al Estado Islámico en la región. “Que alguien más pelee por esta arena manchada de sangre”, fue lo que Trump dijo en octubre pasado. La principal excepción a esta evitación de la acción militar fue el ataque estadounidense a finales de diciembre del 2019 en sitios asociados con Hizbulá, milicia respaldada por Irán, acusada de lanzar un ataque días antes, que mató a un contratista estadounidense e hirió a varios miembros del servicio de Estados Unidos.

Es en este contexto que Trump ordenó el asesinato selectivo del general Qasem Soleimani, según la mayoría, el segundo hombre más poderoso de Irán. Lo que lo impulsó a hacerlo sigue sin estar claro.

La administración afirma que tenía información de que Soleimani estaba planeando nuevos ataques contra diplomáticos y soldados estadounidenses. Pero la decisión de actuar también podría haber sido motivada por imágenes de la embajada de Estados Unidos en Bagdad bajo el ataque de la milicia apoyada por Irán, imágenes que recordaron el asedio y la posterior toma de rehenes en la embajada en Teherán, en noviembre de 1979, o el ataque del 2012 al consulado en Bengasi, en Libia, por el que los republicanos solían criticar a la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton.

Otro factor contribuyente podría haber sido un tuit atribuido al líder supremo de Irán, el ayatolá Jamenei, quien se burló de Trump diciendo: “No se puede hacer nada”.

Dada la posición de Soleimani, es poco probable que Irán retroceda. Tiene muchas opciones a su disposición, incluida una amplia gama de objetivos militares, económicos y diplomáticos en muchos países de la región. Puede operar directamente o mediante proxies; usar fuerza armada o ataques cibernéticos.

Estados Unidos podría encontrarse sin otra alternativa que dedicar más recursos militares a Oriente Próximo y usarlos en respuesta a lo que hace Irán, un camino que podría conducir a provocaciones adicionales. Y ese cambio ocurriría en un momento de creciente preocupación por los programas nucleares y de misiles de Corea del Norte, las amenazas militares rusas a Europa, el debilitamiento de los acuerdos de control de armas destinados a frenar la competencia nuclear entre Estados Unidos y Rusia, y la llegada de una nueva era de tecnología, competencia económica, militar y diplomática con China.

La premisa de mi comentario en diciembre fue que Estados Unidos se distanciaba cada vez más de Oriente Próximo debido a la frustración interna por las guerras que había causado, la reducción de la dependencia energética de la región y el deseo de concentrar sus recursos en otras partes del mundo y en casa.

Bien podría ser que me haya equivocado, o que Trump lo haya hecho al embarcarse en un curso de acción sin pensar primero en las consecuencias estratégicas.

Richard N. Haass: presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. Su próximo libro, El mundo: una breve introducción, saldrá en mayo.

Copyright: Project Syndicate, 2020.